Ayer, Día Mundial de la Felicidad, se hizo público el Informe Mundial 2024 al respecto, auspiciado por la ONU y llevado a cabo de acuerdo con la encuesta mundial Gallup que se lleva a cabo en 143 países y que tiene la singularidad de que presenta el resultado de la media de la encuesta de los últimos 3 años, ponderando de esta forma los hechos extraordinarios que puedan producirse en un año determinado.
Para algunos puede parecerles un gasto inútil intentar medir la felicidad, que es una condición muy subjetiva, pero el hecho es que se emplean muchos recursos y metodología para intentar determinarla. Ya son muchos los años que lleva a sus espaldas este instrumento que se añade a otros que miden el bienestar social, la igualdad, entre otras muchas consideraciones.
El ranking de primeros países en cuanto a felicidad se mantiene en los últimos años bastante estable y lo encabeza Finlandia, seguido de Dinamarca, Islandia, Suecia y, sorprendentemente, Israel, a pesar de que la última encuesta se hizo cuando ya empezaban a producirse los incidentes de Gaza, pero aún no se había desatado la invasión. En todo caso recordemos que es la media de 3 años pero, aun así, es sorprendente que los israelitas se consideren de los más felices del mundo, porque hay que decir que, aunque se miden una serie de variables objetivas en parte, la puntuación se lleva a cabo de acuerdo con un cuestionario en el que se indaga sobre todo la felicidad subjetiva, por tanto, tal y como es percibida por los habitantes de este país.
Los diez de la cola, para situar el otro extremo, son Afganistán, el último de todos, Líbano, Lesoto, Sierra leona y Congo (Kinshasa). De hecho, en un vistazo global, los países más infelices se concentran en África, además de todo el subcontinente indio.
España ocupa el puesto 36, justo por detrás de Polonia, Estonia, El Salvador y Rumanía. De ámbito europeo, y por detrás nuestro, se encuentra Malta, en el puesto 40, Italia en el 41, Eslovaquia en el 45, Lituania en el 46. Croacia y Grecia se encuentran en el 63 y 64, respectivamente. Por tanto, nuestra posición no es buena si la comparamos con nuestro contexto europeo. De hecho, la posición española en felicidad no es demasiado distinta a la que nos corresponde en el ranking de renta per cápita de los 27 países de la Unión, aunque una cosa poco tenga que ver con la otra.
Lo más relevante es que España ocupaba el puesto 22 en el 2012, o sea que en el transcurso de algo más de una década ha perdido 14 puntos, que es mucho. Esta otra forma de ver la dinámica social, la de la perspectiva de la subjetividad sobre la felicidad que siente cada uno, confirmaría la perspectiva económica, que revela que vamos retrocediendo lugares a nivel europeo y que este hecho se ha acentuado en los últimos años.
Además de las diferencias entre países, existen también diferencias en el seno del propio país, sobre todo relacionadas con la edad. Hay países donde la gente mayor de 60 años es mucho más feliz que los más jóvenes, es por ejemplo el caso de EE.UU. Sin embargo, se da el escenario inverso en la mayor parte de los países del centro y del este de Europa que pertenecían a la URSS.
Además de medir por encuesta la opinión de cada persona, también se utilizan algunos indicadores objetivos, pero que no intervienen en la clasificación. Sólo sirven para comparar si existe algún tipo de relación. Por ejemplo, si comparamos a España con Finlandia, el primer posicionado, vemos que éste nos supera en renta per cápita de igual poder adquisitivo, en apoyo social, nos supera en mucho en sensación de libertad y de opciones para poder hacer cosas en la vida, la generosidad presenta un mejor indicador, así como en la corrupción, y en el único aspecto que España supera a Finlandia, lo que es habitual en todo tipo de rankings que utilicen esta medida, es en salud.
Es evidente que el capital más importante que tiene España es éste y que, en consecuencia, si decayeran por cambios en el estilo de vida, la alimentación o los servicios de la sanidad, su incidencia sobre el conjunto sería mucho mayor del que positivamente podemos imaginarnos, puesto que es el factor diferencial más característico de la vida social española.