La polémica está servida y en catalán tiene una difícil traducción porque el sentido de “zorra” en castellano, no tiene equivalente en catalán, donde el animal es femenino de entrada. En Cataluña no tenemos zorros, sólo guineus y la duplicidad del sentido de la palabra, en castellano positiva en la masculina, negativa en la femenina, es inexistente. Por tanto, podríamos abstenernos de participar en este estúpido debate si no fuera por una cuestión de fondo: el derroche del dinero público que implica y la intervención política del presidente del gobierno.
La canción, escuchada, es penosa. Entendámonos, musicalmente penosa, y la cantante tiene menos voz que Bárbara Rey, que ya es un récord. Por tanto, es un tema que desde el punto de vista artístico es más bien vergonzoso. Que haya sido propulsada por la televisión pública es inconcebible. En lugar de aprovechar la música popular para generar opciones de calidad, las utilizan para presentar eslóganes ideológicos. Y así hemos pasado del pecho y muslo de una versión anterior, criticada a muerte por las feministas, a esta actual, convertida en signo de la transgresión y también criticada por otros colectivos feministas, concretamente por ejemplo Sílvia Carrasco, presidenta de Feministas de Catalunya, que afirmaba que era un insulto a las mujeres y niñas.
Cabe recordar que hace 50 años existían textos equivalentes mucho más provocadores y malsonantes. Ahora, más que una transgresión estamos ante una parodia de la transgresión. En realidad, es muy difícil transgredir porque esto sólo es posible cuando hay determinados cánones estéticos y morales, y en nuestro tiempo no hay ninguno más allá de los dogmas del feminismo, del transgénero y de la ideología woke .
La polémica tiene, no dos bandos, sino 3. Quienes reciben la canción como un himno reivindicativo, quienes la consideran desde ofensiva a impresentable y, aún un tercero, que afirma que se han tomado demasiado en serio una tontería, a la vez que consideran que efectivamente la canción es un desastre.
Pero tontería puede serlo en sí misma, pero la realidad siempre comporta considerar las cosas en su contexto, y deja de serlo cuando todo esto se hace con dinero público y además cuando Sánchez, cada vez más convertido en un augur calificador del bien y del mal, mete cucharada.
No contento con explicar con poco éxito, todo sea dicho, a jueces y fiscales que el Tsunami democrático no es terrorismo, ahora se altifica en su línea de dividir a la gente entre buena y mala, afirma que la canción le gusta, algo que está en su perfecto derecho, pero al mismo tiempo no puede evitar acusar de fachas a quienes no les gusta, y de partidarios del “cara al sol”. A partir de ese momento la ecuación ya está establecida. Todo el que defiende la buena música es un facha y su himno es el “cara al sol”.
El nivel de degradación de la política española de manos de Sánchez parece inacabable. Cada día hay un paso más en destruir todo lo que puede dar lugar a una sociedad convivencial y más armoniosa. Este proceso de demolición por interés propio, porque el presidente del gobierno sabe que sólo puede subsistir políticamente dividiendo a España en dos bloques, tiene costes crecientes y sobre todo efectos diferidos a corto y medio plazo. Que la sociedad y sus instituciones no asuman la realidad y levanten la voz con energía sólo señala posiblemente que el proceso de autodestrucción es de difícil reversión porque es lo que ocurre cuando las comunidades de personas pierden lo más elemental, que es el instinto de supervivencia.
Si se pusiera la misma energía en debates tan estériles como los de la “zorra”, al abordar la peligrosa situación política del país, las cosas irían de otra manera; a mejor.