Después de casi una década de gobierno del partido conservador Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco), los resultados de las elecciones generales celebradas el domingo 15 de octubre podrían hacer entrar a Polonia en aguas turbulentas.
La mayor parte de la prensa occidental ha querido ver una explosión pro-europea, pero los comicios han tenido como principal resultado incrementar el fraccionamiento del parlamento polaco.
Lo que también cabe apuntar es que la participación alcanzó el 74%, un récord histórico en este país de la exórbita soviética, superando ampliamente lo que ya había supuesto un récord en los comicios precedentes.
Pasando a los resultados, es cierto que PiS perdió en torno al 8% de los votos respecto a la última cita electoral de 2019, quedándose en el 35,4% del total.
Pero la oposición liberal y pro-Comisión Europea de Donald Tusk, Coalición Cívica, presentada como la gran vencedora, progresó poco más del 3% para llegar al 30,7%. No puede decirse que fuera una victoria sonada, y además el PiS se mantiene como primera fuerza política del parlamento.
Tusk, ex primer ministro de Polonia y ex presidente del Consejo Europeo, aspira a ser investido con el apoyo de otros dos partidos, el socialdemócrata Nueva Izquierda (que recogió 8,6% de los votos) y una pequeña coalición de centro-derecha llamada Tercera Vía (14,4%).
Por último, encontramos un quinto partido político, Confederación, que defiende posiciones de una derecha dura conservadora en el ámbito social y liberal en materia económica, que recogió el 7,2% de los votos.
De materializarse, la coalición tripartita liderada por Tusk formaría un gobierno débil. El hecho de que el principal elemento de acuerdo de los tres posibles socios sea el rechazo a las prácticas consideradas antiliberales del primer ministro de PiS, Mateusz Morawiecki, ya dice mucho.
Más allá de arrebatar el poder a PiS, que es cierto que ha situado a Polonia contra las cuerdas ante las instituciones europeas, los tres partidos de oposición se encuentran en desacuerdo en prácticamente todo: políticas sociales y familiares (aborto incluido), decisiones económicas y apoyo al sector agrícola nacional (un verdadero punto caliente de la reciente campaña electoral).
El declive relativo de PiS al poder puede explicarse principalmente por la impopularidad de su política de confrontación con la UE, que ha impedido que Polonia explotara todo su potencial en el seno de la Unión y en particular recibiera la lluvia de millones de los planes de relanzamiento post-Covid que Bruselas bloquea.
La creciente urbanización y descristianización del país, con el área metropolitana de Varsovia como exponente más evidente (su PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo se sitúa en el top 10 de la UE) ha hecho también que un grosor notable del voto joven se orientara hacia opciones progresistas.
Aunque parece probable que Tusk consiga formar gobierno, seguro que estará marcado por tensiones internas que podrían ser similares a las que está afrontando el canciller Olaf Scholz con su coalición semáforo en Alemania.
Hay quien ve en el resultado de las elecciones polacas una buena noticia para Europa y una demostración de madurez democrática de un país excomunista. La realidad es más compleja, ya que estos comicios dejan entrever que el problema de la fragmentación política, propia de los países de la “vieja UE” del oeste, comienza también a apoderarse del este.
Lo preocupante es que tras este fraccionamiento de los partidos parece operar también la desvinculación de la sociedad polaca y la pérdida de sus lazos religiosos, culturales y sociales que hicieron un referente mundial en la lucha contra el comunismo.