Aunque los salarios en estos últimos tiempos han ido subiendo, no han sido capaces de recuperar la parte perdida por la inflación. España es, junto a Japón e Italia, uno de los tres países de la OCDE donde ha mejorado menos la retribución salarial. Y también junto a Grecia, Italia y Portugal, España encabeza el grupo de países en los que el salario medio real, es decir, descontada la inflación, se mantiene estancado desde 1990. Por tanto, el PIB crece, pero es lógico que no se noten los efectos de ese crecimiento en la mayoría de la población. Los autoelogios que se hace la ministra Nadia Calviño por el crecimiento del PIB son brindis al sol. Y esto se debe especialmente al problema crónico que tiene la productividad española y, sobre todo, la del total de los factores que es la parte del león del conjunto.
Otro hecho es que España es uno de los países donde la diferencia salarial entre los niveles mínimos y los tops del personal directivo del Ibex 35 son mayores. Y ya no digamos si la referencia se hace en relación a deportistas o cantantes destacados, también no destacados. Lo que reivindican, por ejemplo, las practicantes de un deporte tan deficitario económicamente como el fútbol femenino queda muy alejado de lo que es la retribución salarial de un ciudadano de a pie. De hecho, el mileurismo se ha generalizado, pero no nos sirve para mejorar el índice de competitividad porque España ocupa el puesto 36 en el IMD.
A partir de todos estos hechos se explica que en determinadas profesiones cueste mucho encontrar personal por ejemplo, camareros, determinados vendedores, o teleoperadores porque lo que se paga y el esfuerzo que requiere el trabajo y también las perspectivas de futuro que ofrezcan son muy bajas. Y esto configura una actitud muy desmotivada a ocuparse en estas actividades.
Se trata de un problema complejo, pero que el gobierno en modo alguno contempla porque exigiría abrirle las tripas a la situación y encararse con los aspectos negativos, que no son pocos ni menores. Por tanto, el mito de que la gente no quiere trabajar hay que matizarlo y mucho por los factores apuntados.
Hay otro mito en Catalunya, éste de apariencia económica pero en realidad de razón política. Se trata del déficit fiscal. Y más concretamente de su dimensión. En estos momentos la Generalitat ha salido con la última evaluación que considera que es de un 8,20% del PIB catalán equivalente a 20.200 millones de euros.
Pero, ¿realmente es así?
Un reciente artículo de Martí Parellada en La Vanguardia permite objetivar la cuestión. Este economista es una voz autorizada porque siempre se ha especializado en el ámbito de la economía regional y las balanzas fiscales. En la actualidad es catedrático de la UB y presidente del Institut d’Economia de Barcelona. Lo que formula Martí Parellada es lo siguiente:
- «No hay una sola magnitud que identifique la balanza fiscal». Incluso la Generalitat da más de una estimación. La última publicada se mueve entre un -5,8% y un -8,2%, en un abanico que ofrece cuatro estimaciones.
- Estas estimaciones se realizan bajo un supuesto que no es real, que es que los ingresos y los gastos están nivelados. Por tanto, si se quiere acudir a la realidad debería calcularse la balanza fiscal introduciendo los desequilibrios existentes, y en este caso Martí Parellada señala que la balanza fiscal se movería entre un 2,1% (superávit) y un -8 ,5%.
- Por otra parte, la administración central a pesar de todas sus acciones para pactar la investidura, lleva años sin facilitar la información necesaria para el cálculo de las balanzas. Y esto obliga a la Generalitat a suponer determinados comportamientos económicos para poder dar los resultados del 2019, lo que incorpora un punto de incertidumbre.
- Por último, los criterios que aplica la Generalitat para el cálculo de la balanza fiscal no son compartidos por las demás administraciones. Lo que hace que la comparación de resultados sea improbable.
En resumen, también es necesario matizar este mito. El déficit fiscal existe, pero lo que no está claro es cuál es su magnitud.