Ha tenido que ser la vicepresidenta de la CE, Dubravka Šuica, quien alertara sobre la grave situación demográfica de Europa en general y también de España. Señaló que en las actuales previsiones en 2070 la UE sólo representará al 4% de la población mundial. Pero la alarma puede ser más inmediata si consideramos que ya no llega al 6%. En los años 20 del pasado siglo, en una de las fases expansivas de Europa, esta cifra era del 25%.
Es difícil pensar que pueda existir ningún tipo de liderazgo global de un territorio en el que sólo viven el 4 o el 5% del conjunto de la población.
En este contexto la situación española es particularmente negativa, y de esa lógica no escapa Catalunya.
Por un lado, se encuentran las extensas zonas interiores despobladas, la España vacía. Y por otro, un generalizado proceso en el que coinciden tres factores. Uno es el balance vegetativo negativo que empezó en el 2015. Significa que nacen menos personas de las que mueren. En 2020 fueron de -94.326, pero podríamos pensar que era efecto de la covid. En el año siguiente siguió el signo negativo pero suavizado, -70.736. Todo esto son cifras del primer semestre de cada uno de estos años. Pero para el año 2021, el dato completo de todo el año fue de -155.550, el menor valor de toda la serie histórica. En el primer semestre de 2022 el resultado fue aún más negativo, con una pérdida de -116.167 y para este año la cifra no parece mejorar porque el primer cuatrimestre ya se han perdido -132.045 personas. Este hecho es consecuencia de la baja tasa de nacimientos que se sitúa en 1,19 por mujer y de rebote como consecuencia el envejecimiento de la población.
A estos dos factores, pérdida de habitantes y envejecimiento, se le añade un tercero, la inmigración, que es tan numerosa que permite que al final la población total crezca, pero estas distorsiones tienen un fuerte impacto en la economía porque se está sustituyendo población autóctona por población inmigrada, que tiene un capital humano menor, bien porque la inversión en ellos en sus países de origen es menor, bien porque al inmigrar a España se ocupan mayoritariamente en sectores de baja productividad. Por este lado, pues, sustituimos cantidad de personas, pero no lo hacemos en términos de equivalencia de capacidad productiva y esto comporta un empobrecimiento, como lo hace la progresiva reducción de población autóctona en edad de trabajar.
Por último, la población que se jubila automáticamente reduce su nivel de ingresos de forma sustancial, cuanto más años de vida menos ingresos excepto por el quintil de población más rico en el que esta norma no se cumple. Pero en el 80% restante, ésta es la dinámica. La consecuencia es que empeora el problema crónico que siempre han tenido España y Cataluña de no conseguir productividades equivalentes a la europea y este hecho ayuda a entender que en lugar de converger con la renta de la UE tendemos a alejarnos.
En esta tragedia demográfica también encontramos buena parte de la explicación de un hecho del que están surgiendo alertas de forma continua. Lo hizo el presidente del Banco de España, después el Círculo de Economía y ahora el presidente de CaixaBank, José Ignacio Goirigolzarri, que en el coloquio Nueva Economía Foro en Madrid, alertó del bajo crecimiento del PIB per cápita desde el 2008. A lo largo de todo este período sólo hemos crecido un 1,5% y señalaba que Portugal, que no puede decirse que tenga una economía esplendorosa, lo hizo en un 10%.
A pesar de estas evidencias, el problema de la natalidad y la baja productividad, también vinculada a la inmigración, no forman parte del debate electoral político ni siquiera mediático.
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