Tras la Primera Guerra Mundial, la zona del Trentino, en Italia, quedó tan dañada, que en el Valle de Robereto, por iniciativa del cura del lugar, se puso en un local los nombres y fotografías de todos los miles de muertos de aquella zona durante guerra.
Después, con los restos de los cañones que quedaron esparcidos por la comarca, se llevaron a una fundición, se fundieron y se hizo una campana que cada noche a las nueve y media tocaba en memoria de los caídos en la guerra.
A la campana se le puso el nombre de «María Dolens» (Virgen de los Dolores), aunque popularmente se la conoce como la campana de la paz, y debajo, dos palabras expresaban un deseo: «Mai più» (Nunca más), refiriéndose a los horrores de la guerra.
Este «nunca más» no se cumplió, porque estalló la Segunda Guerra Mundial, y la campana bajo los bombardeos quedó gravemente dañada.
Se volvió a refundir, y esta vez se hizo aún mayor (según los aldeanos, es la campana más grande del mundo). Tiene tres metros y medio de diámetro, cinco metros de altura, y veinticinco toneladas de peso. El pabellón donde se encontraban los nombres y las fotografías de los caídos se restauró y amplió para poner a los nuevos caídos de la Segunda Guerra Mundial.
En la campana hay inscrita una frase de Pío XII que dice: «Todo se pierde con el odio y la guerra. Todo se gana con el amor y la paz».
¡Qué gran verdad! Pero parece que no aprendieron la lección, porque después vino la guerra de los Balcanes, ahora la guerra entre Rusia y Ucrania. Cuánto dolor, tanto físico como moral después de una guerra. Cuántas heridas abiertas, cuánto esfuerzo físico y económico por acabar teniendo un resultado tan doloroso.
Sorprende que una encuesta realizada en 2017 por Naciones Unidas, encargada a una multinacional de la opinión, a la pregunta de si la gente prefería la paz o la guerra, consulta realizada en 117 países de los cinco continentes, un 98,7 % optó inequívocamente por la paz.
Entonces uno se pregunta: ¿Cómo puede que esta minoría ínfima del 1,3% imponga su voluntad a la mayoría del 98,7%? Sencillamente, porque esa minoría tiene el poder económico y político.
Y eso que nos recuerda esta campana, situada sobre una pequeña colina llamada Miravall, con su sonido diario, nos hace presente el mal de la guerra, y lo bien que puede hacer la paz. Y la pregunta clave que podemos hacernos a nosotros mismos, sería esta: ¿Estoy al lado del enfrentamiento y la violencia? ¿O estoy al lado del diálogo y la paz?
Según la opción que tomemos, marcaremos el perfil de nuestra vida. No nos equivoquemos a la hora de elegir. Sólo si elegimos el camino de la concordia, el diálogo y la paz, colaboraremos en hacer un mundo mejor. Valdrá la pena esforzarse por este camino, porque es el único que puede dar un buen futuro a la humanidad.
Según los aldeanos, es la campana más grande del mundo Share on X