Un extraño fenómeno se produce en Europa. Cada vez que un partido considerado por la narrativa oficial como de “extrema derecha” gana unas elecciones u obtiene buenos resultados en las urnas, la postura es la misma: gritar que viene el lobo del fascismo, recordando los “graves peligros” que representa para la democracia y el estado de derecho.
La victoria de la alianza de las derechas italianas capitaneada por Giorgia Meloni y su partido Hermanos de Italia es tan sólo el último ejemplo. Los artículos se acumulan, siempre en la misma dirección: la juventud italiana se va del país, los mercados tiemblan, Putin sonríe. Los calificativos son de copia y pega: post-fascismo, LGBTI-fobia, criminalización de la inmigración, anti-aborto.
Los medios de comunicación han demostrado una incapacidad muy preocupante para entender la realidad del mundo que les rodea
Más allá de las ideas que defienda Meloni, los grandes medios de comunicación han mostrado en estos últimos años una incapacidad muy preocupante para entender la realidad del mundo que les rodea.
El primer caso destacable de ese sesgo fue el trato que recibió Donald Trump desde que presentó su candidatura, y que prosigue hoy aunque ya no sea presidente.
Tras la inesperada victoria electoral de Trump en el 2016, el New York Times admitió que no había sabido captar bien las inquietudes del pueblo norteamericano, e hizo propósito de enmienda afirmando que procuraría dar voces que salieran de la línea editorial progresista del diario.
¡Pero ay! Cuatro años después, Bari Weiss, la columnista más célebre a la que el New York Times había contratado para diversificar la plantilla, dimitió tras sufrir las presiones e insultos que había recibido por parte de sus colegas.
Este caso concreto ilustra el fenómeno general: la prensa cercana a la ideología progresista oficial de los gobiernos occidentales es incapaz de realizar una lectura objetiva de la realidad. Un problema monumental ya que se supone que deben proporcionarnos información para entender mejor el mundo y herramientas para guiar nuestras propias actuaciones.
Volviendo al caso de Italia y Meloni, cuesta encontrar análisis serios que expliquen por qué la candidata ha tenido éxito en las urnas. Por lo general, la atención se fija en el hecho de que tan solo han votado un 64% de los italianos llamados a las urnas, o bien simplemente que Meloni ofrece soluciones falazmente fáciles a problemas terriblemente complejos.
Aunque este artículo no busca explicar las causas del auge de Meloni, sí es necesario subrayar un hecho. Y es que la victoria electoral de los Hermanos de Italia y de sus aliados Salvini y Berlusconi no es la causa de los graves problemas que atraviesa el país, sino su consecuencia.
El corto liderazgo de Draghi fue un fracaso sin paliativos prácticamente en todos los frentes
El contraste entre el tratamiento que recibe Meloni y el que recibió en su día Mario Draghi no podría ser más elocuente. Como Converses explicó en su momento, el corto liderazgo de Draghi ha sido un fracaso sin paliativos prácticamente en todos los frentes (con las cifras oficiales de deuda, crecimiento económico y pobreza en mano).
A pesar de ello, y no se sabe exactamente a través de qué razonamiento, Draghi sigue siendo presentado como el salvador de Italia, mientras que Meloni, que aún no se ha ni siquiera sentado en la silla, es su destructora.
Si Giorgia Meloni encabezará el próximo gobierno italiano es precisamente porque las alternativas de centro-izquierda y centra-derecha (Enrico Letta, Matteo Renzi, Mario Draghi….) a las que apoya la progresía han demostrado repetidamente su fracaso, convirtiéndose en parte del problema y no de la solución.
En España y en Cataluña en particular encontramos exactamente el mismo fenómeno: a pesar de la gravísima degradación en materia de seguridad que sufre nuestro país, los medios “oficialistas” prefieren seguir poniéndose en guardia contra el lobo de la extrema derecha, volviendo a confundir causa y consecuencia.