Una de las graves limitaciones de nuestra sociedad es que, a pesar de que las crisis se acumulan sin solución, los medios de comunicación de forma bastante voluble sitúan el centro de atención en uno u otro tema sin contemplar realmente la dimensión que en cada momento tiene ese problema.
Es lo que está pasando con la llamada viruela del mono que, de ocupar titulares ha quedado absolutamente arrinconada. No puede descartarse en este caso la existencia de presiones y advertencias por parte de los poderosos lobbys LGBTI, que ven en esta enfermedad una especie de estigmatización de sus prácticas, cuando en realidad lo que se indica no es tanto a unas personas, sinó a unas determinadas formas de hacer en las relaciones sexuales basadas en una gran promiscuidad.
Según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU y en su última actualización a 30 de agosto, la viruela del mono ya ha infectado a 50.000 personas en todo el mundo, pero lo más llamativo del caso es que estas infecciones en su 99% se han producido en los países que no están consideradas zonas endémicas.
La viruela del mono tiene especial importancia para España porque en términos relativos es el primer país más afectado y, en términos absolutos, el segundo, solo por detrás de EEUU que tiene una población notoriamente mayor. España representa el 13,1% de los casos de todo el mundo, cuando el equivalente en población solo significa el 0,73%. Estas cifras dan ya una idea de la magnitud del problema que crece sin cesar. En el contexto europeo, el último informe del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del ministerio de Sanidad español, de fecha 30 de agosto, señala que en toda Europa existen 15.335 casos. Es decir, casi una tercera parte del total mundial, pero España por sí sola significa el 43% de los casos europeos.
Cabe preguntarse el porqué de esta magnitud diferencial en el caso español, y la respuesta básicamente hay que buscarla en los grupos donde esta enfermedad se ha extendido de forma extraordinaria, que son los calificados eufemísticamente por los medios de comunicación como hombres que mantienen relaciones con otros hombres.
Naturalmente, la cuestión central no es con la que se mantiene relación, sino en la multiplicación y el anonimato de estas relaciones sexuales. Este es el hecho que ayuda a propagar la epidemia y que hace difícil su control porque el rastreo no se puede llevar a cabo con facilidad. No poner de relieve este hecho, ni ayuda al grupo más afectado, y mucho menos aún al conjunto de la población, porque cuanto más numerosos son los casos más fácil es que estos traspasen de las personas que hacen prácticas de riesgo a otras que nada tienen que ver más allá de una cercanía personal con aquellas.
También cabe añadir que en el caso de España el problema está focalizado en primer término en Madrid y en segundo en Cataluña. Puede observarse cómo la tendencia al alza es una curva que tiene una pendiente prácticamente lineal desde el 4 de julio, desde entonces su ascenso ha sido elevado e ininterrumpido. La comunidad de la capital acumula 2.249 casos. Es decir, la tercera parte del total. Cataluña le sigue en proporción y concentra cerca del 25% de los casos, cuando la población catalana solo significa el 16%. Y ya a mucha distancia la que es la comunidad más poblada, Andalucía.
Por tanto, hay dos factores clave en la identificación del problema: las prácticas de riesgo homosexuales basadas en la promiscuidad y la concentración en Madrid y especialmente en Barcelona. De hecho, se están produciendo de forma muy regular unos 100 casos diarios. En julio se declararon algo más de 3.000 y una cifra ligeramente superior a ésta en agosto. Este goteo de 100 casos puede mantenerse durante tiempo, a menos que la contención de los brotes sea posible, lo que hasta ahora no ha ocurrido. De mantenerse este ritmo, estaríamos incrementando 3.000 casos cada mes y eso es realmente una amenaza.
La aprobación de la vacuna es un paso adelante y la prueba que se hará de inyectar dosis menores, pero suficientes para aumentar su eficacia, si funciona, puede contribuir a reducir el problema, pero no lo erradicará porque es una acción que se llevará sólo sobre las poblaciones de riesgo y que tiene un indudable carácter voluntario, y una parte de la gente que practica sexo con otros hombres no tiene ningún interés en señalarse. Por otra parte, esta vacuna, como otras, atenúa los efectos de la enfermedad, pero no la esteriliza y, por tanto, no evita el contagio. Se elimina la sintomatología y se reduce la carga viral y esto dificulta la transmisión, pero no la erradica por completo. En consecuencia, es un paliativo, sin embargo, no la respuesta.
Atención al futuro de la viruela del mono. Por el momento ha venido y tiene todo el aspecto de querer quedarse. Una nueva epidemia a añadir a nuestros malos precedentes.