Es evidente que la cumbre de la OTAN en Madrid ha significado un reforzamiento del presidente del gobierno español y de su liderazgo. Ha logrado sobradamente las ansiadas fotografías con Biden y con muchos líderes mundiales. Las dos cenas en magníficos escenarios han dado imágenes que pueden considerarse sin excesos como históricas. Pero, a pesar de estos hechos, está por ver que sus consecuencias sobre la política española y las perspectivas electorales sirvan para revertir la progresiva caída del actual gobierno.
En los acuerdos finales planea un interrogante sobre si Ceuta y Melilla están realmente bajo el escudo protector de la OTAN o no. Para algunos medios claramente alineados siempre con el gobierno, como La Vanguardia, la respuesta es un rotundo «sí», como muestran los titulares de la primera página del 30 de junio. Sin embargo, la lectura del texto deja abierto el interrogante. En concreto la frase que se utiliza para justificar que aquellas ciudades geográficamente africanas están bajo el escudo de la OTAN se encuentra en el punto 20 del texto acordado: “preservar la soberanía y la integridad del territorio de todos los aliados y prevalecer contra cualquier agresor”. No hay, por tanto, una referencia explícita a las dos ciudades y por tanto nos encontramos ante una concesión que a la hora de la verdad será interpretable en función de las circunstancias políticas. He aquí algunas claves para interpretar la situación:
Sigue viva, y no es para menos, la polémica por las decenas y decenas de muertos en la valla de Melilla. Es un problema para el gobierno que durará tiempo porque han intervenido Naciones Unidas, la fiscalía española, es tema del Congreso de los Diputados que además contará con un fuerte empuje para los habituales aliados de Sánchez.
Demoledora fue la coincidencia de la cumbre con el anuncio de una inflación que alcanza en términos interanuales al 10,3%. Una cifra jamás vista desde la década de los 80 (1985), con lo que significa de grave deterioro de las condiciones de vida para una mayoría de la población.
Por último, se ha confirmado la nueva ola de covid, y España irá por la séptima, algo también insólito en Europa. La cumbre se calcula que llegará durante la tercera semana de julio y ya es una evidencia de que al déficit estructural de la sanidad pública se le añadirán las vacaciones del personal sanitario dando lugar a un escenario muy peligroso porque la atención médica estará bajo mínimos. Como siempre todos los enfermos de otras patologías serán los principales perjudicados, y todo ello afectará a decenas de miles de familias en toda España.
El acuerdo llevado por Bildu de incorporar en la “memoria democrática” el período que va hasta 1983 y, por tanto, incorporar en el mismo toda la transición y el primer año de mandato de Felipe González constituye un precedente que cambia radicalmente el relato sobre nuestra democracia, porque considera que bajo la transición se siguieron cometiendo crímenes franquistas y esta mancha se extiende al propio Felipe González.
Este hecho, obviamente, no es accidental. Significa que Sánchez ha dicho sí a la tesis de siempre de la izquierda vasca, antes de ETA y ahora de Bildu, que la transición y el propio gobierno de Felipe González continuó persiguiendo injustamente a los vascos. En el foco el GAL y las implicaciones con el primer gobierno socialista. Naturalmente, esta nueva concesión de Sánchez remueve las filas del PSOE más clásico y evidentemente no servirá para mejorar las relaciones con el más importante líder del socialismo español, Felipe González.
En el marco de estos vectores clave es necesario situar el nuevo relato del presidente del gobierno, presentándose como víctima de las grandes fuerzas económicas porque actúa como defensor de la gente más necesitada y de las clases medias. Este discurso, que ya empezó en el momento de presentar las medidas, lo profundiza ahora acusando al PP y Vox de no ser partidos independientes, sino de estar al servicio de esa oscuridad. Es un discurso deslegitimador muy radical que puede tener consecuencias sobre el funcionamiento de la democracia, pero al mismo tiempo está por ver que tenga efecto electoral, que en último término es su pretensión. Para muchos analistas Sánchez se encuentra en la misma situación de Felipe González en 1994 y Rodríguez Zapatero en el 2011, prisionero de una profunda crisis económica y rodeado de una serie de problemas que agravan su capacidad de resistencia política.