¿De qué es síntoma la situación actual del catalán? Pues al menos de dos hechos. El primero es su retroceso como lengua de uso social, y sobre todo en su valoración colectiva, que en nuestro caso es tan importante como el uso que se haga del catalán. Porque es evidente que al lado del castellano, una de las grandes lenguas globales, y el inglés de uso generalizado, nuestro pequeño dominio lingüístico sólo se puede mantener si la lengua es percibida como social y culturalmente valiosa.
Fue precisamente este factor el que permitió durante el franquismo que el catalán se mantuviera e incluso ganara prestigio a pesar de estar erradicado, no ya del ámbito oficial sino de la enseñanza, y con serias limitaciones en su uso en publicaciones. Pero aquella situación en la que los castellanohablantes veían al catalán como una lengua de promoción, se ha ido desvaneciendo hasta perderse.
Hoy las encuestas del mismo departamento de enseñanza señalan que la asignatura que merece menos consideración por parte de los alumnos es la de lengua catalana, mucho peor con una valoración, como asignatura, claramente inferior a la del castellano. Por tanto, a pesar de ser contado, las cuestiones cuantitativas no son suficientes. Ni en la escuela ni en la sociedad. El hecho de que una administración tan grande y de acceso generalizado, como es la de la Generalitat, sea casi monolingüe en todo lo que significan tramitaciones, no le ha otorgado mayor relevancia a nuestra lengua. Por otra parte, es evidente que determinantes cuerpos de la administración, como los de los Mossos d’Esquadra, tienen un uso muy limitado del catalán en sus relaciones interpersonales en el ámbito del desarrollo de su misión.
El caso de TV3 muestra claramente la dimensión del problema. Esta televisión, la que tiene un mayor coste por punto de audiencia que el de todas las demás televisiones, nació con la misión fundamental de normalizar el uso del catalán. Y normalizarlo significa extenderlo. Llegar a los hogares que tienen el castellano como lengua de uso. Pero ya hace años que este objetivo de país ha pasado a segundo plano para servir a otro estrictamente ideológico, que podríamos etiquetar para entendernos como del “progresismo independentista”.
TV3 se ha acostumbrado a vivir en un nicho de mercado, por cierto cada vez más envejecido, limitado a los catalanohablantes y mayoritariamente de padre y madre catalana, el núcleo fuerte del independentismo. Como las audiencias están muy fragmentadas entre la multitud de canales, esta opción le permite exhibir una primera posición relativa, que significa que llega al 15% como mucho de la población que tiene en el catalán su vehículo habitual tanto fuera como en casa, y que participa de determinadas ideas. Al mismo tiempo, ha renunciado, siempre en nombre de la audiencia, a dotar de un nivel de calidad cultural a la programación. TV3 promueve el desierto cultural de calidad. En definitiva, por razones políticas, ideológicas, se ha renunciado a lo que era la misión fundamental de extender la lengua y la cultura catalanas.
Y ésta es la segunda cuestión en el ámbito político. El independentismo del proceso no nos ha llevado a ningún sitio desde el punto de vista del autogobierno, pero en su viaje circular ha destruido todos los consensos básicos del país, empezando por uno esencial que era el de la lengua. Hoy es imposible entender que se puedan producir acuerdos como los que se dieron en el período de gobierno de Jordi Pujol, porque el partidismo, la ideología, prima por encima del hecho que caracteriza a Catalunya. Su idioma.
Todo esto se constata ahora con la dificultad para consensuar la nueva ley del catalán. Primero se descolgó JxCat del acuerdo establecido con ERC y el PSC. Ahora, tras varios estiras y aflojas, con la reintegración de JxCat a la negociación del acuerdo para reformar la Ley de Política Lingüista, es el PSC quien comienza a dar marcha atrás. Concretamente, el secretario general del PSC, Salvador Illa, ha manifestado que “no la vemos (refiriéndose a la última propuesta sobre la modificación de la ley). Nos mantenemos donde estábamos, somos de fiar y respetamos lo que firmamos. Siempre hemos dicho que deben cumplirse las resoluciones judiciales, que el catalán debe ser la lengua central, el centro de gravedad y que defenderlo no debe querer decir ir contra el castellano”.
Por tanto, lo que parecía la recuperación del acuerdo con el digamos regreso de JxCat, en realidad vuelve a abrir el melón de la discordia entre estos partidos y sigue manteniendo en el tejado el acuerdo sobre el catalán. Cabe subrayar que, además, estas conversaciones que agrupan a la mayoría de la cámara, dejan fuera a partidos que se han excluido de todo interés por esta cuestión, porque su posición es abiertamente contraria, como es el caso de Cs, PP, muy alejado en Cataluña del galleguismo amable que predica Núñez Feijó, y obviamente Vox, que es partidario de un monolingüismo basado en el castellano.
Comparar este escenario con aquel que existía en el período autonómico de los años 80 y 90 y los grandes acuerdos que se produjeron en el Parlamento, sólo puede hacer pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Es un signo de fracaso.