Putin y la crisis actual de Ucrania en su contexto histórico y geopolítico

Vladimir Putin es el autor de esta frase: «El peor desastre estratégico del siglo XX ha sido la desaparición de la Unión Soviética»

La URSS desapareció del mapa en 1991, tras la caída del Muro de Berlín en 1989. A su implosión siguió la creación de quince nuevos estados independientes y de una débil confederación o alianza de sólo once de las quince ex repúblicas soviéticas, llamada Comunidad de Estados Independientes (CEI), siendo la Federación Rusa, de largo, la más importante.

Se entiende que aquella frase haya podido ser pronunciada por un exteniente coronel ruso del KGB, la terrible policía secreta soviética, de la que Putin fue miembro durante dieciséis años. Hoy es el presidente de una Rusia autoritaria que añora la antigua URSS y ambiciona recomponer sus viejas fronteras y zonas de influencia.

La frase de Putin tiene una segunda lectura: «Si yo, Vladimir Putin, hubiera estado al frente de la URSS en los momentos de su desaparición, y no Gorbachov, no habría pasado». También una tercera lectura: «Pero el asunto no está cerrado».

Que el asunto no está cerrado y que la situación geopolítica creada con la desaparición de la URSS debe reconsiderarse, Vladimir Putin lo empezó a declarar abiertamente  en 2007, siete años después de haber llegado a presidente de la Federación Rusa. Fue reelegido en 2004. La existencia de límites de mandato constitucional impidió que se presentara a un tercer mandato presidencial consecutivo en 2008. Dmitri Medvedev, el candidato ganador, en una jugada pactada y combinada con Vladimir Putin, le nombró primer ministro . En 2011 Putin anunció que se presentaría a un tercer mandato no consecutivo y ganó las elecciones en 2012. Hoy todavía ocupa el cargo de presidente y, gracias a varios cambios introducidos últimamente en la legislación electoral rusa, puede seguir ocupando este puesto todavía varios años más.

En 2007, después de haber contemporizado abiertamente con Occidente (Rusia incluso ingresó en el G-7, convirtiéndose en G-8, hasta la posterior expulsión de Rusia y el regreso al G-7), Vladimir Putin quiso exponer públicamente sus ideas revisionistas sobre el statu quo geopolítico europeo y mundial. Decidió hacerlo a la reunión anual de la Conferencia de Seguridad de Munich, un evento que se celebra cada año, desde 1963. Se trata del foro independiente más importante para el intercambio de puntos de vista entre los responsables de la toma de decisiones sobre políticas de seguridad internacional.

Allí Vladimir Putin lanzó un ataque  durísimo e inesperado  contra la arquitectura de seguridad mundial vigente, concebida por los poderes occidentales. Declaró que la expansión de la OTAN hacia el Este era un acto de traición contra Rusia y acusó a Estados Unidos de causar una “desestabilización global”. Según Putin, “el famoso orden liberal internacional“ posterior a la Segunda Guerra Mundial no era más que “una manera inaceptable de proyectar la voluntad norteamericana de dominar el mundo”. Denunció “traiciones cometidas” contra la URSS (Rusia se considera su heredera) antes y después de su desaparición en 1991.

Putin fue a Múnich a hacer saber a sus homólogos occidentales que Rusia tenía la determinación de acabar con el orden liberal unipolar posterior  a la guerra fría (1945-1989) y a la desaparición de la URSS. La anexión de Crimea (considerada por Putin tierra rusa desde siempre, más allá de ser regalada por Kruschev a Ucrania en 1954, todo quedaba dentro de la URSS), la guerra civil en las regiones del este de Ucrania, la intervención rusa en Siria y la crisis actual de Ucrania  no tardarían en llegar.

Dos relatos se encuentran en la base de la determinación reivindicativa de Vladimir Putin:

a) según él, las concesiones geopolíticas de Gorbachov a Occidente “fueron hechas con engaño y a cambio de nada” (moralidad: debemos recuperar lo que es nuestro), y b) las trágicas experiencias del derrumbe de la URSS vividas por él junto a un  Boris Yeltsin  (al que desprecia)  a lo largo de los años noventa  del siglo pasado, no se pueden volver a repetir (Putin fue el sucesor de Yeltsin, después de haber sido  su primer ministro  y jefe de los servicios secretos). La situación vivida por una “Rusia” de “rodillas, humillada y arruinada” nunca debería haberse producido. La incompetencia de Boris Yeltsin y la perfidia de Occidente son culpables.

En junio de 1989 el sindicato polaco Solidarnosc desplazó del poder con las urnas al Partido Comunista de Polonia. Mijail Gorbachov, entonces presidente de la URSS, no envió tanques, a diferencia de lo que había hecho Nikita Kruschev en Hungría en 1956 y Leonidas Breznev en Checoslovaquia en 1968. Gorbachov renunció a la doctrina Breznev -según la cual la URSS impediría que un país socialista abandonara el sistema- e inició la liquidación del orden establecido en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Aceptó después del derribo del muro de Berlín y la reunificación de Alemania. Toleró el final del Pacto de Varsovia y la disolución de la URSS en diciembre de 1991. Según Putin, podía haber evitado cada uno de estos hechos utilizando la fuerza, pero se negó a hacerlo. «Si lo hubiera hecho, el Pacto de Varsovia hoy en día todavía existiría».

En el proceso descrito se añade más adelante la ampliación de la OTAN.

Aunque históricamente es una cuestión controvertida, Gorbachov insistió en que Estados Unidos y Alemania le garantizaron que si aceptaba la permanencia de la Alemania reunificada en la OTAN, ésta no se expandiría hacia el Este. Los rusos se preguntan cómo Gorbachov no exigió una garantía escrita en una cuestión tan capital. Es obvio que los antiguos miembros del Pacto de Varsovia y varias de las ex repúblicas soviéticas deseaban ingresar en la Alianza Atlántica, quedando así al margen de las ambiciones de Moscú. Pero no es menos cierto que Rusia percibió su ingreso como un agravio, hubiera o no promesa de no ampliación. La consecuencia del proceso de desistimiento protagonizado por Gorbachov y la forma en que Occidente lo explotó resultó en una Rusia “humillada y ofendida”, que recuerda la situación de Alemania ante un “armisticio tramposo” un “apuñalamiento” por la espalda“, posteriormente a la Primera Guerra Mundial.

Lo que él está pidiendo con la crisis de Ucrania es la necesidad de una recomposición del orden europeo y mundial, un nuevo Yalta, ya que piensa que los acontecimientos producidos entre 1989 y 1991 lo merecían

Por tanto, según Vladimir Putin, el proceso de recomposición del orden europeo y mundial se cerró en falso a partir de los eventos producidos entre 1989 y 1991. Lo que él está pidiendo con la crisis de Ucrania  es la necesidad de una recomposición del orden europeo y mundial, un nuevo Yalta, ya que piensa que los acontecimientos producidos entre 1989 y 1991 lo merecían. Y no ocurrió, a diferencia de lo que se hizo con el Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón, con la Conferencia de Versalles después de la Primera Guerra Mundial o con la serie de conferencias que van desde Yalta a Potsdam para ordenar el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.

El nuevo orden debería haber formalizado los límites de expansión de la OTAN y el estatuto de Crimea, entre otras cosas. En 1999 se produjo la primera ampliación de la OTAN con la entrada de Polonia, Hungría y Checoslovaquia (ex-Pacto de Varsovia). Siguió la entrada de los tres países bálticos (ex-URSS). Y después se abrió la puerta de la OTAN a Ucrania y Georgia (ex URSS). Rusia lo consideró líneas rojas. Allí empezó la reacción de Putin. Lo hizo  usando la fuerza contra Ucrania y Georgia, anexionándose Crimea y promoviendo diversas repúblicas prorrusas tanto en Ucrania (regiones del este) como en Georgia (Osetia del Sur y Abjasia). Occidente impuso fuertes sanciones económicas a Rusia.

Los reiterados llamamientos de Gorbachov para edificar una “casa común europea” fueron ignorados.

Si hubiera habido ayuda para la perestroika, algún tipo de asociación entre la UE y Rusia, y la no ampliación de la OTAN, habría generado confianza estratégica y con ella una base sólida para una relación no conflictiva con Rusia a largo plazo. El intento de la UE en 2014 de atraer a Ucrania, desbaratando la Unión Euroasiática promovida por Rusia, fue entendido por Putin como un primer paso hacia la integración de Ucrania en la OTAN. La gran mayoría de los rusos no aceptan lo que supuso para Moscú la pérdida de todas las conquistas hechas desde Pedro el Grande, a principios del siglo XVIII, y Putin sabe que tiene detrás ese sentimiento mayoritario.

Ucrania es el agravio más desgarrador de todos. Rusia se siente arrinconada por la reducción progresiva de su espacio de seguridad y Ucrania es su línea roja. El objetivo de Putin no es anexionarla, sino evitar su salida de la esfera de influencia del Kremlin. Ucrania tiene una gran carga simbólica para Rusia. Su independencia es percibida en Rusia como una amputación. El primer gran imperio ruso y la primera forma de gobierno consolidada en Europa oriental fue el “Rus” de Kiev, que surgió en la capital ucraniana a mediados del siglo IX. Ucrania fue el objeto central de un conflicto iniciado en el siglo XV entre Rusia y Polonia. Se cerró en 1649, cuando Ucrania decidió decantarse hacia Moscú en lugar de hacerlo hacia Varsovia. Rusia y Ucrania llevan tres siglos unidas. Los orígenes de Rusia pueden situarse, por tanto, en Kiev. Es a partir de este origen que comienza la expansión eslava contra los mongoles y turcos que van dando forma a la Rusia actual.

También hay que tener en cuenta que el estado ucraniano está formado por dos partes substancialmente diferentes.

De Kiev hacia el este es un territorio mayoritariamente de lengua y cultura rusa, que se siente vinculado a Rusia. Las regiones  del este Donetsk y Lugansk se han separado de Ucrania en referéndum organizado  con el apoyo ruso, y se querrían incorporar a Rusia. La parte occidental del territorio ucraniano mira a Occidente, porque ha estado históricamente más vinculado al imperio polaco lituano y al imperio austrohúngaro. La ciudad de Luiv, la antigua Lemberg, es la capital de la antigua  provincia  austríaca de  Galitzia. En el siglo XIX se decía que Europa iba “de Galitzia” (Imperio austríaco) a Galicia” (España)”.

La UE no puede quedar marginada por los contactos directos entre Rusia y Estados Unidos para solucionar la crisis de Ucrania.

La UE debe seguir apoyando todos aquellos formatos diplomáticos para la resolución del conflicto, como el Cuarteto de Normandía, un grupo de contacto informal formado por Francia, Alemania, Rusia y Ucrania. También es de gran importancia el grupo de contacto Trilateral, compuesto por Ucrania, Rusia y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que dio lugar al Protocolo de Minsk. Además de apoyar estos formatos, la UE debe permanecer unida y hacerse escuchar. La UE debe estar representada de forma efectiva en unas negociaciones para llegar a un acuerdo.

A pesar de la complejidad del panorama, un entendimiento se vislumbra en el horizonte.

Estados Unidos y Occidente pueden entender que Rusia no acepte una Ucrania miembro de la OTAN y que Rusia tiene fuerza para impedirlo. La balanza de fuerzas se decanta del lado ruso y ante esto la respuesta realista es la “finlandización” o neutralización, es decir, aceptar que Ucrania pertenece a la esfera de influencia rusa. Los principales estrategas estadounidenses ya coincidieron hace tiempo que era un grave error intentar llevar a la OTAN hasta las fronteras de Rusia. Se podría llegar a un acuerdo según el cual Ucrania de facto nunca entraría en la OTAN y se evitaría el conflicto bélico entre Rusia y Occidente. Los aliados occidentales, con la participación activa de Francia y Alemania, permitirían que Ucrania formara parte de la esfera de influencia rusa, sin entrar en la OTAN, pero también sin perder su independencia, con derecho a la democracia y a acercarse a la UE. Rusia ha dejado entender que podría haber posibilidad de acuerdo si Ucrania aplica las cláusulas del Acuerdo de Minsk referidas a la estructura federal del país, que prevén la concesión de amplias competencias a las regiones orientales prorusas, incluida la de vetar el acceso de Ucrania a organizaciones internacionales. O si Ucrania adopta una reforma constitucional declarándose país neutral.

El problema de Ucrania podría tener una solución ya utilizada en el pasado con los casos de Finlandia y Austria. Se trataría de una neutralización militar del país y de una economía pactada y abierta a los dos bloques. Esta solución ha traído paz y prosperidad a fineses y austríacos.

La actual crisis de Ucrania puede interpretarse como una jugada calculada de Putin para conseguir que Rusia vuelva a ser reconocida como gran potencia geopolítica en un nuevo orden mundial naciente de carácter multipolar. En caso de que Putin se decidiera a invadir Ucrania, las consecuencias negativas para Rusia de las represalias económicas podrían ser devastadoras, y él lo sabe. Su economía es vulnerable. El PIB de Rusia es comparable al de Italia. Algunos analistas califican la economía rusa de “califato energético”. Su población es escasa y decadente. De lo que dispone Rusia en abundancia es territorio, recursos naturales y un aterrador arsenal nuclear, aunque bastante obsoleto.

La mayoría de analistas creen que Putin no invadirá Ucrania, que sus movimientos de tropas forman parte de una jugada calculada y que la neutralidad de Ucrania será parte esencial de un acuerdo al que podrían llegar pronto todas las partes implicadas.

Mientras, la maquinaria diplomática sigue trabajando.

El 26 de enero se han producido importantes eventos. Por un lado, Joe Biden ha ofrecido por escrito a Vladimir Putin «un camino diplomático serio» en su carta de respuesta formal a las garantías que Moscú exige como condición para poner fin al conflicto originado por la acumulación de más de 100.000 soldados rusos en las fronteras con Ucrania. Las condiciones de Putin son que la OTAN renuncie a incorporar a Ucrania como miembro de la Alianza y que los aliados reduzcan su presencia en el Este de Europa. Washington y la OTAN lo rechazan. Pero Biden y sus socios vuelven a subrayar su apuesta por la paz y afirman que ahora depende de Rusia «el camino a seguir». El segundo evento es la reunión maratoniana (ocho horas de duración) del Cuarteto de Normandía, con representantes de Francia, Alemania, Ucrania y Rusia, mantenida en el palacio del Elíseo de París. Al término de la reunión se ha reafirmado la vigencia de lo pactado en Minsk y el apoyo de todos a un «respeto incondicional del alto el fuego». Según el ministro francés de exteriores, se están poniendo los resortes para «poner en marcha el proceso de desescalada».

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