Cataluña presenta un nivel de vacunación inferior al del conjunto español, un 77%, mientras que en España se supera el 80%. Pero este hecho no acaba de explicar el porqué esta ola se está desarrollando con mayor intensidad, sobre todo si además se compara con las cifras de Madrid, que es otro gran centro urbano.
El viernes de la semana pasada se registraron 19 muertos y esta cifra parece ser la incidencia diaria. Nos acostumbramos a todo, pero hace falta decir que son muchas muertes. Hasta el 12 de diciembre, la mortalidad semanal se situaba en torno a las 60 defunciones y parece que nos mantendremos por encima de esta cifra en los días que vienen.
La realidad es que desde marzo de 2020 en Cataluña han muerto 24.286 personas. Es una catástrofe. Desde la Guerra Civil nunca se han dado tantos muertos en tan poco tiempo. Pero el gobierno y la sociedad viven al margen de esa mortalidad. Es un mal indicador no sólo de sensibilidad, sino también de precaución. La mayoría de estas muertes, 15.500, ocurrieron en los hospitales y centros sociosanitarios, 4.659 en las residencias, y ésta sí que es una buena noticia porque quiere decir que se ha frenado la gran mortalidad ocurrida en la primera ola. El riesgo de rebrote (EPG), que mide el potencial de crecimiento de la epidemia, está disparado y supera los 1.000 puntos. Por tanto, ya está por encima de lo que significaron la segunda y tercera ola, que como mucho llegaron a los 975 puntos el 24 de octubre de 2020. De hecho la velocidad de propagación (Rp) fue el último día de la pasada semana de 1.65, muy alto porque significa que cada persona puede infectar a 1.65, es decir, más de 3 infectados por cada 2 personas con capacidad de contagiar. Este valor significa que la transmisión comunitaria está descontrolada y pone de relieve la imprevisión del departamento de Sanidad y su incapacidad crónica de realizar un seguimiento de los casos.
De hecho, se produce la paradoja de que ahora se ha reimplantado la cuarentena, cuando en realidad nunca debería haberse levantado porque toda persona que diera positivo o que estuviera afectada debería haber quedado fuera de la circulación, porque es un agente de contagio. Recordemos que las vacunas actuales protegen a la persona, pero no impiden que ésta sea portadora. Pero se ha preferido mirar hacia otro lado.
Los poderes políticos en Cataluña y en Madrid parecen obsesionados en abandonar a la mínima de cambio la sensación de que el problema ha terminado. El resultado es que este tipo de Dragon Khan de subidas y bajadas, lo que hace es desgastar y desmoralizar a la población. Lo que era necesario es encarar a la gente con que viviremos en una situación pandémica hasta que no desaparezca el coronavirus o dispongamos de un arsenal médico suficiente para que el contagio tenga escasa repercusión. Y por tanto, como personas maduras y adultas debemos vivir de acuerdo con determinadas restricciones que deben producirse de manera estable y conocida. Y el gobierno tiene la obligación de tener un sistema de prevención y alerta, es decir, un control de los contagios comunitarios lo suficientemente bueno y no inexistente como hasta ahora.
La positividad, es decir el porcentaje de PCR y otros test positivos sobre el conjunto de las pruebas, es de 11,40%, lo que indica la magnitud de la propagación. La ventaja de la menor violencia de la enfermedad, gracias a la vacuna, hace que los hospitales y las UCI lo soporten mejor. Ahora, en las unidades de graves la cifra se acerca a las 300 personas, una magnitud similar pero inferior a la que había hace un año, cuando se llegó al 25 de diciembre con 333 enfermos de Covid en la UCI.