Publicado en La Vanguardia 15-11-2021
Las agresiones sexuales se han multiplicado en España. Este año han crecido un 30,6%. Catalunya ocupa el primer lugar con 462, lejos de las 212 de la comunidad autónoma más poblada, Andalucía, y de las 204 de Madrid: la reciente y criminal agresión sexual a una adolescente en Igualada es, a pesar de su brutalidad, un suma y sigue.
Pero ¿cómo es posible? A pesar de años de adoctrinamiento, manifestaciones, leyes, recursos económicos y policiales, relatos reiterados en los medios de comunicación, las agresiones sexuales se multiplican. La señal es clara: indica el gran fracaso de las políticas públicas emprendidas y de la cultura que domina nuestra sociedad, la cultura de la desvinculación que pretende que la realización personal consiste en la satisfacción de la pulsión del deseo, sobre todo sexual, por encima de cualquier otra consideración. Esto y su conversión en una cuestión política determina la extendida adicción, dominación y dependencia del sexo, que en demasiadas ocasiones culmina en violencia.
A diferencia de las otras grandes pasiones surgidas de la condición cultural del ser humano, el sexo es primariamente animal en una especie que ya no posee el control natural del periodo de celo. Por este motivo, todas las civilizaciones importantes han dedicado una especial atención a su encauzamiento y control… menos la nuestra a partir demediados del siglo pasado. Al contrario, aquel impulso animal se encuentra continuamente sobre estimulado por la cultura y el mercado.
A todo esto le han llamado libertad. ¿Pero es así? La periodista Milagros Pérez Oliva se preguntaba semanas atrás en El País si los actuales patrones sexuales son mejores para las chicas. Su respuesta era más bien desfavorable, porque la aproximación de la mujer al sexo es sustancialmente distinta a la del hombre, pero esta es la que impera como cultura y práctica sexual.
Es un diagnóstico cierto. La liberación de la mujer consiste en asumir el rol del impulso del macho de la especie. Debe responder siempre afirmativamente al aquí te pillo, aquí te mato, y es una estrecha cuando no responde en estos términos. El aborto masivo, a pesar de la abundancia de medios para evitar el embarazo, es otra consecuencia de aquella dinámica sexual, que falsea la igualdad buscando asemejarse al patrón masculino. Resultado: 100.000 seres humanos abortados en España, casi 22.000 en Catalunya en un año. Son cifras que deberían conmovernos. En mi blog Tras la Virtud de La Vanguardia digital, trato con más detalle esta cuestión.
La obsesión sexual desborda a esta sociedad, que ha integrado la prostitución y la pornografía desde la edad infantil con un consumo nunca visto. Ha asumido las relaciones sexuales en la adolescencia, abandonada a sus impulsos socialmente estimulados. La promiscuidad es celebrada a pesar de los daños que ocasiona, y a su rebufo se extienden nuevos desórdenes como el chemsex. En este contexto moral, ¿quién puede sorprenderse de la progresiva desaparición del matrimonio como vínculo fuerte, y con él la caída de la natalidad? Lo que impera son las relaciones pasajeras, cuando no fugaces, la abundancia de infidelidades y, en determinados casos, el ansia de posesión que termina en violencia. Lo que importa es la obtención del placer ahora mismo, sin más, sustituyendo la construcción del amor por el solo sexo, que tiene en la variación un acicate, sobre todo en el hombre.
Las parafilias, exhibicionismo, fetichismo, masoquismo y sadismo sexual, travestismo, voyeurismo y demás fantasías no solo rehúyen el tratamiento para su superación, sino que tienen reconocimiento social y político, y, como todo lo demás, una adecuada explotación por el mercado.
En esta cultura dela sociedad desvinculada, en la que la furia sexual es el resultado de deformaciones personales y excesos de estímulos, donde la virtud es escarnecida, ¿cómo no va a explotar más y más la violencia sexual? Es como conducir un coche a toda velocidad sin frenos y sin tragedias. Es imposible.
Mientras todo esto sea considerado normal y nuestros dedos no señalen su fragilidad viciosa, la violencia sexual contra la mujer será la norma.
En el trasfondo se encuentra la pérdida del amor, que es la búsqueda del bien del otro. Y si no hay amor, al menos que exista respeto a la dignidad de la mujer, porque no todos los hombres habitan el mundo de la misma manera.