Ahora ya llevamos años de lidia a favor de la independencia, si bien el cambio de clímax ha sido notorio. De la independencia exprés en 18 meses y las “pantallas pasadas” como expresión despectiva hacia las reivindicaciones autonómicas, hemos pasado a un independentismo de generaciones futuras y a una política, como está demostrando ERC, que es autonomista y de perfil bajo.
Seguramente, detrás de este cambio está el reconocimiento por parte de las direcciones políticas de que la barrera para hacer prosperar a la población favorable a la independencia es difícil de romper y la mejor verificación es su inmovilidad a lo largo de los años transcurridos que, como mucho, registran pequeñas fluctuaciones del sí y del no y que más bien tienden a favorecer a esta segunda opción.
La razón fundamental de estos bloques tan consolidados hay que buscarla no en la política, sino en la lengua y la estirpe. El 55,2% de los partidarios de la independencia han nacido en Cataluña. Por el contrario, un 38,4% que tienen esa condición es desfavorable a la misma. Constatamos que incluso en este grupo las diferencias entre unos y otros no son arrolladoras. De hecho, en sociología se considera que toda diferencia que no sea superior a una proporción 60-40 no es hegemónica. Pero es que, en relación a los nacidos fuera de Cataluña, la distancia en términos opuestos a la anterior sí es muy grande. El 72% son partidarios del no y el 21% partidarios del sí. El resultado de estos dos colectivos agregados determina siempre el éxito de quienes se oponen a la independencia.
Sin embargo, podemos hilar más delgado. Sólo entre los catalanes que tienen padres y abuelos nacidos en el propio país, una estirpe de tiempo, la hegemonía del “sí” es clara: 79,1% favorable y 14,5% contrario. En otros términos, un país sin inmigraciones, al menos a partir de tercera generación, tendría posibilidades de una reivindicación independentista realmente imparable. Pero claro, ésta no es la realidad y las condiciones desfavorables comienzan muy pronto porque si padres y abuelos han nacido fuera, los términos prácticamente se invierten: 74,5% favorables al “no” y 19,4% favorables al «sí». Pero en realidad el núcleo estratégico de la cuestión se concentra en los nacidos en Cataluña, pero de padres y abuelos foráneos, porque en este grupo el “no” gana claramente, 62,5%, por un 31,6% favorable al “sí ”.
Este análisis sobre el nacimiento es determinante y tiene un correlato con su propia lengua: si es el catalán, el castellano o ambas. Atención, lengua propia significa que es la que emplea habitualmente y por tanto no implica a aquellos que conocen perfectamente bien el catalán, incluso lo pueden leer y escribir, pero que en su ámbito de relación más habitual y familiar no lo utilizan o lo hacen de forma indistinta con el castellano. Entre el 75% y el 80,5% de quienes tienen el catalán como lengua propia son partidarios de la independencia. Por tanto, cambiar políticamente esta situación se revela como altamente improbable, porque no afecta tanto a las ideas como al sentimiento vital de la estirpe.