Las bullangas de Cataluña, que han tenido una especial intensidad en Vic con el asalto a la comisaría de los Mossos y en Barcelona con incendios y robos de tiendas, hacen patentes dos cosas.
Una, la debilidad de representatividad con la que salieron los partidos políticos de las pasadas elecciones. La extraordinariamente baja participación, que algunos intentan hacernos creer que es «normal», tiene una consecuencia evidente: la gran mayoría de la gente queda fuera de las respectivas posiciones políticas, unos por la obvia razón de que votaron a otros partidos , y del orden del 48% de los electores porque se abstuvieron o votaron blanco o nulo.
La otra característica son los graves interrogantes que se abren, tanto por cómo se puede configurar el nuevo gobierno, como por su operatividad posterior. En el planteamiento de ERC, al igual que en el de JxCat, la CUP figura siempre como un socio necesario, pero esta organización política incorpora la violencia estructural en sus planteamientos, no sólo porque apoya sin matices lo que ha sucedido, sino porque distribuye un manual de instrucciones sobre cómo actuar violentamente en las manifestaciones y hacer frente a los Mossos. La CUP es portadora de una cultura de la bullanga y este hecho liga poco con la necesidad de gobernar y, además, de hacerlo bien, después del desastre inconcebible del último gobierno independentista.
Un primer efecto del signo de alteración democrática que es la CUP, es que tanto ERC como JxCat se han añadido a la insólita crítica a las actuaciones de los Mossos, como si la policía pudiera afrontar la violencia desatada sin hacer uso de la violencia , y como si esta utilización no diera lugar con mucha probabilidad a incidentes graves con heridos y contusionados de consideración.
Cuando se lanzan adoquines, botellas de vidrio, se provocan incendios, se ataca el Palau de la Música y se destrozan y roban tiendas, ¿cómo debe responder la policía para frenarlo?
Los Mossos ya se despojaron de las pelotas de goma y el Parlamento de Cataluña adoptó una serie de recomendaciones para dotarlos de nuevos medios, más de treinta. El gobierno no ha cumplido casi ninguna y por tanto en todo caso la responsabilidad no es sobre el modelo policial, sino sobre la falta de medios que tiene la policía de Cataluña. Carece de todo, sólo le queda la porra y los proyectiles de foam, y no resiste ninguna comparación con los recursos de los que disponen las otras policías de Europa.De hecho, el problema es que esta insuficiencia y una campaña de opinión continuada , han hecho perder el temor de los manifestantes a la policía, y rota esta línea todo puede pasar.
Y todavía hay un segundo factor determinante: todo el mundo sabe que el grado de violencia que debe ejercer la policía es inversamente proporcional al número de efectivos de los que dispone. Cuando hay una masa policial numerosa, potente, su propio peso es disuasivo. Ha sido una de las diferencias entre Barcelona y Madrid. Allí, los recursos aplicados durante la segunda noche de disturbios fue tan grande, que se permitieron el lujo de identificar una por una a cada una de las personas que querían acceder al sitio de concentración. Resultado, cero incidentes.
Ante los problemas de Barcelona generados por la pandemia, lo que ha pasado multiplica su descenso y hace más incierto su futuro. De ahí la revuelta de los sectores económicos afectados, que se han manifestado críticamente contra el gobierno de la Generalitat y del Ayuntamiento con una alianza muy poco frecuente en torno a Fomento.
El gobierno español reaccionó tarde y mal, condicionado por la vicepresidencia de Pablo Iglesias que desde el primer momento, como organización política, ha apoyado a los alborotadores. Hasta el tercer día no habló Sánchez, y aunque lo hizo fue condenando la violencia en términos genéricos, sin centrarse más en los hechos de Cataluña o de Madrid. Hace difícil entender a un gobierno que ante hechos tan extraordinarios tenga opiniones contrapuestas en función de quién es el ministro que habla.
En Cataluña planea el interrogante sobre qué gobierno de la Generalitat y qué tipo de estado independentista quieren construir ERC y JxCat con los planteamientos que han adoptado. De hecho, en esta ocasión, sólo Illa ha estado a la altura, y Colau ha mostrado sus contradicciones una vez más, porque su papel como alcaldesa no coincide con los planteamientos que hace su organización. Incluso la contradicción se ha hecho bien visible cuando han vuelto a intervenir los antidisturbios de la Guardia Urbana, que en principio Colau había disuelto al inicio de su mandato, y que después reconstituyó, pero bajo la premisa de que tendrían una misión diferente. Salta a la vista la diferencia. Escudo y porra en la mano y «dale que te pego».
El conflicto que ha representado cinco días seguidos de disturbios, al menos hasta el lunes 22, ya llevan a la insinuación por parte de algunas voces del independentismo que estos disturbios han sido promovidos con la secreta intención de dificultar la formación de un gobierno que trabaje efectivamente por la independencia. Más confusión imposible.