La natalidad en Cataluña ha ido empeorando de manera continuada y sólo el factor migratorio ha ido salvando, mal que bien, los muebles. Ahora con la Covid-19 se ha detenido, y es previsible que durante una serie de años presente cifras mucho más reducidas que en el pasado, porque ni la pandemia ni la situación del paro harán fácil la incorporación de población procedente de otros países, sobre todo América Latina, el Magreb y el resto de África.
El indicador de fecundidad de Cataluña, que señala el número de hijos por mujer, ha ido descendiendo de una manera muy acentuada en poco tiempo. Si en 2015 era de 1,39, en 2019 se ha situado en sólo el 1,27 y es posible que los datos de 2020 hagan perder quizás un decimal. Hay que recordar que la cifra de equilibrio de población está en 2,1 hijos por mujer, o sea que el resultado es espectacularmente malo. La edad media en que las mujeres tienen el primer hijo es muy elevada y también ha ido subiendo. Está en 31,20 años. Y eso dificulta poder dar a luz por segunda vez y hace imposible prácticamente la tercera, excepto cuando hay una gran vocación. Pero no parece que sea el caso. De acuerdo con los datos de Family Database de la OCDE, la población española no tiene grandes deseos de tener hijos y en este caso señala que la cifra deseada se sitúa por debajo de 1.
La tasa de natalidad en Europa es en general mala, pero claramente mejor que en Cataluña. Francia encabeza el ranking con 1,84 hijos por mujer, y ha mejorado la situación que tenía en 1995 cuando estaba en 1,71. Incluso Italia, con 1,29, presenta unos resultados mejores que Cataluña y también ha aumentado en una décima el número de hijos del 1995, del mismo modo que lo ha hecho Grecia, que ahora está en 1,35 a pesar de la crisis, mientras que Portugal se ha mantenido en 1,41.
A pesar de este hecho, los programas de los partidos y los debates otorgan una nula atención al problema. Es una característica que llama la atención con relación a los partidos independentistas porque si esto no cambia, Cataluña como pequeño estado independiente sería inviable a largo plazo.
El corolario de todo esto es la falta de apoyo que tiene la familia en España, y que Cataluña no sólo no enmienda, sino que aún acentúa al dedicar menos ayudas. De hecho, para la política catalana, las únicas familias que parece que merecen cierta atención son las monoparentales y las homosexuales, ignorando así al grueso de la población que no participa de ninguna de aquellas condiciones.
España se sitúa a la cola de las transferencias, es decir las ayudas directas que son el capítulo decisivo. Sólo aporta el 0,51% del PIB, cuando Portugal está en un 0,74%, Grecia el 0,93% e Italia con un 1,29%, para señalar países que no sobresalen ni en sus presupuestos públicos ni en sus políticas familiares. Francia por ejemplo dedica un 1,51% de su PIB, que es mucho, y Alemania un 1,9% que todavía es mucho más.
En el apartado de servicios, la posición española mejora, ya no está en la cola, sino en la banda media. Pero vuelve a empeorar en las características cuando se consideran las rebajas fiscales a la familia, que sólo representan el 0,12% del PIB, por 0,74% en Francia, y el 0,84% de Alemania. En total contando los tres ámbitos (transferencias, servicios y rebajas fiscales), el 1,35% del PIB. Prácticamente lo mismo que Portugal y muy por debajo del caso francés, que se aproxima al 3%.
Las ayudas a la familia son también un factor que no sólo ayuda a contemplar la natalidad con otros ojos, sino que además mejora la igualdad de oportunidades en materia educativa y no castiga a las familias con más hijos.
El por qué la política catalana es de las pocas europeas que no contempla este capítulo a pesar de su importancia y el pretendido europeísmo, que caracteriza a los catalanes, no tiene una explicación objetiva clara y por lo tanto tal vez habría que ir a buscar la clave interpretativa en la ideología y el predominio abrumador en Cataluña de la cultura progresista, poco propensa a las políticas familiares y de ayuda a los hijos.