Tan pronto el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, tomó posesión del despacho oval de la Casa Blanca, un alud de medios se apresuraron a titular que se disponía a «borrar» el legado del anterior presidente, Donald Trump.
Una afirmación puramente sensacionalista, propia del espectáculo en que se ha convertido la política de hoy en día. Pero, de hecho, ¿no es precisamente por eso, por borrar, aplastar, destruir el trumpisme, que Biden ha sido elegido?
Efectivamente, durante la mediocre campaña electoral del demócrata, su equipo lo basó todo en «deshacer», «limpiar» la presidencia de Donald Trump. En las elecciones no se votó por Biden, sino contra Trump.
Dicho y hecho. ¿O no? El equipo de Biden quiso marcar un primer día de presidencia fuerte, con el presidente firmando una pila de decretos. Algunas de estas decisiones suponen un verdadero giro de 180 grados respecto a la política de Trump, como el retorno de Estados Unidos al acuerdo del clima de París o la reinstauración de la «discriminación positiva» en la administración pública.
Pero en otros ámbitos,Biden lo tendrá muy difícil para borrar el legado del republicano.
Empezamos por política interior. La primera decisión de Trump fue poner en marcha el muro en la frontera con México. Lo cierto es que la obra realmente construida no cubre ni mucho menos los 3.144 kilómetros de frontera, sino 727. Una cifra que es, en cualquier caso, considerable. Ante este fait accompli , Biden ya ha declarado que no demolerá el muro ya construido, aunque detendrá la construcción. Pero, de borrar, nada de nada.
Otro aspecto de política interior de importancia son las nominaciones de Trump en el Tribunal Supremo. El republicano ha inclinado la balanza masivamente a favor de los conservadores: seis jueces tienen esta tendencia por sólo tres de progresistas. Además, los conservadores son más jóvenes y durarán previsiblemente más tiempo.
En materia de política económica, Trump ha sido el primer presidente estadounidense de las últimas décadas en poner en duda las bondades de la liberalización y el libre cambio sin límites. Hoy, esta tendencia está claramente arraigada en la sociedad de los Estados Unidos, tanto en la derecha como en la izquierda, y es innegable que la presidencia de Trump ha actuado como un acelerador.
Dentro de este mismo ámbito, uno de los aspectos clave en que Biden deberá posicionarse es qué hacer con los gigantes de internet. Se trata de una auténtica patata caliente que la ha convertido en aún mayor desde que Twitter suprimió unilateralmente el perfil de Donald Trump. Todo un regalo envenenado, aunque involuntario, que el republicano deja a Biden, ya que la presión para actuar sigue aumentando.
También en el campo económico, la posición que Estados Unidos ha adoptado con China es una herencia exclusiva de Trump y uno de los escasísimos puntos donde ha conseguido la unanimidad del país. En 2016 los expertos se reían de las críticas del candidato multimillonario al capitalismo de estado de Pekín. Hoy en día, todo el mundo da por hecho que China no juega limpio en materia de comercio internacional.
Es muy improbable que Biden cambie el rumbo marcado por Trump de confrontación con Pekín, aunque sí que modificará la estrategia de contención del auge chino.
Otra herencia de Trump que Biden podrá difícilmente borrar son los cambios obrados por el presidente saliente en el mostrador geopolítico de Oriente Medio. Estos implican un replanteamiento particularmente profundo de la política tradicional norteamericana en la región.
Por un lado, aunque el demócrata intentará devolver al acuerdo nuclear con Irán (de hecho fue uno de sus protagonistas), difícilmente podrá convencer a los iraníes y a sus propios conciudadanos de la necesidad de volver a la mesa. La desconfianza creciente de los últimos años parece insuperable.
Por otra parte, en Afganistán, Trump ha atado las manos de Biden al retirar un gran número de tropas. Una vez sacadas, que las devuelvan será mucho más difícil: tanto la ciudadanía estadounidense como los vecinos de Afganistán están hartos de la guerra.