Después de los acontecimientos de la semana pasada en el Capitolio, la presión pública sobre Donald Trump ha llegado a un punto nunca visto hasta ahora. Los ataques y las críticas llegan ya por todos los frentes, incluyendo por primera vez a la mayor parte de políticos y simpatizantes republicanos.
Incluso el Wall Street Journal, el único medio de información mainstream que ha tratado a la administración Trump con equidistancia y sin caer en los excesos mediáticos de los demás, pide ahora la dimisión del presidente.
El apoyo distante de las bases conservadoras a Trump
En el 2016 y 2020, millones de republicanos votaron por Trump tapándose la nariz. Su elección era el mal menor. Así, toleraban los excesos demagógicos y divisivos del candidato a cambio de su programa económico que, hay que recordarlo, ha sido tremendamente exitoso a sus ojos .
En efecto, Trump ha bajado (aún más) los impuestos, ha deshecho las regulaciones de Obama, ha acercado Estados Unidos a la plena independencia energética, ha reducido el paro hasta el ridículo y ha conseguido aumentar, sin subsidios públicos ni obligaciones a las empresas, los sueldos mínimos.
Fuera del ámbito económico, estos mismos republicanos, conservadores «convencionales», tampoco se escandalizaban cuando Trump insultaba groseramente a los progresistas. Aunque pocos de ellos lo admitían en público, en privado les gustaba la defensa a ultranza que el presidente hacía de los principios y de los padres fundadores de Estados Unidos.
Un momento clave que quizá pudo cambiar el curso de las elecciones fue cuando una parte del movimiento Black Lives Matter se convirtió en violenta e inició una serie de disturbios durante los cuales se abatieron estatuas de los héroes de la historia de Estados Unidos y se quemaron cientos de comercios.
En aquellas fechas, numerosos conservadores se sintieron seguros de tener a Donald Trump en la Casa Blanca. No obstante, el presidente perdió la oportunidad de adoptar un tono conciliador y reunió en torno suyo a todos los estadounidenses orgullosos de su país y de su historia.
A medida que las elecciones se acercaban, se hacía más claro que Trump no cambiaría de tono e intentaría ganarlas tal y como lo hizo en 2016: dividiendo e insultando a derecha e izquierda.
Seguro que numerosos conservadores salieron bien decepcionados. Otros cambiaron probablemente su voto por el moderado Joe Biden, figura suficientemente central y alejada de las nuevas corrientes extremistas del Partido Demócrata (aunque tiene como lugarteniente una vicepresidenta tan divisiva como Trump).
La actuación del presidente en funciones después de las elecciones, y sobre todo del trágico asalto al Capitolio de trumpistas exaltados, han reducido aún más su círculo de apoyos. Un círculo que paradójicamente tan solo unos meses antes era mayor que nunca.
En el cruce de caminos
La alianza entre los trumpistas convencidos y las bases conservadoras está más debilitada que nunca.
Trump siempre ha rechazado cambiar su tono. Con ello se ha asegurado el apoyo incondicional de una minoría exaltada, pero el precio que está pagando es inasumible para los conservadores que sienten más que nunca la necesidad de recuperar el poder en Washington ante los excesos progresistas.
En el Partido Republicano, las escasas figuras que nunca habían querido sumarse a la alianza con el trumpismo, como los Bush o Mitt Romney, se ven ahora reforzadas. Pero esta derecha neoliberal lo tiene francamente difícil para volver al poder un día.
Tanto los progresistas como los trumpistas hacen presión para regular más la economía (aunque por razones y vías muy diferentes) y son los que dominan respectivamente los dos extremos ideológicos que han polarizado el país hasta los límites.
Mientras tanto, desde los movimientos conservadores, nuevas figuras como Oren Cass intentan superar los traumas de los últimos años. Figuras republicanas como Marco Rubio han defendido la necesidad de ofrecer una alternativa conservadora para la clase obrera que incluya también las minorías raciales.
El futuro del Partido Republicano y del conservadurismo en la era post-Trump está por escribir.