René Girard murió en Stanford el año 2015 a los 92 años y su concepción a caballo entre la antropología, la crítica literaria y la filosofía sobre el deseo humano es fundamental. Comenzó de muy joven con las grandes novelas del canon de la literatura occidental. Empezó siendo un agnóstico y terminó, a causa de sus investigaciones, como cristiano, algo parecido a lo que le sucedió a Alasdair MacIntyre, en el campo de la filosofía y después de su encuentro con Santo Tomas de Aquino.
Diría en un momento de su vida: “Mi fe cristiana obstaculiza la difusión de la teoría mimética. No pienso como pienso porque sea cristiano, sino que me he hecho cristiano porque mis investigaciones me han llevado a pensar las cosas que ahora pienso”. Girard descubrió – leyendo a Cervantes, Shakespeare, Stendhal, Proust y Dostoievski- que el deseo humano no es unidireccional, es decir, no vamos directamente hacia los objetos de nuestros deseos, sino que lo hacemos imitando el deseo de otra persona. Si esta otra persona no se percata que la imitamos no se genera rivalidad, pero si se percata entonces sí que se genera rivalidad. A este primer descubrimiento antropológico lo llamó Girard el deseo mimético o deseo triangular.
Dedicó más de diez años – de 1961 hasta 1972 – a investigar sobre la tragedia griega, los mitos y los ritos de las culturas arcaicas para ver si el deseo mimético también estaba en ellas. La respuesta fue afirmativa. Descubrimiento que se puede leer en su obra “La violencia y lo sagrado”.
René Girard introduce en esta obra el segundo elemento de su antropología: la figura del chivo expiatorio. El deseo al ser mimético generaba rivalidad, la rivalidad hacía crecer la agresividad entre los miembros del grupo hasta que la violencia se desataba y para canalizarla se elegía a uno de entre ellos que tenía algún rasgo victimario (cojo, joven no iniciado, gemelo, extranjero, tarado) y se le mataba. Como si fuera magia, ese sacrificio eliminaba de raíz la violencia y al mismo tiempo devolvía al grupo la paz. El mito es la narración de una mentira, la de los asesinos del chivo que repiten una y otra vez que el chivo era culpable y por eso lo tuvieron que matar. No se pueden hacer cargo de su propia violencia si no es inventando una historia falsa sobre ella, porque el modelo humano que imitan no es otro que uno mismo del grupo, tan violento como ellos.
René Girard, siguió trabajando y con ello llegó al lenguaje bíblico. Girard demuestra que el lenguaje bíblico dice la verdad, no como los mitos. Los mitos acusan al chivo de ser culpable, en cambio la Biblia defiende al perseguido porque dice que es inocente. José, Job y los profetas son todos inocentes porque dicen la verdad: “Yo quiero amor y no sacrificios” leemos en la Biblia, Os 6,5. Todos estos planteamientos los pueden leer en el libro “He visto a Satán caer como un relámpago”. El lenguaje bíblico rehabilita a los perseguidos en su inocencia. Al llegar a los textos de la Pasión de Jesús la palabra ahora ya no rehabilita a los inocentes, sino que se entrega en sacrificio. José, Job y los profetas no son sacrificados, pero Jesús desmonta con su entrega en la cruz la génesis de la violencia cultural de una vez para siempre. Esta es la revelación según René Girard, podemos vivir en paz imitando a Jesús, sin Él la sociedad está abocada a la violencia sin remedio.
Hoy en día la violencia está desatada porque los que tienen el deber de defender a los inocentes en las decisiones políticas los han abandonado Siguiendo la teoría del deseo mimético nuestros políticos están lejos de imitar a Jesús y han buscado la gloria y el honor imitándose los unos a los otros de forma rival para llegar al objeto, que es el poder, la gloria y la vanidad. Ya nadie defiende a los inocentes, aunque todos hablen de defender a las víctimas.
Nos quedan las ideologías que son los sustitutos de las mitologías. Entre ellas está la de género, que para defender a unas víctimas – que las hay – construyen el mito de la culpabilidad de todos los hombres. Esta división de la sociedad entre buenos y malos es una pérdida cultural enorme y un gran campo de sufrimiento para familias, niños y abuelos.
Es lo que ha sucedido con la beatificación de Joan Roig Baggle, quien fue asesinado durante la guerra civil por una de las desgraciadamente famosas «patrullas» que se dedicaban a matar en la retaguardia. En aquellos momentos los católicos se convertían en trágicos chivos expiatorios. Ahora en un ámbito no trágico, sino post moderno, soft, a caballo entre el drama y la comedia, ha vuelto a ser el chivo expiatorio de la incapacidad del gobierno.
El eje de la beatificación de la Sagrada Familia, la víctima y su perdón explícito a sus verdugos, su testimonio de bien, han quedado en un segundo plano debido a los ataques que la Generalitat ha llevado a cabo, en la persona del vicepresidente Aragonés, la consejera de Sanidad, Alba Vergés, e incluso la directora general de Protección Civil de Cataluña, Isabel Ferrer, contra la Iglesia por haber celebrado una ceremonia anunciada, a la cual fue invitada la Generalitat, el mismo Aragonés, y donde había una representación tanto del Gobierno, como del Ayuntamiento. Una ceremonia que cumplía con creces las propias normas dictadas por la Generalitat
Se argumenta que las cerca de 600 personas que asistieron al acto ocasionaba un desplazamiento demasiado grande de gente, sin contemplar que en Barcelona cada día se producen desplazamientos y concentraciones muy superiores.
El quid de la cuestión está en la forma en que se contempla la beatificación. La ven como un acto innecesario. En el fondo hay esta falta de consideración por las creencias de otros conciudadanos para los que la beatificación sí tiene importancia y trascendencia.
Todos olvidan que la práctica del culto es un derecho humano y constitucional, que pertenece a la categoría de los fundamentales.
Pero, lo más interesante del caso, es que ni la Generalitat, ni la inefable Pilar Rahola, ni los artistas que protestaron porque se movieran cerca de 600 personas para ir a la Sagrada Familia, tienen nada que decir a que el Corte Inglés de la Plaza de Cataluña y de Diagonal, no una vez, sino cada día, atraen y desplazan a muchos más visitantes. O, que la propia Generalitat dio permiso para que puedan funcionar los Encants Vells de la Plaza de las Glòries que están abiertos cada semana y que concentran y mueven en cada ocasión tanta o más gente que la de la Sagrada Familia, sin además guardar distancias de seguridad. O el caso del Mercado Dominical de Sant Antoni.
Aún hay más: algunos oratorios musulmanes en el área metropolitana de Barcelona y en Lleida, en concreto, reúnen cada viernes a varios centenares de fieles en espacios pequeños y cerrados, pero ni una sola voz ha dicho nada en estos casos.
Ahora quieren limitar al máximo de 100 personas los actos religiosos. Esto significa que hay eucaristías, como la del Monasterio de Sant Cugat, con capacidad para 1000 fieles y que con 300, que es la cifra actual de admisión ya hacen justo, con lo cual se quedará mucha gente en la calle sin poder asistir a misa si no se triplican las eucaristías.
Pero no hay que pedir un trato de favor. Lo que hace falta es pedir que se aplique a todos por igual, y que no se cambien las reglas una vez empezada la partida.
Hay que decirlo claro: La responsable de las menos de 600 personas de la Sagrada Familia no es la Iglesia, que cumplió con creces lo establecido, sino la Generalitat que ahora se ve que, a su juicio, su norma era defectuosa porque no fijaba una cifra en términos absolutos. Es la Generalitat la responsable, que cierra actividades sin adoptar las compensaciones necesarias.
La incapacidad, impotencia, descontrol del no-gobierno de Cataluña es tan grande que necesita de un chivo expiatorio políticamente correcto para intentar salvarse.
René Girard es más actual que nunca, y su teoría sobre la violencia: «cuando las sociedades entraban en crisis se volvían violentas y buscaban un posible responsable del desorden para eliminarlo». Necesitaban un chivo expiatorio. ERC se mantiene fiel a esta tradición histórica al utilizar a la Iglesia.