Una característica histórica de Cataluña ha sido su capacidad de atraer población del resto de España de forma continuada. Este fenómeno demográfico se ha producido bien en forma de grandes olas, como las que llevaron a los contingentes en momentos diferentes de aragoneses murcianos, andaluces, o núcleos más importantes, o bien de forma continuada en forma de un balance migratorio positivo aunque moderado. El resultado salta a la vista: la mitad o más de la población de Cataluña tiene padres o abuelos procedentes de otros lugares de España. Pero esta característica se ha interrumpido, por lo que el balance migratorio con el resto de España desde 2008 es negativo, por primera vez en nuestra historia. Lo es en unas 7.500 personas, una cifra muy modesta, pero la significación no radica en la cantidad, sino en el cambio de tendencia. En el período de 2008-2019 el balance ha sido negativo en toda la primera parte de la crisis 2008-2013, pero también, y aquí es donde hay una referencia significativa, después de 2017. En dos años, el pasado y el anterior, en el saldo migratorio con España la diferencia entre los que han venido y los se han ido es de 5.500 personas. Aquí, por tanto, no juega la crisis económica, porque ya estábamos en periodo de reanudación, sino el factor político. Parece claro que la deslocalización de las sedes de todas las empresas que se fueron con motivo del intento del referéndum ha venido acompañada de una fuga de población. El problema podría multiplicarse si además resultase que estas pérdidas corresponden a habitantes que poseen una buena cualificación profesional.
Hay, por tanto, una explicación directamente ligada a la circunstancia política generada por el independentismo, pero que no es la única causa, porque en ese mismo período 2008-2019 se observa, según los datos de afiliados a la Seguridad Social, en términos de porcentaje sobre la media anual de afiliados, que Cataluña con dificultad se ha recuperado del período crítico. Entre 2008 y 2013 la afiliación fue negativa, mientras que creció a partir de 2014. Pero la diferencia entre las pérdidas y las ganancias de afiliación de esta década larga son mínimas. Primero se perdió un 15,6% de ocupación y luego se ha recuperado un 17,1%. Es decir un 1,5% en positivo. Muy poco, por lo tanto, y que sin duda ahora con la nueva crisis quedará ampliamente superado.
Estas cifras contrastan fuertemente con las de Madrid, que presenta un saldo migratorio interior vigorosamente positivo y una variación anual del empleo claramente mejor que la catalana.
Se puede pensar que estas cifras de intercambio con España quedan compensadas por la inmigración exterior, pero no es lo mismo. El hecho de que marche personal cualificado y sea sustituido por rumanos y marroquíes que desde otros puntos de España vienen a Cataluña, implica una alta pérdida de capital humano de recursos fiscales y un aumento de la carga social, porque una parte de esta población necesita ser ayudada dadas sus carencias materiales.
La dinámica, en definitiva, de esta última década, acentuada por estos dos últimos años, no ha sido buena. Y si no hay un revulsivo muy importante, y las consecuencias del Covid-19 no hacen más que aumentar estas inercias, el resultado para Cataluña puede convertirse en muy negativo y marcar una inflexión histórica.