Una de las consecuencias más probables del coronavirus sobre los mercados mundiales consistirá en el paso de una economía basada en la eficiencia extrema hacia otra donde una parte de esta será sacrificada a cambio de obtener una mayor resistencia ante los imprevistos.
En nuestro mundo económico hiperglobalizado desde los años 90, las barreras al comercio internacional, físicas, temporales o financieras, se han reducido de forma inaudita en la historia de la humanidad.
Esta reducción de costes ha permitido una especialización del trabajo que permite optimizar las cadenas de suministro de las empresas a extremos que Adam Smith y David Ricardo, padres del modelo de comercio internacional liberal, sólo podían soñar. El fenómeno de la «financialización» de la economía real ha exacerbado aún más la omnipresencia de la eficiencia.
No obstante, como Rana Foroohar escribe en el Financial Times, la crisis del Covid-19 ha demostrado bruscamente que las actuales cadenas globales son tan complejas como frágiles. Esto se ha visto de forma particularmente evidente en la falta de mascarillas y otros equipos de protección en Europa. La eficiencia por encima de todo conlleva el riesgo de la fragilidad.
La eficiencia por encima de todo conlleva el riesgo de la fragilidad Share on X
Según Foroohar, si los últimos cuarenta años de evolución de la economía global han estado marcados por la búsqueda de la eficiencia, los próximos cuarenta lo serán por la búsqueda de la resistencia.
En los Estados Unidos, que a pesar de todo sigue llevando la batuta de los mercados mundiales, ya existe un consenso entre demócratas y republicanos para reconstruir la economía nacional sobre el valor de la resistencia («resiliency» en inglés).
La resistencia de las empresas y otros actores económicos estadounidenses será seguro una de las prioridades económicas de la Casa Blanca el próximo noviembre, tanto si gana Joe Biden como si Donald Trump repite mandato.
Hasta hace pocas semanas, la mayor parte de gobiernos, empresas y economistas seguían pensando que la eficiencia económica (producir más con costes menores) era el valor clave para garantizar el crecimiento. Esto a pesar de que, previamente al coronavirus, las injusticias sociales generadas por la crisis financiera de 2008, y más recientemente la creciente preocupación por la ecología, ya habían empezado a debilitar el dogma de la eficiencia.
Ahora, mercados y gobiernos deben tomar conciencia de que la eficiencia no es el único factor clave de la economía. Como Foroohar afirma, su robustez y la justicia que promueve o erosiona deben tener la misma o mayor importancia.
Que la eficiencia llevada a los extremos de la era de la hiperglobalización puede entrar fácilmente en conflicto simultáneamente con la fortaleza y la justicia era evidente antes del Covid-19. Para entenderlo, basta pensar en una de las múltiples catástrofes industriales que han afectado a la industria textil de Bangladesh.
Sin embargo, la crisis del coronavirus está despertando tanto a los gobiernos como a las grandes multinacionales del sueño de la eficiencia extrema, convertido en una pesadilla donde faltan mascarillas y respiradores, y donde millones de personas pierden su trabajo.
Es cierto que la eficiencia es mucho más fácil de medir que la resistencia. Y aún más difícil es incorporar la justicia: lo que parece justo a un obrero industrial europeo (por ejemplo, el retorno de una fábrica que hace 30 años se mudó a Bangladesh) puede parecer una tremenda injusticia a un colega suyo del sureste asiático.
Quizá el criterio de la resistencia, bien utilizado, pueda actuar como mediador entre la eficiencia y la justicia, desdoblando por ejemplos ciertas cadenas de suministro.
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