La alcaldesa de Barcelona empieza a no dar pie en el oleaje desencadenado por la pandemia. A pesar de su excelente inicio, ahora su papel resulta cada vez más difícil, porque no encuentra su posición, que por otra parte no es fácil.

Debe gobernar la ciudad que está económicamente muy maltrecha, no tiene un proyecto claro, y sus decisiones más bien son contradictorias, especialmente su fobia y la de su equipo hacia el automóvil. Debe alimentar a su núcleo duro radical, pero a la vez está profundamente comprometida con el gobierno Sánchez, que no viene siendo un prodigio ni de actitud, ni de resultados. Por si fuera poco, una jugada personal suya es la presencia del sociólogo Castells como ministro de Universidades, un personaje literalmente desaparecido, que aún debe explicar qué piensa que deben hacer las universidades en las actuales circunstancias, y cuya única presencia pública son sus artículos en La Vanguardia, donde pontifica sobre todo lo divino y lo humano, excepto sobre universidades. El resultado es que su muy baja valoración, un -32,7, solo es superada por Iglesias, -34,5, y Montero, su pareja, -49,3.

El escandaloso fracaso del “Concert dels Balcons “, una iniciativa de Colau para alegrar la pandemia, no es el mayor de sus problemas. La suspensión decidida por Colau ha sido consecuencia de la retirada de una serie de artistas como Txarango, Sopa de Cabra, Stay Homas, Clara Peya y Els Catarres, entre otros. La causa fue el coste que tenía para las arcas municipales, 200.000 euros, que básicamente beneficiaba a los promotores, la empresa El Terrat, propiedad del grupo Mediapro, del conocido empresario y millonario progresista Jaume Roures. El que se pudiera montar un negocio de esta dimensión a expensas de la pandemia y sus necesidades vitales, y que se motivara a los artistas en nombre de la solidaridad, pero, obviando su caché real, ha hecho detonar el escándalo y ha dado alas a la oposición. Colau, como es habitual en ella, se ha defendido atacando y refiriéndose al “oportunismo político” por las críticas a lo sucedido.

Pero lo que le aguarda tiene una entidad superior que uno de los posibles negocios de Jaume Roures. Para empezar el Ayuntamiento no tiene respuesta para el colapso del turismo y de los grandes eventos internacionales (está por ver que el año próximo pueda realizarse el Mobile, de la misma manera que están colgados los JJOO de Tokio). El sueño de Colau, una ciudad sin el invasivo turismo, se ha convertido en su maldición y pronto en el centro aflorarán como en los peores periodos de crisis de la ciudad, los carteles de innumerables locales vacíos con el cartel de “se vende o se alquila”. Todo esto, claro está, repercutirá en las arcas municipales.

El segundo gran problema se lo presenta el coche. Es el vehículo más seguro, en lugar del transporte público, pero Colau le ha declarado la guerra, y la ilusión de mantener una ciudad limpia le ha impulsado a cerrar calles a los coches, como el lateral de la Diagonal, entre otros. El problema es que el transporte público con las medidas de distanciamiento y en cuanto se vaya recobrando la normalidad laboral, no podrá absorber toda la demanda, y el coche se impondrá. La famosa zona de acceso prohibido a los coches más viejos ha quedado obsoleta ante la nueva realidad, y quien tenga coche, y sobre todo la gente de más edad  que tiene reservas para subirse al metro y al autobús acudirán al transporte privado. Aumentará el teletrabajo, pero a corto plazo no reducirá lo suficiente la necesidad de desplazarse. El Ayuntamiento quiere también “aplanar” los picos de las horas punta, pero esto no será tan fácil. Y el problema se multiplicará en septiembre cuando se reanuden las clases.

En el trasfondo de todo ello, también en el de la mayor amenaza de coronavirus, subyace un grave problema estructural: la densidad de Barcelona, una de las más elevadas del mundo. El Barcelonés, comprendido entre l’Hospitalet y Badalona, tiene una densidad de 19.000 habitantes/km2. No hay nada parecido en Europa. Londres ciudad no llega a los 6.000 habitantes/km2. La parte central de la ciudad, por donde Colau quería hacer pasar un tranvía, todavía presenta una densidad mayor. Ese es el problema de fondo que el Ayuntamiento debería abordar si quiere una ciudad más manejable y sobre todo más saludable y segura, pero tal cuestión no está ni se la espera. Agazapada la Covid -19.

A pesar de su excelente inicio, ahora el papel de Ada Colau resulta cada vez más difícil Share on X

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