En el Brasil de Jair Bolsonaro se está produciendo un vasto movimiento sociológico de regreso a valores tradicionales. Hasta hace poco muchos lo habrían encontrado impensable en un país que desde hace décadas es conocido por su liberalismo social.
Este cambio de rumbo parece aún más imposible si se consideran los poderosos propagadores del progresismo brasileño, como el propio gobierno o la televisión pública Globo, que llevan años promoviendo ideas contrarias, como la perspectiva de género, a veces con una intensidad desconcertante.
Es cierto que en esta revolución, el gobierno de Jair Bolsonaro, que reivindica situar a «Dios, familia y patria» en el centro de su política, ha tenido un fuerte impacto. Damaris Alves, ministra para las mujeres, la familia y los derechos humanos, es una pieza clave del movimiento conservador que aspira a recuperar valores que retroceden en Occidente.
Una de las últimas campañas de Alves ha consistido en promocionar la abstinencia sexual entre los adolescentes para evitar embarazos prematuros. Una medida defendida incluso por las Naciones Unidas tras el fracaso continuado de la promoción de los anticonceptivos, pero que sigue siendo un tabú para los progresistas. Y según afirma la ministra, «esto no es algo que se detendrá, se trata de una campaña eterna».
Una mutación religiosa com fondo
Pero el auge del conservadurismo no tiene como principal causa la acción del gobierno de Bolsonaro, que más bien es una consecuencia. El retorno de valores tradicionales es la bandera de las iglesias evangélicas, cada vez más numerosas e influyentes en un país de larga tradición católica.
El propio Bolsonaro es un cristiano evangélico converso, rebautizado en el río Jordán. Y se calcula que hacia el año 2032 los templos evangélicos atraerán a más fieles que las iglesias católicas. Los predicadores y feligreses evangélicos más poderosos son también activistas políticos convencidos, y ejercen cada vez más presión en las instituciones públicas.
Uziel Santana, un juez evangélico y director de un grupo de lobbying en el Tribunal Supremo de Brasil que quiere promover decisiones judiciales cristianas, insiste en que la sociedad brasileña «siempre ha sido conservadora». El magistrado se pregunta pues por qué hay una diferencia tan grande entre las creencias de la mayor parte de la sociedad y los valores que transmiten los medios mainstream del país, como Globo.
Santana no es el primero en darse cuenta de la sorprendente diferencia que existe entre el porcentaje de cargos electos que se declaran cristianos y el porcentaje de brasileños que reconocen la misma filiación. Según varios expertos, el cristianismo ha sido claramente infrarrepresentado en las instituciones públicas las últimas décadas.
El rechazo a Lula de la clase media de Brasil
En paralelo a este fenómeno religioso se encuentra el rechazo de buena parte de la clase media, motor económico del país, a la política del socialista Lula da Silva y su sucesora Dilma Rousseff. A ambos, acusados y juzgados por corrupción, amplios sectores de la sociedad les acusan de haber puesto en marcha un sistema de corrupción sistemática, escondiéndolo tras las subvenciones y ayudas a las clases más populares y barrios de favelas. Un modelo similar al de la Venezuela chavista, si bien Lula no llegó nunca a los extremos de su vecino hispanohablante.
El profundo cambio religioso que está viviendo Brasil también guarda relación con este rechazo a Lula. En efecto, la iglesia católica se centró en su vertiente más social al acercarse al socialismo del Partido de los Trabajadores de Lula. Una maniobra que lo ha dejado en una delicada situación política y ha pasado factura a muchos fieles.
Muchos brasileños descontentos con el ex consideran que han sido abandonados y que la iglesia ha traicionado sus valores. Eventos recientes de alto simbolismo político como la visita de Lula a Francisco en el Vaticano tampoco ayudan a una iglesia católica cada vez más dividida en Brasil.
La «internacional conservadora»
El auge conservador brasileño guarda una conexión internacional con Donald Trump, que se ha convertido recientemente en el primer presidente de la historia de los Estados Unidos en participar en la «Marcha por la vida» que las organizaciones pro-vida estadounidenses organizan cada año en Washington DC.
Según la profesora de sociología de la Universidad de Sao Paulo, Angela Alonso, fue Trump el primer líder abiertamente conservador en atreverse a expresar públicamente lo que muchos conservadores habían callado las últimas décadas. No es de extrañar, pues, que muchos observadores consideren a Bolsonaro como el «Trump tropical».
Los conservadores brasileños, como el propio equipo de Donald Trump, piensan combatir en una guerra mundial por los valores fundamentales de Occidente, en la que cuentan con aliados como Hungría, Polonia o Israel.
Volviendo a Brasil, el auge del conservadurismo parece ser un fenómeno que seguirá tomando anchura. Tras unos primeros meses de gobierno tumultuosos y marcados por la falta de resultados económicos, la popularidad de Bolsonaro ha remontado sensiblemente y ya se sitúa en el 48%. Un resultado que lo vuelve a situar como uno de los líderes mejor valorados de América Latina. Según un sondeo del pasado enero, si se celebraran nuevas elecciones, el presidente conservador ganaría al ex Lula da Silva por un amplio margen.