Durante su último periodo de europesimismo (2005-2019), la UE ha conocido una verdadera «crisis existencial» de la que todavía no se ha recuperado del todo.
La próxima legislatura (2019-2024) tendría que suponer el relanzamiento del proceso de integración europea que, en caso de no producirse, podría significar la condena de nuestro continente a una progresiva irrelevancia en un mundo de gigantes.
El proceso de integración europeo por la vía de las Comunidades Europeas – hoy Unión Europea- empezó en 1951 con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). La estrategia de integración comunitaria quedó perfilada en la Declaración Schumann (1950) que proponía la creación de la CECA, donde se podía leer lo siguiente: «Europa no se hará de una sola vez, o de acuerdo con un plan general único, sino que será edificada a través de realizaciones concretas, que crearán primero una solidaridad de facto». Se trataría de ir avanzando de manera «funcionalista» en base a «realizaciones concretas» (Comunidades Europeas) hasta llegar a largo plazo a una verdadera federación europea, que quedaba sin definir en términos de contenido o calendario. El máximo inspirador ideológico de aquella estrategia era el francés Jean Monnet, según el cual la integración europea consistía en «unir no Estados sino personas» y «perseguía como objetivo principal la paz». Propuso empezar por la integración económica, es decir, por lo que él denominaba «solidaridades de hecho». La puesta en común de las producciones del carbón y del acero (CECA) de los seis países fundadores sería el primer paso. También avisó de que Europa se iría construyendo «a golpe de crisis, en medio de las crisis», y que sería precisamente «la suma de las soluciones dadas a cada crisis». A partir de entonces, y hasta hoy, la estrategia comunitaria ha ido avanzando de manera ondulante a través de periodos sucesivos de eurooptimismo y de europesimismo con crisis intermedias.
El primer periodo de eurooptimismo fue largo: de 1951 a 1973. Europa occidental se estaba recuperando rápidamente de la devastación de la Segunda Guerra Mundial y la Europa Comunitaria iba dando sus primeros pasos. En aquel primer periodo se constituyeron las tres primeras Comunidades Europeas (la CECA en 1951, como ya hemos dicho, y la CEE y EURATOM en 1957). También se creó la unión aduanera entre los países fundadores (1957-1968), y el mercado común (libertad de circulación de personas, servicios, mercancías y capitales) se fue consolidando. Constituían los cimientos del edificio europeo. Se vivía entonces la época conocida en francés como las Trente Glorieuses por su esplendor económico, pero también social y político (contrato social exitoso, economía social de mercado en buena forma, entendimiento de democristianos y socialdemócratas).
A partir de 1973 las cosas cambiaron radicalmente: crisis económica generalizada a consecuencia de la subida fuerte y repentina de los precios del petróleo a causa de la guerra araboisraeliana del Yom Kippur y primera ampliación de la Comunidad Europea con la entrada de tres nuevos países miembros: el Reino Unido, Irlanda y Dinamarca. Así llegaba el primer periodo de europesimismo que duró hasta 1985. El 1982, tres años antes de que se acabara aquella mala época, en una portada de la prestigiosa revista británica The Economist se podía ver un ataúd con la siguiente inscripción: «R.I.P. la CEE, nacida en 1957, muerta a la edad de 25 años». Dichosamente, solo se trataba de un pensamiento de deseo (wishful thinking).
La Europa Comunitaria superó con éxito aquella primera gran crisis gracias a la energía y talento del presidente de la Comisión Europea Jacques Delors, que ocupó el cargo durante diez años (1985-1995). Su propuesta clave fue la construcción, a partir de 1985 y hasta 1992, de un mercado común perfeccionado, al que bautizó como «mercado interior único». Resultó ser una idea muy bien recibida por parte de todos los estamentos implicados y que generó un gran entusiasmo.
Pero, a partir de 1992, otra vez se torcieron las cosas al llegar una fuerte crisis monetaria que hizo saltar por los aires el primer intento de una moneda común: el Sistema Monetario Europeo (SME). Volvía a asomarse el europesimismo, que se volvió a superar con la creación del euro en 1999.
Alrededor del cambio de siglo se vivía nuevamente un gran optimismo en la UE con la moneda única, la propuesta de una constitución europea y la ampliación hacia países del centro y del este de Europa después de la caída del muro de Berlín en 1989. Pero, una vez más, las cosas se volvieron a torcer a partir de 2005 con la llegada de una fuerte oleada de europesimismo centrada en grandes crisis internas (fracaso del proyecto de tratado constitucional en 2005, llegada de la Gran Recesión en 2007, crisis del euro del 2010, crisis de los refugiados en 2015, apariciones del Brexit y Trump en 2016) y amenazas externas (Trump, Putin, China, yihadismo islámico), hasta hoy mismo. A lo largo de los últimos catorce años se ha vivido una verdadera «crisis existencial» en la UE, en palabras del presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, que acaba de dejar su cargo y dar paso a la alemana Úrsula von der Leyen.
Con el arranque de la nueva legislatura europea (2019 -2024), los escenarios posibles parecen ser dos: relanzamiento de la UE (una vez más, fiel a su estrategia fundacional) o inicio de un camino hacia la irrelevancia en un mundo de gigantes dominado por los Estados Unidos, China y otras grandes potencias emergentes. Entre todos tendríamos que hacer posible el primer escenario y condenar el segundo a ser solo una pesadilla.