En diciembre de 2018, el Ministerio de Sanidad y el Hospital Clínico de Barcelona coincidían en advertir sobre los riesgos de la práctica del ‘chemsex’, el policonsumo de drogas con el fin de facilitar, potenciar y prolongar las relaciones sexuales.
En ambos casos se constataba un incremento de contagios por VIH, entre otras infecciones de transmisión sexual (ITS), sobre todo entre los gais, mientras la práctica del ‘chemsex’ iba a más.
Ahora, Pablo Ryan, adjunto de Medicina Interna del Hospital Infanta Leonor, viene a corroborar aquellos datos al lanzar una nueva alerta sobre el ‘chemsex’: combinar drogas y sexo “favorece el contagio de ITS, incluyendo el VIH”, afirma.
En declaraciones a Diario Médico, este experto advierte de que el policonsumo de drogas para mantener relaciones sexuales, que afecta principalmente al colectivo homosexual, conlleva un aumento de las ITS.
Cabe recordar que, en agosto del año pasado, otro especialista en medicina interna, Ignacio Pérez Valero, del Hospital Universitario de la Paz, aseguraba en el mismo diario que “uno de cada diez pacientes infectados por VIH practica ‘chemsex’”, y los homosexuales eran los más afectados.
Policonsumo muy frecuente y con riesgos
Pablo Ryan señala que las drogas más habituales que se utilizan en la práctica del ‘chemsex’ son la mefedrona o ‘mefe’; la metanfetamina, también llamada ‘tina’; y una droga desinhibidora llamada GHB (gamma-hidroxibutirato).
“El policonsumo es muy frecuente, asociándose otras como la cocaína, la ketamina, que es un anestésico disociativo, el éxtasis, el alcohol o diversos fármacos indicados para la disfunción eréctil”, añade.
La gran mayoría de estas sustancias son estimulantes que producen desinhibición sexual, favorecen un aumento en el placer, la intensidad, excitación y duración de las relaciones sexuales.
En cualquier caso, “conllevan una serie de riesgos. No sólo pueden provocar problemas importantes para la salud, física y mental, de quienes las consumen, también generan una serie de conductas que favorecen el contagio de ITS, incluyendo el VIH”, insiste el especialista.
Una adicción que se oculta
Ryan también destaca que no es fácil detectar a los pacientes con este tipo de adicciones o prácticas, porque son reacios a desvelar su comportamiento. “Es necesario llevar a cabo un abordaje adecuado en la entrevista clínica, en un espacio que respete su privacidad”, dice.
A partir de ese momento, se pueden realizar preguntas sobre la utilización de drogas y conductas de riesgo, aunque hay otros indicadores que ayudan. Uno de ellos es no acudir a las citas médicas.
“Los repuntes de la carga viral en los pacientes de VIH, una peor adherencia al tratamiento o problemas de pareja o laborales pueden llevar al médico a sospechar que existe un consumo de drogas recreativas”, añade el especialista.
Otra cuestión a considerar, según Ryan, es que este importante foco de contagio de ITS es un problema del que todavía no se conoce su magnitud.
“Los datos que disponemos son de encuestas anónimas y de cohortes de pacientes atendidos en centros comunitarios y hospitalarios, con todos los sesgos que esto supone”, asegura.
“En los últimos años se han realizado diferentes estudios que ofrecen una foto de la situación del ‘chemsex’ en un determinado momento, pero no conocemos la tendencia ni cómo ha cambiado con el tiempo”, considera.
Aun así, destaca que, a medio plazo, llegarán los resultados de las encuestas EMIS 2017 (a nivel europeo) y U-sex-2, en la que él participa como coordinador junto con Hellen Dolengevich, responsable del programa de Patología Dual del Hospital Universitario del Henares (Madrid), y Alicia González, psicóloga en el Hospital Universitario de La Paz (Madrid).
“Se ha perdido el miedo”
Otra cuestión que destaca Ryan es que el aumento de los casos de ITS vienen a coincidir con el auge de las redes sociales y aplicaciones de citas, sumado al uso de drogas recreativas en este contexto.
A ello se suma que, “aunque no curan, los tratamientos antirretrovirales son tan eficaces que permiten que se pueda vivir con la enfermedad y tener una calidad de vida y supervivencia equiparable a la de la población general”.
“Esto es una de las razones por las que se ha perdido el miedo y ha llevado a que no se tomen las precauciones necesarias”, advierte.
Además, la llegada de la profilaxis preexposición (PrEP) que, si no se dan cambios, se implantará en España a lo largo de este año, podría amplificar esa actitud desinhibida ante el riesgo.
“Su utilización puede estar asociada a prácticas sexuales de mayor riesgo y a la adquisición de enfermedades de transmisión sexual”, considera este especialista del hospital madrileño.
Otro elemento a considerar es el coste para la sanidad de las conductas de riesgo asociadas al ‘chemsex’. Ryan opina que es necesario instaurar circuitos asistenciales para los asiduos a estas prácticas.
“Tienen que ser circuitos interdisciplinares que incluyan a especialistas en enfermedades de transmisión sexual, personal de ONG, psicólogos, psiquiatras, infectólogos, médicos de adicciones, sexólogos y trabajadores sociales, entre otros”, señala.
También cree prioritaria la formación del personal sanitario en este campo, “especialmente psiquiatras, infectólogos, médicos de adicciones y médicos de urgencias a través del desarrollo de programas específicos”.
De hecho, muchas de estas medidas ya están siendo estudiadas por el grupo de trabajo de ‘chemsex’ del Plan Nacional de Sida, liderado por Julia del Amo Valero, actual directora de dicho Plan, y Raúl Soriano Ocón, consultor de ‘chemsex’ y prevención del VIH y otras ETS.
Todo ello lleva a concluir que el fenómeno ‘chemsex’ supone una gran inversión en investigación y en campañas de prevención, la mayoría basadas en el uso del preservativo.
Sin embargo, bien poco o nada se invierte en campañas informativas sobre la conveniencia de abstenerse de mantener conductas sexuales de riesgo, que sin duda reducirían en gran medida las consecuencias de la práctica del ‘chemsex’.