14-F: Unas elecciones de transición

Las elecciones del 14-F son de transición, no porque no sean importantes, sino porque todo lo antiguo está agotado, y lo nuevo aún no se hace presente .

Poco cambiará al día siguiente de las elecciones para la inmensa mayoría de ciudadanos de este país. Y es que el escenario ya no es el mismo que el de los de los últimos 8 años. La pandemia lo ha acelerado.

El independentismo como objetivo político concreto ha pasado a mejor vida, a la de los sentimientos utópicos. Ha cumplido así la «década». Ahora ya pertenece al limbo junto con otras categorías similares, como puede ser la vieja «plenitud nacional» convergente.

ERC, que se definía como el partido independentista por excelencia, ha vuelto a las fuentes y se ha convertido en la muleta del PSOE-UP. Ahora vuelve a ser el mismo que ha sido casi siempre, un partido republicano español.

El que fue JxCat, plaza de CDC, se ha fraccionado en tres. De ellos el PDECAT y el PNC defienden con matices lo mismo: un referéndum pactado con el estado como camino hacia la independencia; es decir para nunca. Mantienen más o menos vivo un sentimiento que no tiene traducción política. Y el tercero, el más importante y el que se quedó con el nombre de JxCat tiene un líder, Puigdemont, que no se presenta como candidato a la presidencia porque prefiere ser diputado en Europa, y uno de los dos candidatos a encabezar la lista, Damià Calvet, convergente de la vieja escuela, hace campaña hablando de la gestión y de que la independencia es cuestión de una generación; o sea ya hablaremos dentro de unos años -¿cuántos?.

Y si el independentismo ha resituado y alimenta sobre todo a la alianza Sánchez-Iglesias, ya no tiene ningún sentido querer formar bloques alternativos a ellos justificando listas electorales extrañas en su heterogeneidad incompatible.

Y atención! porque ahora que ya es evidente que la utopía de la independencia sólo es un artefacto para justificar el poder y el dinero para unos ante la buena gente, la pretendida alternativa se sitúa en el mismo plano, evitando abordar los problemas reales; hace lo mismo que el independentismo en la simetría opuesta.

Los problemas graves, difíciles, que tenemos hoy son otros. Lo fundamental es la crisis derivada del actual sistema de partidos: la partitocracia, que gobierna todo y que vive al margen de las necesidades de la gente y de las exigencias de la actual situación, y que, en todo caso, las atienden sólo de manera subsidiaria a sus intereses de facción y no como prioridad: Cada día que pasa depositan más la carga sobre los hombros de la gente.

Porque:

  • Las administraciones públicas no funcionan, ni la de la Generalitat, ni la del estado. Mientras, la miseria va a cargo de las parroquias, Caritas y Bancos de Alimentos, porque las administraciones colapsadas no hacen fluir el dinero, además de escasos, hacia los necesitados.
  • A pesar del tiempo transcurrido y la dureza de la primera ola, en España todavía no disponemos de un sistema fiable de seguimiento y control de los casos positivos y las cuarentenas. En esta situación la presión máxima recae sobre la población y la economía, toque de queda a las 22h, cierre de negocios, confinamientos municipales. La lista de medidas medievales es larga y reiterada. Y es así porque a la mínima pierden la capacidad de control, actúan tarde y mal. El resultado es la privatización de los costes de la gran crisis.
  • Los escándalos se suceden a un ritmo tal que uno hace olvidar al otro, desde la situación de la fiscalía y la justicia, al encabezar el ranking mundiales de muertes, el comportamiento de los partidos en el Congreso y la inutilidad del Parlamento de Cataluña, un país que incluso puede prescindir de su presidente durante meses y aquí no pasa nada, mientras que los diputados cobran gastos por traslado que no existen y que no han de justificar.
  • Cuando el eje de la reflexión compartida debería ser un plan de reanudación claro y concreto, todo permanece en la sombra porque las cúpulas de los que gobiernan lo decidirán de acuerdo con los grupos de presión.

Un solo ejemplo bien trágico resume todas las fechorías: en Cataluña un consejero perfectamente inepto, a juzgar por sus resultados, Chakir El Homrani Lesfar, se mantiene impasible en el cargo, mientras que en el gobierno español, el vicepresidente Pablo Iglesias responsable de los servicios sociales no tiene nada que decir ni subsanar, sobre el excedente de 40.000 muertes de personas dependientes, un 36% más de lo esperados, 12.000 de las cuales corresponden a Cataluña. Todo ello es un escándalo que no se merece.

Calalunya continúa necesitando el catalanismo que tuvo en su irrupción en el sistema político de principios del siglo XX en España, una fuerza renovadora y regeneradora de la política catalana y española que, al mismo tiempo, velaba por el autogobierno y la cultura. Una cultura, dicho sea de paso, que en 2019 saliendo de la crisis y sin pandemia, tan sólo dedicaba el 0,8% de su presupuesto. Es un ejemplo, y no menor, de la corrupción de los ideales: gastan más en publicidad y comunicación cooperativa que en cultural.

No puede haber una nueva versión actual y renovada del catalanismo si no es regeneradora . Querer salvar el vacío con una alianza socialista para hacer una lista conjunta es como si la Lliga de Cambó y Prat, en lugar de forjar el partido, hubieran hecho coalición con el partido de turno, fueran conservadores o liberales. Así el catalanismo nunca habría existido. No necesitamos más personal instalado, sino una fuerza regeneradora al servicio de la sociedad, que liquide, no la transición, no la Constitución -dos valiosísimas realidades- sino la partitocracia que las destruye y nos daña.

14-F Necesitamos hacer fuego nuevo .

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