En Converses fuimos críticos con el anuncio de Sánchez de convertir a España en un hub generador de hidrógeno verde para Europa que tendría los primeros resultados en 2030. Es decir, dentro de 6 años. Y nos preguntamos si era un proyecto real o una fantasía. Y nuestra respuesta, después de considerar los factores en juego, se inclinaba por la fantasía.
Las razones eran múltiples, técnicas y económicas y también de capacidad productiva.
Económicamente, aún se necesita más energía para producir hidrógeno que la que se obtiene con el hidrógeno resultante en una proporción de 3 a 1, una estructura de costos en la que la electricidad significa el 50%; de ahí la importancia, para que sea verde, de utilizar energías renovables. Y este, señalémoslo, era un punto en el que Francia nos lleva ventaja, porque puede utilizar el excedente de electricidad que tendrá, producto de las nucleares, mientras que nosotros tenemos que hacer una gran inversión para las instalaciones productoras de energía eléctrica.
Para producir un millón de toneladas de hidrógeno con un rendimiento del 50% de transformación se necesitan 15.000 hectáreas para generar la energía de origen solar necesaria. Y, al mismo tiempo, también se necesitan 11 millones de m³ de agua, lo que equivale al consumo anual de una población de 170.000 habitantes. Y eso contando con el rendimiento del 50%, que es teórico, más bien de laboratorio, y hay que ver cuánto cae este rendimiento en la práctica.
Lo que nos vendió Sánchez del traslado de hidrógeno desde Barcelona a Marsella por un tubo submarino, el H2MED, que era la clave de la cuestión porque este hidrógeno iba dirigido a la industria, sobre todo alemana, exigiría un respaldo en nuestro caso con disponibilidades de energía eléctrica y agua suficientes para producir algunos millones de toneladas. Parecía difícil que todo esto pudiera llevarse a cabo y que no hubiera otras soluciones a escala europea mejores y más económicas.
España jugaba con la carta de la abundancia de sol, pero no tiene una gran capacidad hídrica y, por otro lado, el transporte de hidrógeno particularmente complejo hasta el centro de Europa tampoco era una tarea menor.
Todas estas consideraciones ahora cobran más importancia porque el Tribunal de Cuentas Europeo ha emitido un informe que considera poco realistas y sin base sólida los objetivos de Bruselas, porque recordemos que el proyecto de Sánchez se pagaba en buena parte con dinero de la UE.
Informe del Tribunal de Cuentas Europeo
El informe considera que los objetivos de producción están sobredimensionados y duda mucho sobre el diseño de políticas de ayudas que se ha aprobado, y eso afecta a España, especialmente, además de a otros países.
Concretamente, el Tribunal de Cuentas Europeo considera que el potencial de producción de hidrógeno de la UE permita transportar hidrógeno verde a través del bloque de países, desde aquellos que tienen un buen potencial de producción hasta los que tienen una gran demanda industrial. Es decir, entre España y Alemania, que era el planteamiento de Sánchez. Esto no lo ve posible ni en términos de cantidad ni de recursos económicos.
Y dice más, porque cuestiona la eficacia de Bruselas de coordinar los objetivos de hidrógeno verde con lo que cada Estado pretende tener de ventajas a través de su producción y/o consumo. Afirma que «la creación de una industria de hidrógeno en la UE requiere una enorme inversión pública y privada, pero la Comisión no tiene una visión completa de las necesidades ni del financiamiento público disponible».
En definitiva, la idea de que exportaríamos hidrógeno verde a Alemania en 2030 que nos vendió Sánchez se consolida como lo que ya parecía al principio: una notable fantasía.