La fenomenología de la memoria está sometida en los tiempos actuales a una increíble y extraña paradoja. Por una parte, el olvido de la memoria colectiva como “imaginario referencial cultural” expresado mediante la tradición, que desde la antigüedad ha servido para construir nuestra cultura moderna y nuestra identidad occidental. Pero, por otra parte, la gran atracción reivindicativa que tiene el ejercicio de la “memoria histórica”, razonablemente utilizada pero también desacreditada por sus múltiples abusos. “¡Grande es el poder de la memoria!”, decía Agustín de Hipona (Confesiones, libro X). Y efectivamente, grande es su poder en el contexto cultural de su época, como elemento fundamental e imprescindible para las transmisiones.
Pero hoy día, también podemos decir qué grande es su poder como elemento adoctrinador e ideológico para conseguir objetivos políticos.
Desde la época clásica, el tema de la memoria, el recuerdo y el olvido ha sido un tema apasionante para filósofos y pensadores. La aparición de la idea de “memoria colectiva” en la primera mitad del siglo pasado en el ámbito de la sociología, fundamentada en la tesis de que “uno no recuerda nunca solo”, ha enriquecido extraordinariamente la cultura y el pensamiento actual. De la misma manera que la “memoria histórica” ha dado debida respuesta al hecho de que “acordarse” no es solo recibir una imagen del pasado, sino también buscarla, hacer algo por rememorarla, para conseguir la finalidad pedagógica que tiene toda verdad histórica para vivir y convivir en el presente y construir un futuro mejor.
Paul Ricoeur en un extraordinario libro-ensayo titulado “la memoria, la historia, el olvido”, advierte de los abusos a los que la memoria se ve sometida desde la manipulación ideológica que impone el recuerdo forzado a través de la conmemoración, o el olvido de lo que no interesa con tal de conseguir el poder.
Indudablemente es deber de la memoria recordar por razones de justicia, compromisos de deuda, y prioridad moral en relación con el derecho de las víctimas. De ahí nuestra pregunta, ¿cómo situarnos ante estas tres razones para hacer un buen uso de ellas y evitar su manipulación?, ¿o para superar la memoria resentida, anclada en el pasado y cerrada al presente y al futuro? Porque la manipulación ideológica de la memoria histórica “no es solo propia de los regímenes totalitarios sino también patrimonio de los celosos de la gloria” (T.Todorov, 1995)
Por nuestra parte, nos quedamos con las palabras que Milan Kundera pone en boca de uno de los personajes de su novela “La ignorancia”: nunca nos cansaremos de criticar a quienes deforman el pasado, lo reescriben, lo falsifican, exageran la importancia de un acontecimiento o callan otros…”