¿De verdad que la Unión Europea quiere el juego de la guerra indefinida con Rusia a través de la intermediación de Ucrania? Eso da a entender la reciente visita a Ucrania de la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen, y la todavía más inmediata de Mario Draghi, Scholz y Macron, quienes representan a los tres países más fuertes de la Unión Europea. ¿Los compromisos de seguir sirviendo más armas y de mayor alcance, y de incorporar a Ucrania en la Unión Europea es el camino que hay que seguir?
A ver si lo entendemos. De momento las sanciones a Rusia comportan una serie creciente de restricciones en el gas que llega a Europa. La turbina enviada a Canadá del gaseoducto North Stream 1, y que Canadá retiene en razón de las sanciones, significa, sin comerlo ni beberlo, que Francia, Austria y Eslovaquia hayan visto reducido su suministro en unos términos bien significativos. También Alemania empieza a sufrir este tipo de fallos y es que, por ejemplo, ayer aquel gaseoducto apenas alcanzó el 40% de su capacidad.
Mientras, progresivamente, Rusia va ampliando su demanda en China y en Oriente. Hay una tonta razón europea que dice: sí, bueno, pero es mucho menos gas del que le compra Europa. Cierto pero esto es ahora lo que se está haciendo. Son nuevos mercados, nuevos clientes que tienen una demanda brutal de este oro líquido en el que se ha convertido el gas gracias a la política europea y la estrategia de Estados Unidos al situar los precios en un nivel tal, que el fracking le resulte rentable.
Continuar la guerra con Ucrania y convertirla en un candidato miembro de la Unión solo puede complicar todavía más en lamentable estado en que se encuentra. porque la inflación galopante, que ha obligado a modificar la política del Banco Central Europeo, subiendo los tipos de interés puede comportar, si no lo hace bien, una nueva crisis del euro qué es lo último que nos faltaba.
La cuestión es evidente, en último término la inflación es debida a un exceso de masa monetaria en circulación y esto es la consecuencia de la combinación de unos Estados tremendamente endeudados (unos más que otros) y de unos bancos centrales que han ido comprando esta deuda y facilitando el dinero a un interés próximo a cero. El dinero en circulación es ingente y se quiera o no, para controlar la inflación debe reducirse. El ritmo y el cómo lo haga es donde está la gracia del artista para no comportar daños mayores. Pero daños se van a producir, y el primero de ellos va a ser en el euro y también en las economías del sur de Europa, demostrando una vez más que la Unión tiene una arquitectura europea que todavía no está bien realizada. Todo esto va a provocar grandes tensiones en el seno de la UE, que se añadirán a las preexistentes.
La prolongación de la guerra con Rusia no hace otra cosa que multiplicar estos problemas porque va a mantener alta la inflación. Al mismo tiempo la política exterior se convierte en un galimatías incuestionable. Le vamos a comprar gas a Israel, que está bajo sospecha de incumplimiento de los derechos humanos, a escala masiva, que nos llegará a través de Egipto, que no es precisamente un modelo de conducta en este terreno, y que se encuentra bajo el mando de una durísima dictadura militar, y al mismo tiempo la misma Unión vuelve a librar ayuda a los palestinos a la que se oponía Israel. Y lo hace en un momento de gran tensión en el seno del gran estado por la ultimas ocupaciones en territorio palestino i la destrucción de algunas aldeas. En América Latina, Maduro ha dejado de ser un adversario al que empujar hacia la democracia, para convertirse en una especie de socio petrolífero.
Todo esto es confuso políticamente, malo éticamente y muy caro desde el punto de vista económico. Una vez más, parte de los gobiernos y la Unión Europea no escuchan la voz de los ciudadanos, que mayoritariamente ya se inclina por la consecución de una paz en Ucrania. Un 35% se inclina por aquella opción aunque esto equivalga a hacer confesiones a Rusia, y solo un 22% es partidario de continuar hasta conseguir la derrota de aquel país. Hay además una masa nada menor de indecisos, un 23%, sobre todo fuera de la Unión. En el Reino Unido su conjunto representan que oscilan entre ver la necesidad de que la guerra termine y se normalice la situación y la tentación de castigar a Rusia. En la medida que este grupo trasvase sus posiciones reclamando la paz y el fin de los problemas, esta posición será mayoritaria y cogerá una vez más a los gobiernos y a la Unión con el paso cambiado. Y después todos se extrañarán de que el populismo vuelva a crecer.