La situación económica de Catalunya es crítica a juzgar por la evolución de las transacciones comerciales con tarjeta de crédito. A finales de septiembre, y comparado con el año precedente, solo se ha recuperado el 75% de la actividad, y las gasolineras, un buen indicador de la movilidad laboral, están al 53%. La situación tiene un responsable principal: Barcelona, que tira hacia abajo, dado su peso económico. Aporta casi uno de cada tres euros que produce Catalunya, y representa el 6% del PIB español, tanto como el País Vasco, o la suma de La Rioja, Cantabria, Extremadura, Navarra, Ceuta y Melilla. Por lo tanto, es también un problema para España. Todo este gran agregado económico que no funciona, ni tiene perspectivas de hacerlo, está dirigido por Ada Colau.

Y es que las transacciones comerciales en Barcelona están en el 62% de hace un año. Poco han progresado desde finales de agosto, cuando eran del 55%. Y no se trata solo de hoteles cerrados o casi vacíos; es toda la actividad comercial, que se sitúa entre el 48% y el 67% de la del año pasado, excepto la alimentación y la electrónica.

El aplazamiento hasta junio del Mobile World Congress y de Integrated Systems Events daña las esperanzas de recuperación, porque aplazar significa “ya lo veremos”. En parte es el coste, como explicaba en “Barcelona ante el peligro” (2 de septiembre), de no utilizar a fondo las competencias en salud pública que le confiere la Carta Municipal, y dedicarse a perseguir coches en lugar del coronavirus.

Y es que la ideología de Ada Colau la lleva a simplificar la realidad, principal característica del populismo, y quiere resolver la contaminación a fuerza de hacer imposible la circu­lación de los coches en plena crisis ­comercial. Ignora que la solución a la contaminación es metropolitana ­porque este es el nivel donde se puede resolver la movilidad. No tiene ningún plan a la altura de los tiempos. La suya es una concepción reaccionaria basada en la bicicleta, y un tranvía muy costoso para cubrir cuatro kilómetros de los 1.377 kilómetros que ­tiene la ciudad. Su objetivo confeso es retirar el 25% de los trayectos en ­coche en cuatro años, y ocupar las calles con más carriles bici, terrazas de bares y espacio para los peatones…, que ­utilizan con deleite patinetes y ­bicicletas, además de encarecer el apar­camiento.

La idea de Colau no es resolver el empobrecimiento de la ciudad, sino aprovecharlo para hacer una Barcelona proletaria , en la que la subvención le asegura una base mínima de votantes, confiando en que un plenario municipal atomizado hará el resto.

Desengáñense los que piensen en grandes proyectos para Barcelona. No toca. Ahora toca proletariado kitsch , populismo y espacios públicos entre sucios y descuidados. Es el mal gusto pretencioso.

Gobernando con minoría pone Barcelona patas arriba y aplica la cultura de la cancelación. Porque Ada Colau, que es alcaldesa gracias al regalo de Valls –el mismo que ahora consigue ofender la dignidad de una persona tan honorable como Heribert Barrera, un luchador por la democracia y Catalunya, y primer presidente de nuestro Parlament–, lo ha hecho con la colaboración necesaria de un PSC que ha abjurado de su legado político, y de la obra de Pasqual Maragall, continuada por Clos y Hereu.

La oposición es mayoritaria y tiene una grave responsabilidad en este descalabro porque puede evitarlo. Empezando por Ernest Maragall y ERC, primera fuerza del Consistorio, seguido por el resto de los partidos, que no pueden seguir desaparecidos.

La gente de Barcelona no merecemos permanecer tres años rodando por la pendiente de la degradación.

Los partidos de la oposición configuran la mayoría del Consistorio, y tienen que ser capaces de dar una respuesta a la altura del reto, forjando un gran acuerdo de ciudad, concretado en la sustitución de Ada Colau por Ernest Maragall, representante del primer partido, con un programa centrado en las cuestiones vitales: 1) Hacer una ciudad sanitariamente segura; 2) Participación intensa en los proyectos de los fondos europeos de reconstrucción, y las misiones científicas Horizon Europe. Y ligados a ambos: 3) Recuperación económica y creación de puestos de trabajo; 4) Vuelta a la normalidad en el funcionamiento de la ciudad; 5) El fin de la política de la cancelación y exclusión cultural e histórica, y la recuperación de los símbolos liquidados; 6) La atenuación de los estragos de la crisis. Un gran proyecto viable si se hace efectivo el compromiso de eludir la cuestión de la independencia, en un sentido u otro, hasta las próximas elecciones. No es una renuncia porque nada determinante sucederá en este periodo, y muy mal parada quedará la ciudad, Catalunya y todos, si sigue Ada Colau.

Si no lo hacen, todos los partidos de la oposición corren el riesgo de hacer patente su marginalidad a pesar de reunir la mayoría de los votos. Entonces, puede suceder que se vean desplazados porque la necesidad impulse un gran bloque de ciudad por encima de las diferencias partidistas, con el fin de contribuir a las próximas elecciones como alternativa a Colau.

Artículo publicado en La Vanguardia

 

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