La Comisión Europea ha declarado que espera que la Unión Europea (UE) sufra una pérdida de su Producto Interior Bruto (PIB) tanto en el último trimestre de 2022 como en el primero del próximo año.
Este hecho -dos trimestres de crecimiento negativo- implica la recesión técnica, aunque la Comisión espera que el Viejo Continente recupere una tendencia positiva a partir de la primavera de 2023 y que se consolidaría en 2024.
Sin embargo, hay varios problemas con ese “optimismo moderado” que Bruselas intenta mantener vivo.
El primer problema es la falta de credibilidad de quienes hacen las previsiones, a la vista de lo previsto hasta ahora, y que hace sospechar que la realidad sea mucho peor de lo que anuncian.
Instituciones europeas, organismos internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y gobiernos de los países miembro empezando por el español han ido, progresiva pero constantemente, recortando las previsiones de crecimiento a medida que avanzaba el año. Una forma de tragar la píldora más fácilmente a empresas y particulares, y minimizar la pérdida de credibilidad.
Por mucho que Bruselas y los gobiernos repitan que la culpa de todo ello la tiene Vladimir Putin, el hecho es que la guerra de Ucrania ha sido tan solo un catalizador, y no la causa principal para hundir una economía europea que ya mostraba signos de agotamiento, no antes de la invasión rusa sino incluso previamente a la crisis del coronavirus.
De hecho, y como Converses ha señalado en varias ocasiones, los principales causantes (pero no los únicos) de la crisis que se nos echa encima son los mismos que acusan al presidente ruso, y que han imprimido dinero y se han endeudado masivamente.
En segundo lugar, el problema de la inflación permanecerá incluso si se cumplen las previsiones de un retorno al crecimiento a partir del segundo trimestre de 2023.
La propia Comisión Europea ha admitido que espera un incremento de la inflación en la zona euro tanto para 2022 como para el próximo año, pasando de un 7,6 y 4% respectivamente en la previsión previa a un 8,5 y un 6 ,1%. No es poco.
Una inflación tan elevada y sobre todo persistente en el tiempo (lo que hasta ahora el Banco Central Europeo se había negado a admitir, una vez más erróneamente) podría anular completamente el tímido crecimiento del 0,3% previsto para 2023.
Cabe destacar también que esta última cifra representa una bajada notable de un punto porcentual entero respecto a la previsión anterior, realizada en el mes de julio, ya en pleno estancamiento de la guerra de Ucrania.
Queda todavía un tercer problema, y es que se espera también que el próximo año marque el fin de la generación de empleo a escala de la UE.
Las previsiones de Bruselas son que el paro repunte del 5,6% actual hasta el 7,2% en la eurozona.
En medio de este panorama tan complicado, España se encuentra en una de las peores situaciones (muy probablemente, en la peor de todas).
En efecto, el país tiene un desempleo desmedido del 12,7%, y esto sin considerar las distorsiones generadas por los dudosos métodos estadísticos del gobierno Sánchez (fijos discontinuos) ni el hecho de que más de 2 de cada 3 nuevos puestos de trabajo se generan en el sector público, y son pues técnicamente improductivos.
Por lo que respecta a la inflación, si los últimos datos proclamados por la Moncloa a bombo y platillo parecen mejores que en otros países, la realidad es que se debe por un lado a nuestro particularmente terrible paro, y por otro a que España fue uno de los primeros países europeos en notar el incremento de precios.
Así, los valores de referencia actuales para calcular los precios son ya más elevados que en los demás países, y los incrementos, matemáticamente inferiores. Es el llamado “efecto escalón” que explica el economista Marc Vidal.
Y, por último, España es el único país de toda la Unión Europea que aún no ha recuperado su PIB previo a la pandemia del coronavirus.
Estos son los verdaderos datos económicos de la España de Pedro Sánchez.