Aunque no lo parezca por el discurso oficial de la UE y la actitud de los gobernantes estatales, la UE está abocada a la crisis estructural más grave desde el inicio de su historia debido a una combinación de factores que unen la dinámica geoestratégica con la economía.
De forma casi repentina la balanza de intercambios con el exterior de la UE ha quedado dañada hasta alcanzar números rojos. Éste es un hecho inédito desde 2008. Y, atención, porque la novedad radica en que por primera vez en toda la historia, la UE presenta un déficit con EEUU. Nunca había pasado, y significa un cambio de signo que, de mantenerse, tiene repercusiones extraordinarias.
¿A qué se debe? Claramente, es consecuencia de la guerra con Rusia, debido a que estamos comprando, además a precios elevados, gas licuado estadounidense. Por tanto, la guerra está perjudicando gravemente a la UE y beneficiando a EE.UU. en términos comerciales.
Por otra parte, el desequilibrio permanente con China se ha mantenido y el esquema histórico de la UE, que ese déficit lo compensaba con el superávit con EEUU, ha desaparecido. Mientras la dependencia energética de Europa sea de productores más caros que Rusia, aquí existe un agujero difícil de tapar.
Pero no se trata sólo de eso. Es que, además, se observa que en el juego globalizado de la inversión directa extranjera que se aplica al tejido productivo, Europa también pierde comba y solo en los 3 primeros trimestres del pasado año ha recibido el 12,4% de la inversión mundial, mientras que EEUU alcanzaba el 21,4% y China el 16,4%. Aquí tenemos un segundo problema. No solo tenemos déficit sino que además Europa pierde atractivo inversor. Este hecho afecta sobre todo a la potencia industrial por antonomasia, Alemania, y también a Italia, entre otros. Y no lo hace, o no en la misma medida, en el caso de España, pero claro, esta cuestión no arregla el problema y además la inversión que viene a España, a diferencia de la que se concentra en Alemania, es mayoritariamente en sectores de productividad mucho menor.
Por si esto no fuera suficiente, el programa de la administración Biden, técnicamente dirigido a promover la transición ecológica, es en la práctica un arma de destrucción masiva para la economía europea. La administración americana aplicará la extraordinaria cifra de 369.000 millones de dólares para favorecer esta transición, pero a base de establecer que los consumidores compren productos fabricados en América o que si hay empresas foráneas que producen tecnología verde, lo hagan con inversiones en EE.UU. De esta forma se produce una barrera proteccionista extraordinariamente fuerte que dejará maltrecha la transición económica europea.
En este sentido, aunque Trump se llevó la fama de poco amistoso con Europa, quien nos está abriendo en canal es el demócrata Biden. ¿Por qué? la respuesta es complicada, primero, porque difícilmente Europa podrá movilizar un volumen de recursos económicos equiparables. Segundo, porque puede disparar la tentación de los estados con recursos más holgados, como Alemania, de salvar a su industria y los demás ya se apañarán. Tercero, porque Europa ha apostado, quizás en exceso, por la globalización que es todo lo contrario de las tendencias geoestratégicas actuales. Si ahora se enzarzan en una guerra de subvenciones a su industria, estará actuando en sentido contrario y con mucha incertidumbre sobre si conseguirá movilizar de forma equilibrada para el conjunto europeo los recursos necesarios. Y si no lo hace, el programa proteccionista norteamericano hará agujero en la industria de la UE.
A este hecho hay que añadirle dos factores geoestratégicos más. El de la población. Es sabido que el envejecimiento galopante de la población europea y la baja natalidad y, atención, el hecho de que la frontera sur de Europa presente un doble y exagerado desequilibrio. Por una parte, el contingente africano es el único del mundo que no se ve afectado por el envejecimiento de su población. Por ejemplo, África subsahariana tiene una tasa de fertilidad de 4,7 hijos por mujer en edad fértil. Mientras que la media europea está en 1,6 y la española en 1,2. Hay una explosión de juventud en África a la vez que las diferencias de renta entre ambos continentes son las más elevadas que pueden encontrarse en el mundo en relación con una frontera. Esta presión demográfica juvenil a la corta o a la larga tendrá consecuencias sobre un sur europeo que nunca ha estado en el centro de atención de Bruselas, primero porque miraba al norte y al centro, y ahora porque bascula hacia el este .
Mientras, la presidenta de la CE no ha asumido todavía la dimensión de estos problemas que, combinados, presentan una amenaza histórica. En uno de los peores momentos carecemos de buenos liderazgos europeos.