La confianza occidental en la capacidad de Ucrania de resistir a los ataques rusos crece de forma proporcional a la toma de conciencia de que la guerra tendrá nefastas consecuencias económicas y sociales por Europa.
Un primer síntoma de este cambio de actitud europeo ha sido el rechazo explícito del presidente francés Emmanuel Macron a la declaración de su homólogo estadounidense Joe Biden de que «Putin no puede seguir en el poder» en Rusia. Más discretos, pero igual de escandalizados están los alemanes.
Joe Biden no sólo no ha dado marcha atrás (sí que lo hicieron sus asesores), sino que un día más tarde ha vuelto a meter el dedo en la herida, afirmando que no pensaba retirar su afirmación ni pedir perdón.
Teniendo en cuenta que el propio Joe Biden cerró hace unos meses de forma particularmente penosa el intento de Estados Unidos de echar del poder al régimen talibán en Afganistán, recuperar la narrativa de las caídas de dictadores es simplemente inverosímil.
Más allá de Afganistán, la historial reciente de Estados Unidos en materia de “democratización por la fuerza”, es catastrófico: los casos de Siria, Libia e Irak, por hablar sólo de los últimos veinte años, hablan por sí solos.
Por otro lado, la afirmación de Biden da también más munición a Vladimir Putin para que éste siga reuniendo a los rusos en torno a su política, a la vez que continúe la cacería de brujas de opositores internos.
En Ucrania, el actual escenario más probable es que los combates sigan, al menos durante un tiempo. Asimismo, las sanciones contra Rusia se mantendrán o incluso se endurecerán aún más.
A lo largo de este tiempo, a los rusos no les faltará ni trigo, ni petróleo, ni metales. De hecho, de no ser por los muertos y mutilados en combate, Rusia podría mantener su postura actual prácticamente de forma indefinida.
Pero para Occidente, y Europa en particular, las cosas no pintan tan bien.
El cóctel de inflación, penurias de abastecimiento, precios de la energía, pérdida de puestos de trabajo, flujos de refugiados ucranianos, falta de comida en Oriente Medio y nuevas oleadas migratorias extraeuropeas formarán probablemente una auténtica tormenta perfecta que abatirá sobre Europa.
Para empezar, los precios de la energía ya se han convertido en un auténtico quebradero de cabeza para los países europeos, y en menor medida, también para Estados Unidos. Si ya eran altos antes de la crisis de Ucrania, se prevé que se mantengan disparados el resto del año, sobre todo a partir de otoño cuando el frío volverá.
El objetivo europeo de reducir su dependencia del gas ruso en dos terceras partes dentro de finales de año es una quimera
El objetivo europeo de reducir la dependencia del gas ruso en dos terceras partes dentro de finales de año es una quimera. La realidad es que no existen ni siquiera las infraestructuras portuarias para recibir el gas licuado de sustitución. Sin hablar de los costes descomunales que esta estrategia tendría en caso de que funcionara.
En términos de carburantes, algunos analistas han advertido de que es necesario contemplar el racionamiento del diésel antes de que acabe el año (Rusia es el principal exportador del diésel utilizado en Europa). Recordemos que el diésel es el que mueve los barcos y camiones.
Los precios de los alimentos básicos se encarecerán por toda Europa, y el número de personas que se ven obligadas a recurrir a los servicios sociales, ya mucho más elevado que en el período previo a la crisis financiera de 2008, seguirá aumentando, con el consiguiente riesgo de explosión social. De hecho, desde entonces las desigualdades económicas no han parado de crecer.
Pero si bien en Europa no se pasará probablemente hambre, en Oriente Medio la situación será mucho peor. En Egipto por ejemplo, el país más poblado de África del Norte, los precios de la comida han aumentado ya un 18% desde el inicio de la guerra. En el Sahel, la mitad de la población se ve amenazada por el hambre.
La reacción de muchos jóvenes de estos países será intentar llegar a Europa, lo que abrirá un “nuevo frente” en las fronteras exteriores de la UE. Basta con pensar que incluso antes de la guerra de Ucrania, Ceuta y Melilla ya estaban sufriendo una presión fuertísima.
Poco a poco el foco de atención mediática se irá desplazando de las ciudades ucranianas bajo las bombas rusas a los problemas económicos y sociales de los países europeos. Después del verano, si la situación entre Rusia y Ucrania no mejora, podríamos hacer frente a la tormenta perfecta.
Si no fuera por los muertos y mutilados en combate, Rusia podría mantener su postura actual prácticamente de forma indefinida Share on X