Está claro que la UE ha contestado a la invasión de Ucrania con una unidad y contundencia nunca vista. Incluso ha traspasado algunas líneas rojas, en parte vinculadas a la carta de derechos de la propia UE. Éste es un hecho muy importante que debe ser considerado atentamente porque bajo un aspecto y en nombre de una democracia liberal, se van reduciendo los derechos propios de esta democracia.
Situamos un ejemplo, la censura. El cierre de las dos emisoras rusas, RT y Sputnik, en base a que difunden información falsa, es una liquidación del derecho de la libertad de información, y la mejor constatación, lo más duro de la película, es que EE.UU. no ha operado de la misma forma porque las garantías constitucionales lo impiden. En Europa desde la Covid-19 nos estamos acostumbrando a que los estados actúen al margen de los derechos reconocidos y ésta es una pésima deriva. Habrá que estudiarla.
Por tanto, primera consideración, la actual dinámica europea tiene también, junto con los elementos positivos, una vertiente oscura: la cancelación de todo aquello que no comparte los puntos de vista hegemónicos. Era algo que ya estaba presente en muchos estados. España es un ejemplo de libro, pero ahora se aplica de forma clamorosa en la UE. No es éste el proyecto europeo que construyeron los padres fundadores.
Una segunda pregunta que debe hacerse sobre el futuro a corto y largo plazo es qué pensamos hacer con la guerra de Ucrania. Si Rusia acaba imponiéndose, y no sabemos exactamente qué significa esto, ¿Cuál es el proyecto? ¿Vamos a mantener un estado bélico de baja intensidad indefinido con un régimen de sanciones durísimas que también castigarán a Europa? ¿Enviamos armas y más armas a los ucranianos para que se maten con los rusos y éstos allanen el camino en nombre de un mundo mejor? ¿Amenazamos a Rusia como ha hecho la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, con la incorporación de Ucrania a la UE?
Cabe recordar en este último aspecto que los acuerdos de la UE establecen una cláusula similar a las de la OTAN que obliga a los Estados miembros a acudir en defensa de cualquiera de los países que forman parte si éste es atacado. Por tanto, formular ahora la idea de acoger en un futuro a Ucrania en la UE sólo hace que acentuar la psicosis rusa de que se está gestando un escenario amenazando a sus fronteras, en lugar de construir un espacio de neutralidad, que es lo que siempre se ha pedido. De hecho, lo que reclama Rusia no es distinto a la política que han seguido EEUU, que impidieron, incluso acudiendo al riesgo de guerra nuclear, que pudiera haber instalaciones rusas en Cuba por la proximidad a sus costas.
Más allá del entusiasmo bélico, también humanitario, más allá de la rusofobia que invade en estos momentos, Europa, sus dirigentes, necesitan tener la claridad de ideas para saber cómo salir del actual conflicto y recordar que no hay salida sin negociación, ni buena negociación sin concesiones mutuas.
Hay que recordar nuestra propia experiencia, lo aprendido del trágico pasado de Europa. De la I Guerra Mundial aprendimos que es muy fácil empezarla, incluso casi de forma inconsciente. El famoso libro “Sonámbulos: Cómo Europa fue a la guerra en 1914” (Christopher Clark, 2014) es un buen testimonio de ello. La segunda experiencia de esta misma guerra es que unas sanciones excesivas, la voluntad de destruir al adversario derrotado, Alemania en este caso, generó un monstruo mayor, que fue el nazismo y Hitler.
De la II Guerra Mundial hemos aprendido que es infinitamente más ventajoso entenderse y cooperar, buscar los intereses comunes que nos unen en el orden material y espiritual a dirimir los placeres por la fuerza de las armas. Ésta es nuestra herencia más actual.
Hoy nada de todo este patrimonio aparece en las líneas de conducta de quienes rigen la Comisión Europea, ni muchos de sus estados miembro. Y eso como ciudadanos, que estamos al albedrío de los que deciden, debería preocuparnos mucho.