Cuando Arnold Toynbee publicó en 1953, Estudio de la Historia, hacía solo ocho años que había terminado la II Guerra Mundial y aun perduraba el caos posterior. No existía el Tratado de Roma (1957), que constituyó la Comunidad Económica Europea, antecesora de la actual Unión. Es necesario considerar este escenario para valorar lo que sigue. De su ingente estudio, que ocupa 11 volúmenes, quiero destacar unas páginas (edición EMECE Buenos Aires, 1961. Vol. VII, Iglesias Universales, págs. 35 y s.s.), que leídas casi 70 años después impresionan por su vigor premonitorio y quizás precursor:

Empecemos por lo que empujó a la unidad europea: “Las poblaciones han sufrido tan dura prueba. Sus emociones dominantes son una sed de paz y calma y una aquiescencia agradecida por el régimen ecuménico. Esta actitud general es el fundamento psicológico del estado universal”.

Y sigamos por nuestro futuro próximo: “Y cuando los súbditos comienzan a recuperarse de su agotamiento, el recuerdo del anterior tiempo de angustias comienza a desvanecerse. La gente sufre en medida mayor el malestar derivado de la obstrucción… de la fuerza vital… El estado universal lejos de interesarse en abrir canales para la actividad espiritual tiende a mirar con recelo todas las nuevas manifestaciones de vidaEn tal situación, una naciente Iglesia universal puede labrar su fortuna prestando a una sociedad secular estancada el servicio que necesita… Dando salida a las contenidas energías espirituales de la humanidad sin pedir permiso al Gobierno imperial, y a veces, lo cual es aún más efectivo, desafiando su veto”.

“Como cuando con la Iglesia en el Imperio Romano… dio salida a las energías intelectuales y políticas que habían permanecido tanto tiempo contenidas. Se dio antes una fase previa en la que se produjo el choque entre la Iglesia y el estado universal, que dio a los hombres y mujeres una nueva y fresca oportunidad de realizar el supremo sacrificio… El Gobierno romano no conseguía impedir que civiles, para nada marciales, sacrificaran la vida como mártires por la causa de la Iglesia cristiana. Esta situación… podría anunciar las futuras relaciones entre política y religión, en una edad venidera. En este choque la Iglesia universal recibía las energías que el Estado ya no podía utilizar ni dejar en libertad. Esta fase se caracteriza por un aumento de la acción creadora de la Iglesia… que interviene haciendo uso de las realizaciones y experiencias del Estado en decadencia, para construir nuevas Instituciones ecuménicas propias, y a tal fin atrae a su servicio a personalidades y manifiesta su capacidad de sustraerse a la ruina de la sociedad secular”.

Y Toynbee culmina su prospectiva en estos términos (págs. 94 y 95): “En el mundo occidental secularizado del siglo XX se reconocían incuestionables síntomas de una regresión espiritual. Una civilización secular occidental podría ser una superflua repetición de la civilización helénica precristiana y, podría llegar a constituir el final del mundo occidental secularizado por su pernicioso apartamiento de la senda de progreso espiritual… La única justificación histórica concebible de su existencia sería la del posible futuro servicio, que inadvertidamente podría prestar al cristianismo y a las tres religiones hermanas vivas, al ponerlas todas por igual frente a la amenaza de un recrudecimiento de la idolatría viciosa del culto colectivo del hombre…  El culto del leviatán estado era una religión a la que en alguna medida rendía culto todo hombre occidental contemporáneo; era lisa y llana idolatría… El síntoma más negativo de todos era, que el mundo occidental había estado viviendo del capital espiritual, sin mantener empero las creencias cristianas”.

Toynbee nos decía, que la civilización europea transformada en una sociedad secularizada, que rechazaba su naturaleza cristiana, carecería de futuro y entraría en crisis, excepto si se prestase, quizás sin quererlo, a un resurgimiento cristiano y a una entente de las grandes confesiones.

Toynbee no era católico y la valoración que realizó del cristianismo no surgió de la fe, sino de la lógica de su método interpretativo de la historia. Y esta es una excelente razón para considerar su prospectiva, sobre todo cuando casi nadie duda que, como contaba en mi anterior artículo, “Crisis, Leticia Dolera y Asimov”: “es nuestro propio mundo el que se encuentra en crisis”.

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