Tiempo de Cuaresma. «Memento homo»

El pasado 25 de febrero fue el día en que se anunció el primer caso de coronavirus en Cataluña. Mira como estamos hoy: en tres semanas estamos ya a casi 2.000 casos reportados.

Al día siguiente, el día 26, el calendario litúrgico marcaba el inicio del tiempo de Cuaresma con la celebración del llamado miércoles de ceniza.

En nuestra cultura occidental, a pesar de la desconexión creciente de su base cristiana, la cuaresma es un periodo relativamente conocido que se repite cada año, asociado a penitencia, recogimiento y perdón. Quizás sólo conocido como aquel período que va de las fiestas del carnaval a las de Semana Santa, si somos de los que nos miramos demasiado a menudo el calendario como una serie de días poco significados que nos llevan de fiesta en fiesta.

Y mira por donde, la cuaresma eclesial prácticamente se ha superpuesto este año con las semanas de trasiego social al que nos ha obligado la rapidísima expansión del nuevo virus. En cuatro días lo hemos cerrado todo y nos hemos quedado en casa. Más recogimiento imposible. Nos hemos sumergido en una profunda cuaresma civil, física y mental, de duración todavía desconocida, pero con la esperanza de que nos espera la pascua del control del patógeno y la resurrección de la alegría de vivir.

Cuando era pequeño y hacía de monaguillo en mi pueblo me quedaron grabadas las palabras que el cura pronunciaba mientras hacía una señal de la cruz con ceniza en la frente de los devotos que se acercaban a misa aquel miércoles, dicho de ceniza: « memento homo quia pulvis se te in Pulver Revertera ». En latín, como tocaba. «Recuerda que eres polvo y que volverás a ser polvo».

El mensaje tiene un notable componente tétrico, en el que muchas de las predicaciones de la época se revolcaban con ganas, pero hay que reconocer que es bastante claro: una muy explícita invitación a la modestia.

La situación colectiva que padecemos estas semanas es también una gran invitación a la modestia. Colgamos de un hilo. Independientemente del sentido que le queramos dar a nuestra existencia, es evidente que nuestro recorrido por este planeta es contingente. Nuestro destino físico es acabar como polvo o como cenizas. Los que aún creemos en una dimensión trascendente de nuestra vida tampoco nos escapa de entrada, a pesar del difícil concepto de la resurrección de la carne.

La forma como estamos gestionando esta pandemia seguro que será una fuente de reflexión durante mucho tiempo y que seguramente tendrá consecuencias en nuestra forma futura de organizar nuestras vidas. Los sociólogos lo estudiarán y entre todos lo decidiremos si nos dejan colaborar.

Parece, sin embargo, que tenderemos a dar más importancia a los aspectos más elementales que configuran nuestra manera de vivir. La primera preferencia: vivir. Como los refugiados que huyen de conflictos que no pueden controlar, como los migrantes que buscan una manera de ganarse la vida, como las inmensas masas de marginados sin poder moverse de su país se arrastran por niveles de subsistencia.

En su ensayo de relacionar el paso regular del tiempo con un cierto nivel de vida espiritual, la Iglesia inventó la cuaresma como una manera de poner de relieve la conciencia de la limitación de la naturaleza humana.

No hace falta ser creyente para considerarlo una evidencia. Aceptar modestamente que todos volveremos, transitoriamente o para siempre, a la tierra es un excelente punto de partida desde donde contribuir a una convivencia más solidaria.

La Iglesia inventó la cuaresma como una manera de poner de relieve la conciencia de la limitación de la naturaleza humana. Clic para tuitear

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