El camino hacia la celebración de las fiestas de Navidad no ha sido este año precisamente un camino de rosas. La pandemia y el balanceo de sus olas lo han embadurnado todo, nuestra convivencia corriente y nuestras expectativas. Otros eventos, tampoco nada agradables, se han añadido en este periodo de adviento, Navidad y epifanía laica en que hemos convertido los días que van desde que encendemos las luces de las calles hasta que los niños vuelven a la escuela. Quiero hacer mención especial de uno: el triste incendio de una nave abandonada en Badalona, con 150 o más inmigrantes dentro, y media docena de víctimas mortales.
Lo recordamos. Entre el 9 y el 10 de diciembre se prendió fuego en una inmensa nave industrial en desuso en Badalona , donde malvivían desde hacía años un número desconocido, pero elevado de inmigrantes subsaharianos, con víctimas mortales y heridas, destrucción total del inmueble y evacuación de todas las personas que vivían allí. Una desgracia. Creo que lo que podríamos llamar sociedad organizada (administraciones, servicios públicos, asociaciones …) respondió aportando sus instrumentos de ayuda y solidaridad. Pero, eso sí, instrumentos y medios escasos y quizás a veces tampoco demasiado bien orientados, si bien hay que reconocer y celebrar su existencia.
A algunos de los afectados, tal vez todos, los han instalado temporalmente en pensiones donde pueden estar dos o tres meses Uno de ellos agradecía la ayuda, pero se quejaba de que ellos no han venido aquí a comer y dormir, que ellos lo que quieren es trabajar. Lógico. Otro, explicaba que con el incendio lo había perdido todo, lo más importante de todo -decía- los papeles. Si dar trabajo o favorecer el conseguirlo ya es más difícil que buscar un alojamiento más o menos digno por unas semanas, ¿como lo harán para conseguir papeles aquellos que los han perdido, que han perdido su identidad? No me sé imaginar una manera rápida para restituir a esta gente una herramienta tan básica como la capacidad de identificarse para seguir luchando y encontrar un lugar digno entre nosotros.
Al ver como unas llamas se habían llevado toda la ilusión de esta gente y los precarios instrumentos para volver a generarla, me ha venido el recuerdo de una imagen leída en un libro de Ryszard Kapuscinsky, extraordinario reportero, en el que explicaba la desesperación de una mujer africana corriendo por la carretera, gritando aterrada porque le habían cogido todo lo que tenía para ganarse la vida, una cazuela que alquilaba a quien quería cocer arroz. Me impresionó la imagen y me han impresionado algunas declaraciones de los afectados de Badalona.
Reconozco que la cuestión de la inmigración, como la de los refugiados, es un tema que no tengo bastante bien resuelto. De entrada me sale el criterio de acogida y de solidaridad con cualquier migrante que hace el esfuerzo para salir de una situación de miseria o de guerra y que llega a nuestra casa. Entiendo que estos flujos deben regularse de alguna manera, porque también soy consciente de las mafias que trafican con personas, de la imposibilidad de acoger a todos, de alguna distorsión que los migrantes provocan en el mercado laboral, y de algún componente más del problema. Pero sí estoy convencido de una cosa: los que ya han llegado, de la forma que sea, debemos acogerlos y facilitar su integración. Más aún si ya hace seis u ocho o diez años que están aquí.
Si ahora los de Badalona estuvieran integrados, aunque sea precariamente, lo tendrían fácil para recuperar los papeles que han perdido, seguro que en algún departamento de alguna administración tendrían una copia. Ahora se han quedado sin identidad, sin sus papeles que les permitirían, tal vez, seguir esperando la oportunidad de convivir entre nosotros en un régimen de igualdad. Quizás podríamos pensar en una forma poco burocrática de conseguirlo.
Sería un buen regalo de Navidad.
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