Una de las condiciones más importantes de un sistema educativo es que sea capaz de proyectar hacia arriba a los hijos de las familias más desfavorecidas, especialmente las de menores ingresos. Se ha explicado muchas veces que la falta de generación de un grosor suficiente de alumnos altamente preparados en el sistema educativo español y catalán se ve compensada porque es más cohesionador y un mayor número de alumnos alcanza un nivel educativo aceptable.
Sin embargo, la realidad nos muestra que esto no es exactamente así. En el caso catalán, especialmente, las personas que parten de condiciones socioeconómicas desfavorables no mejoran suficientemente. Un estudio reciente ha calificado este factor de «resiliencia». El estudio realizado por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) y la Fundación Ramón Areces se basa en los datos del último informe PISA. Puede encontrar la información completa aquí.
Este concepto mide la igualdad de oportunidades real. Los resultados indican que Cataluña está mal posicionada también en ese ámbito. De las 17 comunidades autónomas, Cataluña ocupa el 14º puesto con un 27,1% de alumnos resilientes, por debajo de la media española, que es del 30,3%. Sólo Canarias (25,8%), País Vasco (25,7%) y Andalucía (25,6%) se encuentran por detrás. Madrid, con un 33,8%, supera claramente a Catalunya, y las comunidades que encabezan el ranking son Castilla y León (40,2%), Cantabria (40%), La Rioja (37%), Galicia (35,9%) ) y Aragón (35,7%).
Por si esto no fuera suficientemente grave, el estudio señala que, entre 2015 y 2022, Cataluña ha experimentado uno de los descensos más significativos. No sólo estamos en la cola, sino que además retrocedemos.
El estudio no encuentra una relación clara entre el porcentaje de alumnos resilientes y la capacidad financiera de las autonomías o el gasto educativo por alumno. Esto sugiere que intervienen otros factores, no directamente económicos. Es aquí donde entra en juego, como hipótesis, el capital social de las familias, de los centros escolares y de la propia sociedad, que se traduciría en capital humano.
Una mayor inmigración podría jugar en contra, pero este factor también debería afectar a Madrid, que, sin embargo, presenta unos valores superiores a la media española y se encuentra en 9ª posición, con un gasto por alumno inferior a la catalana. Todo ello evidencia que nuestro modelo educativo afronta una crisis profunda, con grandes repercusiones sociales, porque afecta negativamente a la igualdad de oportunidades. Además, los factores que la causan no están directamente relacionados con el dinero, sino con lo que podríamos llamar la “textura moral” de la sociedad, que se encuentra en el núcleo del capital social.