Un país al que no le gusta ocupar espacio en los titulares de la prensa internacional, no debía dar demasiada buena impresión las recientes declaraciones del presidente del banco UBS, líder de la banca suiza, Colm Kellehe: su país está “perdiendo su encanto”, y se encuentra actualmente “en un cruce de caminos con desafíos clave por delante”.
Kellehe no es el único empresario suizo que ha levantado la voz en los últimos tiempos: desde la otra gran especialidad suiza, la industria farmacéutica, se ha alertado igualmente de que el país atraviesa un momento «crítico».
Las preocupaciones de ambos sectores son similares: la competencia internacional para atraer inversiones está pasando factura a un país que históricamente ha sido líder de la atractividad financiera, los aranceles estadounidenses afectan a las exportaciones clave del país, y existe la sensación de que la política interna y el marco regulador del país se van poco a poco atrofiando.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Suiza era la envidia de todos los que conocían al país alpino: alejada de las tensiones que afectaban a sus grandes vecinos europeos, Alemania, Francia e Italia, su democracia descentralizada y con un fuerte componente de participación directa generaba consenso en el seno del país y admiración entre los politólogos; su moneda era considerada una divisa segura de referencia; y sus fundamentos industriales y diplomáticos parecían sólidos y previsibles.
La cuestión de la pertenencia a la Unión Europea, relegada durante décadas al fondo de un cajón, ha salido con violencia a la luz este año, después de que la Administración Trump impusiera en un primer momento a Suiza los tipos arancelarios más elevados entre las economías desarrolladas: un 39%, que Suiza se apresuró a renegociar en un acuerdo bilateral que prevé una inversión de Suiza en Estados Unidos de 200.000 millones de dólares. Todo un símbolo de los tiempos.
El sector bancario suizo demostró sus limitaciones con la quiebra evitada a última hora del banco Credit Suisse en el 2023, después de que el gobierno federal obligara a UBS a comprarlo para evitar que cayera en manos extranjeras. Sin embargo, desde entonces UBS ha expresado su descontento con las autoridades públicas por unas reglas bancarias que, afirman sus directivos, amenazan la competitividad del sector.
La población de Suiza ha pasado de poco más de 7,1 millones de personas en 1995 a unos nueve millones de habitantes en la actualidad. De la población actual, las estadísticas oficiales recogen que un 40% tiene su origen extranjero. De hecho, la cuestión del crecimiento de población resulta polémica: el próximo año se celebrará un referéndum para saber si limitar la población del país a 10 millones de personas. Y, al parecer, los electores suizos lo apoyan con entusiasmo pese a las críticas del daño que podría hacerse en la economía.
Desde la izquierda política se ha intentado este año imponer un impuesto de sucesiones del 50%, que en último término los electores han rechazado, también en referendo. Pero el aviso está claro: Suiza corre el riesgo de perder su originalidad y convertirse en un estado europeo más, hiperregulado y poco competitivo, con todos los problemas adicionales que ello conlleva.
Suiza corre el riesgo de perder su originalidad y convertirse en un estado europeo más, hiperregulado y poco competitivo, con todos los problemas adicionales que ello conlleva. Compartir en X






