Medio año después de la caída repentina del régimen de Bashar al-Assad, las nuevas autoridades islamistas no han logrado estabilizar el país pese a los esfuerzos mediáticos de su nuevo presidente y ex combatiente yihadista, Ahmed al-Sharaa.
En los últimos meses se han producido masacres contra las diversas comunidades minoritarias del país: en marzo les tocó a los alauíes, secta chií a la que pertenecía la familia Assad, en junio los cristianos ortodoxos sufrieron un sangriento ataque terrorista en el corazón de la capital, Damasco, y hace tan solo unos días fue el turno de los drusos, otra secta que vive principalmente en las zonas fronterizas entre Siria, Israel y el Líbano.
En este último episodio, los enfrentamientos entre drusos, por un lado, y tribus beduinas y fuerzas armadas y de los cuerpos de seguridad de Siria del otro, han conducido a un millar de muertos, entre los que se incluyen cerca de 200 drusos ejecutados sumariamente por los sirios según datos del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos.
El ataque de los beduinos y las fuerzas de Damasco desató una intervención militar de Israel, aliado tradicional de los drusos, quien destruyó varios convoyes mecanizados sirios, así como objetivos estáticos en la capital de Siria, incluido el cuartel general de las fuerzas armadas.
La actuación israelí acabó el sábado 19 de julio con un alto el fuego acordado entre Damasco y Jerusalén, que el primer ministro Benjamín Netanyahu se apresuró a felicitar diciendo que se había logrado «gracias a la fuerza».
La intervención israelí obligó al ejército sirio a retirarse de la región de mayoría drusa de Sueida, para volver progresivamente a partir del alto el fuego con la promesa de proteger a la población local.
Estos estallidos continuados de violencia contra las minorías no suníes demuestran que la paz en Siria está todavía lejos de materializarse. Pese a las promesas de buena voluntad de Ahmed al-Sharaa, el ejecutivo no parece estar con capacidad de castigar a los culpables y mantener un mínimo Estado de derecho.
Parte del problema podría situarse en los favores que el propio al-Sharaa debe a los diversos grupos que le ofrecieron apoyo y que le han permitido instalarse en el palacio presidencial de Damasco. Diez años de guerra civil, seguidos por una victoria incompleta de la facción islamista rebelde (las nuevas autoridades no ejercen control efectivo sobre todo el territorio), han dejado heridas que el nuevo gobierno no es capaz de hacer cicatrizar.
La presión de una parte de los vencedores para castigar a las minorías, a menudo aliadas del régimen de Assad, tiene el objetivo velado de homogeneizar étnica y religiosamente al país y hacerle entrar en un islam suní rigorista. No parece un futuro demasiado esperanzador por el conjunto de Siria.
La presión de una parte de los vencedores para castigar a las minorías, a menudo aliadas del régimen de Assad, tiene el objetivo velado de homogeneizar étnica y religiosamente al país y hacerle entrar en un islam suní rigorista Compartir en X