Sin Vergüenza (II). La flotilla de Gaza. ¿Y todo esto quién lo paga?

Con un despliegue publicitario que ha durado días, partió el pasado domingo la flotilla de solidaridad con Gaza: unas veinte embarcaciones, todas ellas de muy pequeño calado, que desde el puerto de Barcelona debían dirigirse a aquel martirizado territorio, en una operación internacional a la que se unirían barcos procedentes de Italia, Túnez y Grecia.

Los organizadores hablaban de superar las cien embarcaciones, aunque la cifra real está por ver, porque los números nunca han sido la característica fuerte de este grupo. Desde Barcelona anunciaban que en la veintena de embarcaciones participarían unas 300 personas, algo literalmente imposible dado el tamaño de estas.

Los medios de comunicación han sido tremendamente generosos. Muchos minutos de televisión, páginas enteras de periódicos. La Vanguardia y TV3 lo trataron como un hecho de extraordinaria magnitud, como un suceso de alcance internacional.

El motivo es muy digno y necesario. La tragedia espantosa que vive Gaza requiere atención y denuncia para intentar poner fin a una masacre sistemática. No se puede justificar el uso de medios de destrucción masiva contra población civil solo porque entre ella se encuentren algunos terroristas de Hamás. Ese era, precisamente, el método que utilizaba el ejército nazi en la Francia ocupada cuando sospechaba que en una población había combatientes de los Maquis.

Pero la presentación del suceso y la participación de ciertos personajes no dieron precisamente impresión de rigor ni de seriedad. Demasiada pachanga, demasiados líderes de la progresía institucional haciéndose fotos y dos vedettes que ya pasaron su temporada artística. Greta Thunberg, convertida de niña a joven famosa por su lucha climática, parece dispuesta a apuntarse a cualquier bombardeo siempre que haya cámaras; y la inefable Ada Colau, luciendo su nuevo look.

También llama la atención que esta operación de solidaridad no contara con el apoyo de la Autoridad Nacional Palestina, que la observa con muchos reparos, ni con el respaldo de ninguno de los estados árabes próximos al problema, como Egipto o Jordania. Por descontado, tampoco las monarquías del Golfo ni Arabia Saudí veían con buenos ojos la iniciativa.

En realidad, la ecuación se ceñía a un único eje: Hamás como destinatario final, porque es evidente que la población de Gaza no iba a recibir ayuda por esta vía. Primero, porque la flota era mínima e insuficiente para transportar nada; y segundo, porque era improbable que Israel permitiera que llegara, como ya ha sucedido en las dos decenas de intentos anteriores.

Dicho esto, llamar la atención de forma pacífica sobre la tragedia ya sería un dato positivo. Pero contrasta el favor mediático hacia una iniciativa que apenas empezaba con el silencio atronador ante la discreta y continuada aportación de la Iglesia católica, que —no sin dificultades— mantiene presencia en Gaza a través de la parroquia de la Sagrada Familia, hermana pequeña de la monumental basílica barcelonesa.

El desenlace fue inmediato y grotesco. Apenas salieron al mar y recorridas unas pocas millas, la flotilla regresó rápidamente a puerto. El ridículo ha sido total. ¿Cómo es posible que quienes pretenden desafiar a Israel y llegar hasta Gaza, a las pocas horas de haber zarpado, vuelvan a puerto?

Aquí empezaron las excusas, que no hicieron sino agravar el esperpento. La primera fue que habían tropezado con vientos de 30 nudos y lo más recomendable era regresar. Pero cualquier navegante responsable consulta el tiempo antes de zarpar. Si lo sabían y aun así salieron, actuaron de forma temeraria. Y si no lo sabían, la imprevisión fue gravísima. Ninguna otra embarcación de pesca o recreo en la costa catalana regresó ese día por mal tiempo. Todo sonaba a excusa de mal pagador.

Luego llegaron otras explicaciones todavía más surrealistas: que se trataba de una prueba para ver quién se mareaba; que querían comprobar qué barcos resistían la travesía; que era un ensayo para detectar fallos; e incluso que habían olvidado cumplimentar el sellado de pasaportes y por eso debían volver.

Es un acto de auténtica sinvergüenza que una iniciativa solidaria con Gaza esté en manos de personas tan frívolas e irresponsables. Y conviene recordar que este tinglado dispone de una financiación importante sobre la que nadie ha preguntado. Desde aquí planteamos la pregunta en términos de Josep Pla: “¿Y todo esto quién lo paga?”. ¿El Ayuntamiento de Barcelona? ¿El Puerto? ¿Sánchez? ¿Illa? ¿Soros? ¿Un señor de Murcia que pasaba por allí?

Los responsables de esta operación esperpéntica tienen la obligación de informar a los ciudadanos sobre quiénes son los paganos de sus aventuras.

Una iniciativa solidaria convertida en esperpento mediático. Gaza necesita ayuda eficaz, no frívolos experimentos #Gaza Compartir en X

Després d'un any del govern Illa, ets capaç d'identificar 3 grans realitzacions que hagi dut a terme? (no anuncis de propostes, projectes, acords).

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