Sin familia no hay futuro: la cara oculta de la baja productividad en España

España vive una paradoja económica persistente: el Producto Interior Bruto (PIB) crece, el empleo se mantiene, pero la productividad no levanta cabeza. En 2025, el crecimiento previsto de la productividad será del 0,2 %, una cifra pírrica, y muy por debajo incluso de su débil media histórica del 0,7 % anual. En 2024, la economía dio un leve respiro con un crecimiento del 0,9 %, pero este alivio fue temporal y superficial. La raíz del problema es más profunda y estructural.

A pesar de contar con más personas ocupadas que nunca, la aportación individual de cada trabajador al PIB es menor que la que teníamos en 2019

A pesar de contar con más personas ocupadas que nunca, la aportación individual de cada trabajador al PIB es menor que la que teníamos en 2019. Es decir, trabajamos más, pero no producimos más. Este estancamiento de la productividad compromete el crecimiento real, impide que la renta per cápita se acerque a los niveles europeos, y frena la mejora de las condiciones de vida. Pero hay una dimensión del problema que rara vez se aborda: la relación directa entre el estado de la familia y la salud de la economía.

Familia, demografía y economía: una ecuación olvidada

El crecimiento económico sostenible depende de muchos factores, pero ninguno tan estructural como el demográfico. España sufre una de las tasas de natalidad más bajas de Europa: apenas 1,1 hijos por mujer. Este dato, junto con una esperanza de vida alta, acelera el envejecimiento de la población y reduce la proporción de población activa frente a dependientes.

Una fuerza laboral menguante no solo significa menos trabajadores disponibles. Significa menos innovación, menos consumo, menor inversión en formación y una menor capacidad para sostener el Estado del bienestar. A su vez, una sociedad envejecida suele volverse más conservadora en sus decisiones económicas, menos dispuesta a asumir riesgos y menos receptiva al cambio tecnológico. Todo esto frena la productividad.

La estructura demográfica, modelada por la familia, es el esqueleto invisible sobre el que se construye toda política económica a largo plazo.

Además, el envejecimiento trae consigo un aumento del gasto en salud, pensiones y dependencia, desplazando recursos que podrían dedicarse a la inversión productiva o a la formación del capital humano. La estructura demográfica, modelada por la familia, es el esqueleto invisible sobre el que se construye toda política económica a largo plazo.

La desestructuración familiar: una amenaza silenciosa al capital humano

La familia no es solo un espacio afectivo. Es una célula social que organiza el tiempo, los cuidados, los recursos y los valores. En ella se transmiten normas, hábitos de trabajo, aspiraciones y competencias clave para el futuro desempeño profesional. Sin embargo, la fragmentación familiar —divorcios, monoparentalidad crónica, precariedad habitacional y laboral— ha debilitado ese núcleo.

Los datos muestran que los entornos familiares desestructurados tienden a producir peores resultados educativos. En estos contextos, los niños presentan mayores tasas de abandono escolar, menor rendimiento académico y mayores dificultades en el desarrollo de habilidades blandas como la perseverancia, la comunicación y la capacidad de adaptación. Todas ellas son esenciales en la economía digital y del conocimiento.

Cuando la familia falla, el Estado debe intervenir para suplir funciones que antes eran naturales: cuidados, apoyo emocional, enseñanza de valores y transmisión de saberes. Esta sustitución no solo tiene un alto coste fiscal, sino que además suele ser menos eficaz. El resultado es una red institucional pesada, reactiva y con baja eficiencia en términos de generación de capital humano y cohesión social.

Conciliación imposible, talento perdido

El actual modelo económico y laboral no favorece la conciliación. Las jornadas extensas, la rigidez horaria y la falta de apoyos sociales penalizan a quienes deciden formar una familia. En particular, afecta más a las mujeres, cuyas carreras profesionales muchas veces se ven truncadas o ralentizadas por la maternidad.

Si formar una familia implica un castigo económico, es comprensible que las tasas de natalidad no remonten.

Esta penalización invisible al talento femenino tiene un coste directo en la productividad del país. España pierde, cada año, cientos de miles de horas de trabajo cualificado por la imposibilidad de compatibilizar la vida laboral y familiar. Si formar una familia implica un castigo económico, es comprensible que las tasas de natalidad no remonten. El resultado es un círculo vicioso: menos nacimientos, menos capital humano, menos crecimiento.

Empresas familiares en riesgo: sin hijos, sin sucesión

Más del 60 % del PIB español y cerca del 70 % del empleo privado dependen de empresas familiares. Estas compañías, a menudo arraigadas en su territorio, han sido un motor de estabilidad, innovación y empleo. Pero su continuidad está en peligro. La caída de la natalidad y la desvinculación intergeneracional dificultan el relevo natural y abren la puerta a procesos de deslocalización o venta a capital extranjero.

Este fenómeno erosiona el tejido empresarial local, reduce la inversión a largo plazo y debilita la resiliencia económica. Una empresa sin sucesor no es solo un drama familiar: es una pérdida para toda la comunidad. El capital humano, social y emocional que se construyó durante años se diluye.

Hacia una política familiar estructural

España necesita una política familiar ambiciosa, no solo por razones éticas o sociales, sino por pura racionalidad económica. Incentivos fiscales, apoyo a la conciliación, inversión en escuelas infantiles, ayudas a la vivienda y a la natalidad… Todas estas medidas no deben verse como gastos sociales, sino como inversiones estratégicas en productividad futura.

La experiencia de países como Francia o los nórdicos muestra que es posible revertir las tendencias demográficas con políticas familiares sostenidas en el tiempo. Pero, sobre todo, demuestra que sin una base familiar sólida, ninguna economía puede prosperar de forma sostenible.

El debate económico en España ha olvidado un actor clave: la familia. La baja productividad, el envejecimiento poblacional, el estancamiento de la renta y la debilidad del tejido empresarial no pueden entenderse sin considerar la erosión del entramado familiar.

Sin familias fuertes, no hay capital humano robusto. Sin capital humano, no hay productividad. Y sin productividad, no hay futuro.

Cuando la familia falla, el Estado debe intervenir para suplir funciones que antes eran naturales: cuidados, apoyo emocional, enseñanza de valores y transmisión de saberes Compartir en X

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