A finales de octubre, el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, declaraba: «el coronavirus circula en Francia a una velocidad que ninguna previsión, ni siquiera la más pesimista, podría prever; nos ha sorprendido a todos «. Las curvas de contagio en Bélgica, Países Bajos o Francia se habían acelerado aún más que las ya muy altas existentes en España o Italia. Una de las posibles explicaciones podría ser que el coronavirus se mostraba más contagioso en otoño que cuando llegó el invierno pasado y que el patógeno se transmitía con más eficiencia gracias a una mutación genética que habría desarrollado. Si el pasado marzo el coronavirus había sorprendido a todo el mundo, lo más inquietante que estaba pasando a finales de octubre era que volvía a sorprender por segunda vez, aunque esta vez afortunadamente de manera menos virulenta y menos letal. Era la cara positiva de la moneda.
En cualquier caso, Europa volvía a ser el epicentro mundial de la pandemia, por primera vez desde abril. Un cuarenta y seis por ciento de los nuevos casos de coronavirus detectados en todo el planeta se concentraban en Europa, que sólo supone un nueve por ciento de la población mundial. Desde mediados de octubre, Europa había vuelto a avanzar a América como el continente que más nuevos casos registraba. Las carencias europeas quedaban en evidencia. No valía minimizar la explosión de casos con el argumento de que se realizaban muchos más tests que antes. La explicación era válida al comparar con la primavera, cuando sólo se hacían pruebas a los que llegaban al hospital y se escapaba todo lo demás, pero no tan al final de verano, cuando ya se detectaba una gran proporción de asintomáticos. La comparación con los asiáticos era engorrosa, pues fueron los primeros en ser golpeados por el virus, pero habían salido mucho más airosos. El caso chino parecía emblemático. El gobierno de China declaraba que había superado prácticamente del todo la pandemia y que su PIB volvía a crecer al ritmo de un diez por ciento anual.
El Consejo Europeo -la cumbre periódica de jefes de estado o de gobierno de países miembros de la UE- se reunió por videoconferencia el 29 de octubre para analizar la situación y tratar de afrontar con nuevas medidas la problemática amenazadora de la segunda ola de la pandemia. Se trataba de buscar una estrategia común para aguantar hasta que la vacuna salvadora no sólo llegara, sino que también se pudiera distribuir masivamente.
En Europa se utilizan unos veintinueve tipos distintos de tests antígenos mientras que en Estados Unidos sólo seis. Este significativo dato mostraba uno de los problemas que el Consejo pretendía abordar. Los estados europeos estaban respondiendo a la urgencia del momento con medidas nacionales, sea confinamientos parciales, toques de queda o cierre de comercios y restauración. Para ir más allá, se quería buscar una estrategia común para desarrollar con eficacia tanto tests como rastreos y que se dispusiera, por ejemplo, de un marco común de reconocimiento de los diferentes tests rápidos que realizaban los países. El presidente del Consejo Europeo, el belga Charles Michel, en su presentación de la videoconferencia, planteó la necesidad de llegar a una estrategia basada en dos pilares: por un lado, tests y rastreos y en segundo lugar, las vacunas. Al final de la reunión declaró que «los tests y los rastreos son claves para limitar la expansión del virus». Se trataba también de aprender las lecciones de la primavera y el verano. Lo dijo la canciller alemana Angela Merkel, durante la videoconferencia, cuando reconoció que, si en el pasado, debido a la presión de los ciudadanos, habían tardado en adoptar restricciones, ahora deberían actuar de forma más rápida.
Los tests antígenos, los rápidos, menos fiables que las PCR, pero que permitían un resultado en menor tiempo y que eran mucho más baratos, eran una de las fórmulas con las que se quería trabajar. En este sentido, sería necesario poner de acuerdo los veintisiete estados miembros de la UE en los protocolos que se exigían a estos tests, por ejemplo en la sensibilidad necesaria que se les puede requerir y en el reconocimiento que se les daba. «Nuestro objetivo son tests masivos «, dijo la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen, insistiendo en los tests rápidos como complemento a las PCR y también destacando la necesidad de validar a escala comunitaria los nuevos tests de antígenos. Sobre todo, no se quería que se volviera a repetir la sorpresa de la llegada de una segunda oleada muy agresiva, que ha cogido a todos desprevenidos . Nadie había pensado que la Covid-19 volvería tan pronto con tanta fuerza. Respecto a las vacunas, uno de los objetivos será prepararse para su distribución cuando estén disponibles y decidir a qué grupos se les debería suministrar con prioridad, que deberían ser particularmente las personas más vulnerables (personas mayores y personas con determinadas patologías) y el personal sanitario.
El Eurogrupo -la reunión de los ministros de economía de la eurozona- se reunió el 3 de noviembre y revisó su respuesta económica al coronavirus también a la vista de su segunda oleada. La conclusión de los ministros fue que los países deben tomar medidas extraordinarias para afrontar el impacto económico de esta segunda ola, pero al mismo tiempo de lo que se trata es de aprobar cuanto antes lo ya pactado. Es indispensable que los primeros desembolsos de los 750.000 millones de euros del fondo de recuperación estén disponibles lo antes posible. Y el calendario actual, incluso si progresamos razonablemente bien las negociaciones, no será hasta después del verano del 2021. «Necesitamos un acuerdo rápido entre el Consejo y el Parlamento. Una aplicación acelerada del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR) y utilizarlo por completo a través de las subvenciones como los préstamos maximizarían la contribución potencial a una política fiscal coordinada», declaró el comisario de Economía, Paolo Gentiloni. En Bruselas, afloraban estas grandes preguntas: ¿Será suficiente el fondo de recuperación de 750.000 millones de euros adoptado por el Consejo el mes de julio? ¿Será suficiente lo acordado por el Eurogrupo el mes de abril (paquete MEDE / BEI / SURE) con un importe de 540.000 millones de euros?
Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE), confirmaba a finales de octubre que la eurozona estaba perdiendo empuje económico a consecuencia de la segunda ola de la pandemia. Según declaraciones de su presidenta, la francesa Christine Lagarde, «la Eurozona está perdiendo su impulso más rápido de lo esperado después de una fuerte pero parcial y desigual recuperación en verano; la Covid-19 está lastrando el sector servicios, el que mayor peso tiene en el PIB de la eurozona, lo que a su vez está presionando a la baja la inflación y afectado el mercado laboral, con unas previsiones a la baja».
En marzo pasado, el BCE anunció un programa muy ambicioso de lucha contra la pandemia, el PEPP ( Pandemic Emergency Purchase Programme), que nació con una dotación inicial de 750.000 millones de euros. Sólo tres meses después, aumentó su capacidad en 600.000 euros, tras comprobar el empeoramiento de la pandemia. Según Lagarde «las medidas adoptadas desde marzo están ayudando a preservar unas condiciones de financiación favorables para todos en la zona del euro, proporcionando un soporte fundamental para apuntalar la actividad». Actualmente todo vuelve a ir a peor y el mercado, acostumbrado al dopaje financiero del BCE, pide aún más. Lagarde lo acepta, pero traslada la decisión a diciembre, después de que disponga de nuevos datos macroeconómicos. «La nueva ronda de proyecciones de los expertos del Eurosistema de diciembre permitirá una revaluación detenida de las perspectivas y del balance de los riesgos; ya estamos trabajando para calibrar todos los instrumentos en la próxima reunión. «Todos los instrumentos», ha subrayado, no solo el PEEP. «Lo hicimos en la primera ola y lo haremos en la segunda».
En la poderosa actuación del BCE contra la pandemia, en marcha desde el pasado marzo, se unirá en un futuro inmediato el uso de los recursos correspondientes al Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (MRR), que prevé destinar 672.500 millones de euros (360.000 en préstamos y 312.500 en transferencias no reembolsables), en el marco del instrumento EU Next Generation dotado de 750.000 millones de euros, aprobado por el Consejo Europeo en el mes de julio de 2020. El Mecanismo ayudará a los Estados miembros a hacer frente a los efectos económicos y sociales de la pandemia, garantizando que sus economías emprendan las transiciones ecológica y digital para ser más sostenibles y resilientes. El MRR tiene cuatro objetivos principales: promover la cohesión económica social y territorial, fortalecer la resiliencia y la capacidad de ajuste de los Estados miembros, mitigar las repercusiones sociales y económicas de la crisis de la Covidi-19 y apoyar las transiciones ecológica y digital.
El MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), por otra parte, podría llegar a ofrecer a los países en dificultades hasta 250.000 millones de euros para sanidad. El MEDE forma parte de la estrategia de la UE diseñada para garantizar la estabilidad financiera en la zona euro. Proporciona asistencia a los países de la zona euro que sufren dificultades económicas o corren el riesgo de padecerlas. El 2 de febrero de 2012, aquellos países firmaron un tratado intergubernamental que lo creó. Se inauguró a finales de 2012. Corrían los difíciles años posteriores al estallido de la Gran Recesión de 2008 y la crisis del euro de 2010. El MEDE emite títulos de deuda para financiar préstamos y otras formas de ayuda financiera. Es un mecanismo permanente para la gestión de las crisis financieras. La Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el BCE (la troika) evalúan el riesgo de estabilidad financiera del país que acude en su ayuda, que se acaba concretando en un plan de rescate, supervisado por los conocidos mediáticamente como los «hombres de negro», los representantes de la troika. De ahí la resistencia a pedir ayuda al MEDE por parte de algunos estados como España, temerosos de todo lo que pueda parecer un rescate con su correspondiente plan de ajuste de la economía. El capital del MEDE es de 700.000 millones de euros. Junto al MEDE existen otras dos actuaciones importantes contra la pandemia, las tres acordadas en el seno del Eurogrupo en abril de 2020: el programa SURE ( Supporting mitigating Unemployment Risks in Emergency) De préstamos de la Comisión Europea para hacer frente a los ERTE (Expedientes de Regulación Temporal de Empleo), por un importe de 100.000 millones de euros, y un fondo constituido por el Banco Europeo de Inversiones (BEI) por un importe de 200.000 millones de euros de préstamos.
El programa SURE está pensado para ayudar a proteger el empleo y los trabajadores afectados por la pandemia, mientras que la acción del BEI se destina a las empresas.
La llegada de la Covid-19 a Europa a principios de 2020 cogió a la UE desprevenida y tardó en reaccionar. Al principio, los Estados miembros lo tuvieron que hacer por su cuenta y de manera descoordinada. Se necesitó un cierto tiempo para que la UE comenzara a tomar decisiones y a diseñar estrategias comunes de reacción ante el reto, pero lo fue consiguiendo de manera gradual, hasta llegar, desde las decisiones de abril del Eurogrupo, a las grandes decisiones del Consejo Europeo de julio de 2020 con la creación del programa EU Next Generation. La suma de todas las iniciativas creadas hasta entonces -Banco Central Europeo, Eurogrupo, Consejo Europeo- permitía que se hablara de una respuesta contundente de la UE contra la Covid-19. Pero en verano de 2020, doblada la curva de la primera ola, en la UE no se supo prever la llegada de una segunda oleada epidemiológica aún más fuerte que la primera, como se está viendo actualmente. Por lo tanto, se tendrá que agilizar las iniciativas existentes y deberá tomar iniciativas adicionales.
España se encuentra impaciente a la espera de la llegada de los fondos europeos para afrontar la pandemia en su casa (400.000 millones de euros). Sobre nosotros, la gran pregunta que se hace Bruselas es si los utilizaremos correctamente para conseguir lo que los fondos europeos se proponen, es decir, la recuperación económica y social de los estados miembros de la UE tras el enorme impacto negativo de la pandemia y, al mismo tiempo, la transición hacia un nuevo sistema productivo basado en la sostenibilidad, la ecología, la digitalización, la tecnología y la economía del conocimiento.
Con la segunda ola de la pandemia se nota que el ánimo de los ciudadanos ha entrado en una nueva fase. El espíritu de resistencia ante la adversidad y generosidad con que se enfrentó el revés del pasado mes de marzo, inicio de los confinamientos, parece haber cedido el paso al abatimiento y la irritación. La gente percibe que esto va para largo y ya no está dispuesta a condescender a los errores y a tolerar más prohibiciones con resignación (confinamientos perimetrales, cierre de actividades productivas y culturales, toques de queda, etc.). Se trata de un fenómeno general en toda Europa.
Ahora ya son muchos los que reconocen que China lo ha hecho mejor. Los resultados están a la vista de todos. El virus está prácticamente erradicado y su economía crece al ritmo que tenía antes de la pandemia. Los Estados Unidos de Trump anteponieron la economía a la salud y el resultado ha sido 225.000 muertos y nueve millones de contagios, con una economía que languidece. Europa y España optaron por una estrategia intermedia y las cosas no han salido bien. Muchos piensan que es necesario volver a la casilla de salida, es decir, volver al confinamiento. Y avisan: no queremos el sistema político autoritario de China, pero sí la organización con la que los chinos (y otros países asiáticos, como Taiwán, Japón y Corea del Sur, o no asiáticos como Nueva Zelanda) han funcionado.
Muchos piensan que es necesario volver a la casilla de salida, es decir, devolver al confinamiento. Y avisan: no queremos el sistema político autoritario de China, pero sí la organización con la que los chinos han funcionado. Share on X