Una de las frases célebres de Lenin es esta: «La confianza es buena, el control es mejor».
Y siguiendo esta máxima, de manera inmediata Sánchez ha adoptado medidas de control férreo. La primera es la de haber situado a una política de confianza, Delgado, a la cabeza de los fiscales, para que quede claro quién es el que manda en este ámbito de la justicia teóricamente autónomo.
En el Ministerio de Interior, otra dimensión fundamental del control: se ha cesado al número dos de Marlaska y al director de la Guardia Civil.
Y finalmente, y de una manera repentina y hasta cierto punto intempestiva, ha sido relevado el jefe de la cúpula militar sustituyendo el general Alejandre, nombrando en marzo de 2017, por el general Miguel Ángel Villarroya, que pertenece al Ejército del Aire, como actual jefe del gabinete del vicepresidente Iglesias. El cese del Jefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) fue tan intempestivo y urgente que le pilló en medio de una reunión de trabajo de la OTAN. Fiscalía, Interior, Guardia Civil, Ejército. El manual de Sánchez es muy claro: control de togas y uniformados.