Sabiduría y ciencia, no es lo mismo

No se había declarado aún la pandemia, era a finales de enero y en un centro cívico se presentó el tema de la historia de las pandemias que ha sufrido nuestro país. Las causas y los efectos de cada una de ellas. Hablaba un médico, epidemiólogo, un hombre que conocía muy bien el tema porque se anticipó a lo que meses después ha resultado una complicada realidad. Dijo que con la movilidad tan intensa que llevamos en la actualidad, podemos convertir fácilmente la epidemia en pandemia, como así ha sido. El que presentaba al conferenciante dijo de él, que era un verdadero sabio.

Ciertamente que el ponente era un gran conocedor de la dinámica de las epidemias, pero en este caso el calificativo de sabio, no era el adecuado. Una cosa es ser un gran experto en epidemiología, o en medicina, o en matemáticas, pero ser sabio es otra cosa. Esto no quiere decir que haya científicos que sean sabios, como habrá científicos que no serán sabios, o sabios que no serán científicos.

Ser sabio, es dar el valor justo a cada cosa. Es saber ver que hay cosas que son hojarasca, que se las lleva el viento, y otras por las que vale la pena dejar la vida.

Esta capacidad de discernir entre lo superfluo y lo fundamental es lo que llamamos la sabiduría. La sabiduría tiene un valor extraordinario. Es un don que no nos llega de un día para otro. Como decía Raimon Panikkar, con gracia y acierto, «lejos de «poseer» la verdad, tenemos que aprender más a dejarnos poseer por la verdad, depués de haber sacado los muchos velos que pueden esconderla».

Consistiría en tener aquella limpieza de corazón y de mente, que no dejara espacio a ninguna forma de rencor, de envidia, de odio, de violencia, limpiar todo afán de dominio y de poseer.

A partir de ahí, si somos capaces de ver esta limpieza, no como una renuncia, o como una privación, sino como una liberación, entonces la sabiduría comenzará a decir las primeras palabras. Nuestra escala de valores se irá modificando.

Los fracasos, las decepciones, las dificultades de la vida, ya no las vemos como un derrumbe personal, sino como ocasiones para ganar experiencia y aprender a madurar. Entenderemos porque el libro de la Sabiduría dice estas palabras tan bonitas: «La sabiduría vale más que todo el oro del mundo, a su lado todo lo demás lo tengo por nada»

Con esta visión, la sabiduría nos abre unos caminos de comunión profunda y generosa con la realidad que nos rodea, hasta el punto de que aquella sabiduría que quiero para poseerla, deja de ser sabiduría. La sabiduría no es para poseerla, sino para darla.

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