Daniel Fernández es un fino intelectual. Sus artículos se ven siempre reforzados por una sólida y amplia base de conocimientos literarios. Es también una persona destacada del mundo editorial y publica habitualmente en La Vanguardia artículos que sobresalen por encima del común denominador. Pero, todas estas habituales virtudes no se ven reflejadas en su último artículo » El rojo y el marrón» publicado en La Vanguardia el 13 de junio.
La tesis de fondo es que la extrema izquierda y la extrema derecha de alguna manera se comunican y comparten adversarios. De ahí el color rojo propio del extinguido comunismo y el marrón de la iconografía del periclitado nazismo, que parece que algunos desearían que estuviera vivo.
Fernández escribe que en Europa crece la preocupación por este pensamiento rojo y marrón, y si bien admite que quizá no está realmente organizado, si hay unos rasgos comunes que señalan su existencia real.
Son, según el autor: el patriotismo, la defensa de las clases desfavorecidas, el odio al inmigrante y a la globalización, el convencimiento de que una oligarquía conspiradora nos gobierna, el desprecio a los políticos y a la política, la crítica acerba del parlamentarismo en sus vicios … y también señala aspectos como la actitud ante el feminismo, el aborto, el matrimonio homosexual, etcétera, y culmina señalando el moderantismo de la socialdemocracia por una parte, y por otra la derecha de raíz democristiana que está incubando un huevo de la serpiente, que no ve como problema.
De esta manera Fernández ha repartido ya papeles y responsabilidades.
Pero ¿responde todo lo que dice a la realidad, o es una especie de escenario Matrix, que esconde que los dueños del poder y la cultura dominante es la élite liberal cosmopolita de la globalización, con una alianza objetiva con la post izquierda de la ideología de género, que han conseguido que todos los que discrepen del establishment actual sean sospechosos de poco demócratas?
Sólo hay que ver como la lucha por la igualdad está en manos de un ministerio sin competencia económica, para constatar que el escenario Matrix no es ninguna ficción, y cuál es el fundamento de la alianza objetiva: las élites cosmopolitas impulsan la ideología de género inyectada en vena, y a cambio traslada la pugna por la distribución de la productividad, el beneficio, y la forma de participar en el modo de producción, no a una cuestión económica, sino de hombres contra mujeres, heteropatriarcales contra homosexuales y transexuales: Matrix en estado puro.
Puede ayudar a recuperar la realidad si hacemos el ejercicio de identificar las antítesis de cada uno de los conceptos que definen el rojo y marrón, según Fernández, apuntados más arriba:
- Lo contrario es ser no patriota, cosmopolita, individualista. ¿Es más virtuosa esta segunda condición que la primera? ¿No depende de ninguno de los tipos de patriotismo al que nos referimos? Por definición ¿ser patriota es malo (rojo y marrón) y cosmopolita bueno? ¿Es malo el patriotismo entendido como comunidad, como virtud, tal como lo explica MacIntyre?
- Defensa de las clases desfavorecidas. Su contrario es no defenderlas, y ligaría bastante con el sentido cosmopolita e individualista, pero ¿es la justicia social negativa, y quien la defensa forma parte del rojo y marrón? ¿Es este hecho el que provoca, según Daniel Fernández, que la democracia cristiana, por cierto casi inexistente, ponga el huevo de la serpiente?
- Odio al inmigrante. No odiarlo, eso está claro. Pero a partir de aquí, ¿qué? ¿No odiarlo define alguna política inmigratoria decente? ¿Lo hacen los EE.UU. de Biden, y la España de Sánchez?
- Odio a la globalización. Y este punto entronca con el pensamiento de que la oligarquía nos gobierna. ¿La clase media y trabajadora europea puede estar de acuerdo con una globalización, que ha deteriorado de una forma tan extraordinaria el nivel de vida? La curva del elefante de Branko Milanovic expresa bien lo que le ha pasado a nuestra clase media gracias al cosmopolitismo, la globalización y la visión de las élites. ¿Quién, que no sea élite, puede quererla?
- Desprecio por la política y los políticos. Admirarla sería la posición opuesta. Pero ¿quién puede admirar la política, a quién no le cae la cara de vergüenza con las mesas petitorias del PP, y el descomunal encuentro de 44 segundos entre Biden y Sánchez, por citar dos de las últimas manifestaciones del desastre? En realidad la gran mayoría de la gente no manifiesta tanto el rechazo por la política en el sentido estricto y noble de la palabra, la realización del bien común, porque ya ni saben que esto es la política, la oposición al cáncer de la partitocracia que nos devora. ¿Denunciarlo te convierte en un rojo y marrón? Estar a favor de lo que hacen los partidos en casa ¿es convertirte en un salvador de la democracia?
- Crítica al parlamentarismo y sus vicios . La posición correcta sería no criticarlo, pero los vicios son muy reales, y más que del parlamentarismo, es de la falta de esta función, de este tercer poder, devorado en España y en Cataluña por el poder ejecutivo. El parlamento se ha convertido en una reliquia del pasado, de la misma manera que retrocedemos del estado de derecho en el estado de leyes, en el que sólo algunos tienen todos los derechos.
- Feminismos, aborto, matrimonio homosexual y podríamos añadir la eutanasia. ¿Estar en desacuerdo con esto es ser rojo y marrón, y por tanto quedar estigmatizado para siempre? En la práctica esto ya funciona así. Cada vez es más difícil escribir críticamente sobre algunos de estos aspectos aunque sus fundamentos éticos y empíricos sean muchos y muy débiles.
- ¿Existe realmente este rojo marrón? ¿O lo que hay son desengaños, cabreadas, indignación por cómo ha derivado la política, y cómo destruyen los fundamentos de nuestra sociedad, la concepción de hombre y mujer, de la vida humana y su protección, del derecho natural y la tradición, del derecho consuetudinario, los valores inherentes a la cultura universal, la concepción antropológica, el desprecio y estigmatización del cristianismo, y tantas otras cosas?
En el trasfondo del artículo, voluntaria o involuntariamente, se encuentra la cancelación de todo pensamiento que no esté de acuerdo con el dogma del liberal progresismo existente, que llega a su culminación con la acusación de que la derecha de raíz democristiana es la gallina del huevo de la serpiente. De hecho de partidos demócratas cristianos en Europa quedan pocos, de Alemania a Austria, en Bélgica y Holanda. Y es difícil encontrar una concreción política en el sentido que indica Daniel Fernández: ¿Merkel, incuba el huevo de la serpiente o es que lo que se quiere decir es otra cosa ?:
La derecha mayoritaria no puede pactar con los partidos que tienen a su derecha. Pero, la socialdemocracia naturalmente sí puede pactar con la extrema izquierda para ganar y mantener el gobierno.
En realidad, la tesis del artículo es tan sencilla como la mencionada.
Escribo todo esto desde el afecto a la persona de Daniel Fernández y la admiración por sus virtudes, pero no significa compartir determinadas visiones que más que servir a la realidad, la desdibujan.