La esperada reunión entre el presidente del Gobierno y el presidente de la Generalitat se ha caracterizado por las buenas maneras y también ha servido para constatar la distancia sideral que separa ambos planteamientos.
Resulta difícil entender de qué va a servir la mesa de negociación si las posiciones son tan distantes. Torra lo ha formulado con toda claridad: de lo que hay que tratar es del ejercicio de la autodeterminación mediante un referéndum pactado y con reconocimiento internacional, y una amnistía de los casos ya juzgados, así como la liquidación de todos los otros procesos en curso que todavía no se han resuelto.
Sobre el primer punto la imposibilidad es total, y Sánchez así lo ha manifestado. Sobre el segundo queda una puerta abierta pero que no es la de la amnistía. Tampoco resulta del todo factible liquidar los procesos pendientes de un plumazo, por mucho que la fiscal general del Estado sea una exministra de Sánchez.
Torra también se ha referido a que la mesa de negociación estaría encabezada por los dos presidentes, algo que resulta sumamente improbable más allá de una reunión inicial, por consiguiente, el fruto del encuentro, además de una conversación larga y de buenas maneras, no tiene una continuidad clara. En realidad el balance debe buscarse en otra parte.
Con esta reunión el presidente del Gobierno otorga un reconocimiento de interlocución política destacada al presidente de la Generalitat, en el momento en que está metido en un considerable embrollo político y con la justicia, sobre, precisamente, su condición de presidente. En realidad Sánchez no lo hace pensando en su interlocutor, sino contemplando el futuro voto de Esquerra Republicana en la aprobación de los presupuestos del Estado. Si consigue este objetivo, el Gobierno de Pedro y Pablo, tendrá asegurado, prórroga presupuestaria incluida, como mínimo dos años de Gobierno, si no son tres. Por eso es tan decisivo otorgar reconocimientos que permitan a ERC presentar el acuerdo de la mesa de negociación, que justificó su abstención en la investidura, y por consiguiente hizo posible la elección de Sánchez como presidente, como algo que permite avanzar al independentismo.
En realidad no es así, más allá del trágala de las imágenes del encuentro. Las propuestas que hace Sánchez poco tienen que ver con los objetivos de los partidos independentistas. Pero no se trata de un engaño, ambas partes lo saben, lo que hay es un acuerdo entre profesionales de la política para mantener sus respectivas áreas de poder. Sánchez consigue superar la barrera de los presupuestos, y a cambio de ello otorga munición a los líderes independentistas para que la frustración no se traduzca en abstención en las próximas elecciones, y puedan continuar gobernando en la Generalitat, que en último término de esto se trata, y así disponer de grandes recursos económicos y lugares de trabajo, que garantiza el Gobierno autonómico y su complejo entramado de más de casi 200 entes.
Los líderes independentistas ya están acostumbrados a que sus electores tengan una fidelidad inquebrantable asumiendo siempre la versión que se les presenta, aunque la realidad como en este caso, no aporte nada en relación con su hoja de ruta, que debe conducir a la independencia, a la que nadie se atreve a poner fecha después de los fiascos anteriores, aunque el vicepresidente aragonés sí ose a situarla a 6 años vista en su reciente libro. Por tanto, el balance es claro: protagonismo del independentismo a cambio de presupuestos para Sánchez.
En esta escenificación hay algo que falla estrepitosamente y que en un país en condiciones normales generaría gran polémica. Se trata de la ausencia de propuestas dotadas de significación por parte del Gobierno español. Y no en relación con el camino independentista, que esto tiene su lógica, sino simplemente hacia las grandes reivindicaciones del catalanismo y los déficits históricos del maltrato que ha recibido Cataluña en aspectos determinantes y que no han sido superados. También en lo que se refiere al incumplimiento sistemático de las sentencias del Tribunal Constitucional favorables a Cataluña. En todo este vacío Sánchez juega con la ventaja que tiene ante los interlocutores, a quienes no les interesa demasiado lo concreto, el ejercicio de las competencias autonómicas, porque se mueven en otra órbita; la de las amnistías y referéndums.
El documento de 44 puntos que ha presentado Sánchez merece un examen atento que ningún partido político hará. Por intereses distintos todos prefieren no mostrar que el «rey está desnudo». Sería esta una gran tarea de los medios de comunicación, y de los que antes se llamaban los intelectuales, personas dotadas de capacidad e independencia, pero mucho me temo que ambas cuestiones no se producirán. Lo que el gobierno aporta en la mayoría de temas es simplemente una redacción de sus planes de gobierno, más o menos referidos a Cataluña. Por ejemplo, es clamorosa la falta de todo contenido y compromiso en relación con el eterno y crucial tema de la financiación autonómica (puntos 5 y 8). Sobre Inversiones, se limita a afirmar que cumplirá con lo establecido como ya lo hizo el año pasado, en lugar de abordar compromisos concretos de gran envergadura, ferrocarriles de cercanías regadíos Garrigas, Corredor Mediterráneo, estación de La Sagrera, para situar algunos grandes ejemplos concretos.