Jordi Pujol ha hablado a través del libro «Entre el dolor y la esperanza» que, en forma de entrevista, ha llevado a cabo el escritor y periodista Vicenç Villatoro.
Pujol siempre ha sido un hombre muy valiente. Una actitud escasa en nuestros ámbitos, y ahora lo vuelve a demostrar cuando en su situación, en la que una buena parte del país le ha vituperado sin esperar el resultado del juicio, se necesita valor y responsabilidad para afirmar que el camino que se ha seguido no funciona, y que hay que volver al punto en que estábamos antes de que el tren empezara a ir por la mala vía, es decir el Estatuto de 2006 ratificado por el Congreso y sin los diezmos que pagó el Tribunal Constitucional que, hay que decir, que recortaba algunos aspectos, sobre todo referidos al ámbito de la justicia, pero que al mismo tiempo lo hacía dando la solución para resolver el problema. Apuntaba que aquellas competencias sólo eran posibles a través de leyes orgánicas del estado, que era la fuente del derecho en aquellas materias.
Pujol siempre ha sido contrario, a lo largo de su vida política, al independentismo. Ni lo veía posible ni necesario. Lo consideraba una fuente de frustración y veía en el 6 de octubre de Companys una grave irresponsabilidad, y lo más parecido que tenemos a aquella fecha es nuestro 1 de octubre.
Con el paso del tiempo hubo un momento, en la fase inicial del procés, que Pujol se manifestó comprensivo con éste, considerando que el gobierno español no dejaba otro camino. Era difícil de entender este razonamiento, cuando en otros momentos mucho más oscuros de nuestra historia, las dificultades no conducían a este tipo de conclusión. Sea como sea, Pujol recupera su línea histórica dando una explicación de por qué se ha producido el desencadenamiento independentista.
Considera que «se ha comprobado que el independentismo no es lo suficientemente fuerte para conseguir la independencia, pero sí que lo es para crear un problema muy serio en España, una disfunción muy grave en la política española», convirtiéndose en «un factor de desbarajuste … creando una situación que dañe seriamente la estabilidad y buen gobierno de todo el estado». «Un serio handicap para el progreso político y social del estado». Por lo tanto, considera que todo es un mal que perjudica a unos y otros, y que por esta razón habría que encarrilarlo. Y que para alcanzar esta meta deberían ser conscientes unos y otros de las fortalezas que hay en el otro lado.
«El independentismo catalán tiene mucha fuerza, pero no la suficiente» y «el asimilacionismo español tiene suficiente fuerza para reprimir, pero no para ahogar a Cataluña». Seguramente esta tesis no será plenamente compartida por una parte no pequeña de los catalanes, en el sentido de que el choque no está entre independentismo y asimilacionismo, sino que en el otro lado está el respeto a la Constitución y al Estatuto. Pero lo que importa no es eso, porque lo decisivo de las palabras de Pujol no es que se refiera al asimilacionismo, al hacerlo no hace más que construir un escenario que permita al mundo de la independencia digerir con más facilidad lo que les está diciendo: tienen que cambiar de camino. Naturalmente, habrá personajes aquí y allí que, guiados por sus fobias históricas, cogerán lo que les interese de las declaraciones de Pujol. Harán como aquel que cuando el sabio chino señalaba con el dedo a la luna sólo sabía ver el dedo.
Pujol cita tres ejemplos. Uno, el que fue un espejo para el independentismo, el Quebec. Y ahora él lo presenta como un estado, el canadiense, que ha sabido dar una salida al conflicto, no por la vía de castigar a los rebeldes, sino para ampliar la autonomía y garantizar los mecanismos para preservar su identidad. También se refiere a un ejemplo mucho más cercano y bien conocido por todos nosotros, el del País Vasco. E, incluso, hace referencia al caso de Bélgica y Flandes que merecería una mayor atención de la que habitualmente se le da.
Pujol aboga por acercar posiciones desde el realismo y buscar las fórmulas que permitan aquella solución que impera en Quebec, y a esto le añadimos nosotros, el País Vasco y no es ningún invento complicado. Es el ejercicio pleno del Estatuto de 2006, el desarrollo de las leyes orgánicas para completar lo que el Tribunal Constitucional rectificó y un nuevo entendimiento que, por ser de estado -y este fue el error de aquel Estatuto – debe incorporar también al PP.