El Primavera Sound con su actual configuración manifiesta descarnadamente las contradicciones de Colau que están desencuadernando Barcelona, porque sus consecuencias resultan incompatibles con un funcionamiento normal de la ciudad.
Primavera Sound nació, y todavía goza de cierta aureola en este sentido, como un festival ligeramente contracultural para los bienpensantes agrupados en torno a lo que era el maragallismo político y cultural en la ciudad. Era su versión tardía, donde el progresismo se enajenaba de forma absoluta con el mercado y hacía bandera del cosmopolitismo más desarraigado.
Hoy de todo aquello no queda nada. Por un lado, porque toda aquella cultura se ha esfumado fruto de su propia fragilidad y, por otro, porque el Primavera Sound se ha reducido a un inmenso negocio que, a caballo de lo público, privatiza a gran escala las plusvalías de la ciudad. ¿Dónde más se puede organizar un festival tan masivo de música a todo trapo dentro del territorio consolidado de la ciudad? ¿Dónde más se pueden concentrar a lo largo de un espacio de tiempo que incorpora dos fines de semana a 80.000 personas cada día sin los medios de transporte, sanitarios y de salud pública adecuados?
A lo largo de todo este período es como si cada día toda la capacidad del estadio del Barça se hubiera concentrado en la zona del Fòrum arrasando con toda esa parte del Poblenou, convirtiendo sus calles en inmensos mingitorios. La salud de la población ha preocupado muy poco porque el descanso nocturno es incompatible con los decibelios de las máquinas sonoras del Primavera Sound.
Por si fuera poco con la apropiación de la plusvalía urbana por parte del negocio conducido por el avispado director Gaby Ruiz, además, los organizadores reciben una subvención de 1,6 millones de euros, que se dice pronto. Mientras tanto, cada vez más familias deben ir al Banco de Alimentos o a Cáritas para satisfacer las necesidades más inmediatas. Ligar estos dos extremos puede parecerles demagogia. Efectivamente, lo es: es la demagogia de los hechos.
No son compatibles estos macrofestivales hoy en día y la prédica de reducir el impacto ambiental y la contaminación, más cuando en ediciones como la de este año la mayoría de los que participan son extranjeros que han consumido una notable cantidad de energía para poderse trasladar a Barcelona.
La propia Colau, que protesta porque vienen los grandes cruceros a la ciudad y pone barreras y trampas a los automóviles para que no entren en ella, es a la vez la que incentiva este fenómeno de masas, de consumo de energía y de insalubridad, que es el Primavera Sound. Nadie cuestiona que sea un negocio, pero lo es sólo para los organizadores y para todos aquellos que viven a expensas de ese gasto. Pero no lo es para las arcas municipales, los vecinos del barrio y la ciudad de Barcelona.
No es posible seguir asumiendo las incongruencias del actual gobierno municipal que conseguirán, incluso antes de las próximas elecciones, destruir gran parte de lo que ha sido Barcelona.