Previsiones económicas y cierre total. ¿Es realmente necesario?

Los errores de previsión, concepción y estrategia, de la política pública española, que han sido seguidos fielmente por el Gobierno de Cataluña, han determinado una situación muy crítica, que conduce con reacción y con facilidad a los excesos de todo tipo.

El presidente Torra, alarmado por la evolución de Cataluña, se cura en salud pidiendo el confinamiento total, sin precisar en qué consiste tal totalidad. La pregunta es si esta medida, que en todo caso debería presentarse con sumo detalle por las implicaciones que posee el entramado económico, resulta realmente necesaria.

A escala española los indicadores de tráfico son una buena medida del grado de actividad económica. Los datos hasta el día 22 de marzo, señalan que los desplazamientos en carretera de largo recorrido se han reducido en un 87,5%, es decir de cada 10 viajes se emprenden poco más de 1. En los vuelos en el ámbito español, la reducción es grande también, porque han disminuido un 75%. Y finalmente en los pasajeros transportados por tren, la reducción es del orden del 92%. Donde antes viajaban 10, ahora lo hacen menos de uno. El acceso a las grandes ciudades también es un indicador del descenso de la actividad y se han reducido en un porcentaje que se sitúa entre el 65% y el 68%, considerando que en este caso tienen importancia los desplazamientos de personas que trabajan en los servicios sanitarios que concentran sus grandes hospitales en las mayores ciudades como en el caso de Barcelona.  ¿Cuánto más se puede reducir con un cierre total, exceptuando lo que se considere imprescindible? ¿Cuál es su relación con la presunta reducción del número de casos? ¿Cómo afectaría a la actividad económica, sobre todo en lo que concierne a la necesidad de una rápida recuperación? Todo esto se debe plantear, si se quiere que la racionalidad tome el lugar del oportunismo político

Por otra parte la Semana Santa de manera natural, todo lo natural que puede resultarle en las actuales condiciones, dejará al mínimo la actividad económica. Por consiguiente, resulta dudoso que el mayor cierre tenga un resultado adicional significativo. En otras palabras, el beneficio marginal de lo que pide Torra en términos de reducción de los contagios y sobre todo de la mortalidad, que es lo más importante, no resulta visible a menos que lo demuestre con cifras.

Por otra parte, la reducción que experimentará el PIB de Cataluña este año será abrumadora. Las previsiones Goldman Sachs, coincidentes con las del IESE, señalan una reducción de nada menos que del 9,7%. Sería peor que la de la crisis pasada. La diferencia radica en que muchos economistas creen que la recuperación será muy rápida a partir de que las circunstancias se normalicen. Por esta razón estiman que el crecimiento en el 2021 también sería insólitamente alto, del orden del 8,5%.  A pesar de ello, es evidente que en el inicio del 2022, y de acuerdo con estos datos, nuestro PIB estaría por debajo del que se alcanzó en el 2019. Pero este escenario de recuperación rápida requiere de una condición: que la base económica pueda aprovechar la normalización que en todo caso será progresiva. Un confinamiento excesivo  puede llevar a un colapso económico más prolongado.

En una guerra, y esta lo es, se necesitan abundantes recursos en la línea de frente y esto es todo lo que se relaciona con la sanidad en nuestro caso, pero también se requiere una economía de guerra que sea capaz de alimentar, vestir, cuidar, dar trabajo, en definitiva proveer las necesidades básicas de los ciudadanos. La mejor política es aquella que consigue maximizar ambos objetivos. De momento en materia sanitaria no se está consiguiendo, por estrategia o por histeria. Hagamos que el desastre no sea mayor todavía en la economía, porque la necesitamos para construir un sistema de salud mucho mejor, porque esta no es una guerra que se liquide en una batalla, sino que va a durar tiempo, más un año, quizás dos.

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